X.- Yes

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¿Qué se suponía que era yo? ¿Una persona afortunada o un completo desgraciado? Primeramente, ¿por qué decidí ir al parque aquel? Sencillo. Un simple nombre bastaba para contestar eso y la mayoría de los pensamientos que cruzaban por mi cabeza: Celeste; sí, ella. Esa mañana me había levantado con el recuerdo de que a Celeste le gustaban los amplios espacios al aire libre y que tuvieran mucha flora. Lo sabía porque ella me lo confesó en las pocas conversaciones que tuvimos hace años, las que existían gracias a mis preguntas de curioso. Fue por ello que preparándome para el trabajo, del cual saldría a las dos por ser sábado en lugar de las cinco como entre semana, decidí que iría al parque de "Los Lirios" simplemente porque sí; no necesariamente porque fuera el único gran jardín de la ciudad, sino porque era el más popular.

Y tal como mi mente había planeado desde temprano, así hice, pero jamás de los jamases imaginé que ella pudiese estar allí. Quizás muy, muy en el fondo lo deseaba, mas ese anhelo se hallaba oculto en lo más recóndito de mi ser; de allí que cuando la visualicé ante mí, me encontré entre la frágil línea de la cordura y la locura. Mis ansias de abrazarla y tenerla siempre a mi lado casi me consumieron en totalidad. Aún mantenía el vivo recuerdo del contacto que había tenido con ella algunos días atrás; todavía era capaz de sentir mi piel quemarse allí donde la suya había rozado con la mía. Por si fuera poco, la hermosa sonrisa que me mostró me desarmó por completo y mi razón estuvo a punto de abandonarme. ¡Nunca la había visto sonreír de esa manera!

Pero entonces ocurrió lo peor. La imagen de ella años atrás, cuando era una pequeña e inocente niña inundó mis recuerdos y me sentí morir. ¿A qué venía eso ahora? Ella no era más una niña. ¿Por qué mi mente se empeñaba en torturarme de esta manera? ¿Por qué mi corazón me hacía revivir los sentimientos impropios que una vez me hizo sentir? ¿Qué clase de enfermo era?

Todos estas inquietudes se revolvieron en mi interior en lo que la contemplaba, maravillado; no me cansaría nunca de verla. Tan absorto estaba en apreciarla que apenas noté que ella se despidió, alejándose de mí y fue cuando pude respirar con normalidad. Era la oportunidad perfecta para irme de allí, dejar atrás ese pasado que quería olvidar y de paso no seguir atormentándome; sin embargo, era débil. No podía controlarme a mí mismo, así que sin que se los ordenara, mis pies me obligaron a seguirla para que después mi boca se revelara contra mí al abrirse por su propia voluntad y dejara salir lo que añoraba y a la vez no añoraba pedir.

De esta manera terminamos sentados al pie del árbol, uno al lado del otro, pero en ningún momento me relajé. La alegría de poder estar junto a ella nuevamente fue opacada por la terrible agonía que me producían todos los recuerdos, su aroma, su mera presencia, y a pesar de todo no me fui; por mucho que me destruyera por dentro, no me alejé de ella. Insistía, ¿qué clase de subnormal era?

Había sido por todo lo anterior ocurrido por lo que ahora estaba aquí, en un pub corriente y aunque sabía que no era lo mejor, después de todo lo vivido necesitaba urgentemente de unos tragos, y recalcaré "unos" porque al sentarme frente a la barra comencé a ordenar y a ordenar vino hasta que perdí la cuenta de lo que había bebido. Me limité a sentir cómo el alcohol quemaba mi garganta, bajaba por mi esófago como un ardiente fuego y terminaba en mi estómago sin alimento como si de un fuerte golpe se tratase; después me acostumbré al sentimiento. Estaba consciente de que esto no me ayudaría para nada, pero luego de varios vasos no percibí esa sencilla verdad y por un momento mi raciocinio se nubló. Me sentí tan aliviado.

Me quedé allí hasta que el cantinero que me atendió consideró que había bebido lo suficiente, obviamente que a criterio suyo porque si por mí dependiera, hubiese continuado dándole hasta el fondo. El barman, que estaba elegantemente vestido, limpio y era cordial —lo que me extrañó dado el lugar en el que trabajaba—, me dio la cuenta y cuando la pagué, hizo el favor de llamar un taxi para mí porque era evidente que no estaba en condiciones de manejar. Sentí pena por su amabilidad. En sitios como estos, aquellos con esos modales y valores morales eran el alimento de las bestias. La corrupta humanidad era como buitres y esos seres cordiales no hacían más que convertirse en la carroña que los satisfarían. En fin.

Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now