XII.- Yes

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XII

Mi alarma sonó a la hora indicada para ir a trabajar; me levanté con pereza. Menos mal que me encontraba medianamente más tranquilo que el día anterior. ¡Dormir hacía milagros! Me di un rápido baño, me vestí, hice mi almuerzo y llamé a un taxi. Tener el auto en el taller era desesperante, pues ahora debía gastar dinero innecesariamente en el transporte, el que no era exactamente muy barato. Intentando no rechistar demasiado, subí al taxi, di la dirección de la fábrica y nos encaminamos a mi destino en silencio. ¡Menos mal que el taxista de este día era más poco social que yo! Arribamos, pagué la tarifa e ingresé al lugar, intentando pasar de largo a cualquiera para que no me dirigiera la palabra; mi humor seguía de perros como para no desear hablar con alguien. Mucho menos con Ángel.

Oh, era verdad. Tenía que disculparme con Mónica por mi comportamiento anterior. Fruncí la boca, desganado; no tenía oportunidad de hacerlo en este momento, pues apenas había llegado a tiempo, así que lo haría en la hora del almuerzo. De esta manera, comencé a empaquetar hasta que la campana del medio día sonó, por lo que todos dejamos nuestra labor para alimentarnos. En cambio, antes de disponerme a comer, decidí que primero era mejor ir a donde Mónica para disculparme por lo de la noche anterior, o lo de hoy en la madrugada ¡o el día que hubiese sido! La cuestión era pedir perdón.

Caminé hacia el lado contrario de donde solía disfrutar mi comida, para ir a donde estaba la pequeña oficina que le habían asignado a Mónica para que desempeñara su trabajo. A medio camino, me encontré con la persona que menos quería ver: Ángel. Bufé con irritación sin dignarme a esconder mi malhumor. Ya me parecía raro que no me hubiese interceptado en toda la mañana; era demasiado bueno para ser cierto o para que durara para siempre.

—¿A dónde va, jefe? ¿A ver a Mónica? Ella no vino hoy —me informó con una sonrisa aparentemente amable, aunque no tan abierta.

Lo ignoré olímpicamente pasándolo de largo. Él era Pedro el pastor y yo no iba a jugar el papel del inocente e ingenuo pueblo que creía sus engaños; oh no.

—¿No me diga que no lo sabe? —cuestionó a pesar de mi desdeñoso actuar, alzando un poco la voz para que pudiera escucharlo, pues ya me había alejado de él cierta distancia—. Es verdad, jefe. No vino porque está en el hospital.

Me detuve en seco al escucharlo. ¿Qué diantres decía? Di media vuelta para mirarlo, notando que él se mantenía de espaldas a mí, con los brazos a los costados. ¿Que Mónica estaba en el hospital? Eso no era posible; tenía que ser un error. ¿Por qué iba a estar en semejante sitio? Había estado de maravilla hacía pocas horas, así que no tenía sentido. Ángel giró sobre su eje con lentitud para mirarme y descubrí que su habitual sonrisa desvergonzada no adornaba sus labios; ni esa ni ninguna otra. Se hallaba tan serio que de pronto me asustó verlo con tal expresión. Una gota de sudor frío bajó mi sien izquierda; era la primera vez que me amedrentaba frente a él.

—Tal y como oye, jefe. Está en el hospital —prosiguió con su informe, con una voz que a mis oídos sonó de ultratumba, por lo que no pude evitar estremecerme—. Aparentemente anoche fue atacada cuando se dirigía a casa.

Ante la noticia, caminé a paso apresurado el tramo que me faltaba para llegar a la oficina de Mónica, negando la verdad; no podía ser cierto, no podía ser cierto. Al llegar vi que la puerta se encontraba cerrada, igual que siempre, pero en esta ocasión no me detuve a tocarla, sino que la abrí de golpe. Mis oscuros orbes miraron con asombro a un sujeto delgado, escuálido, de prominentes ojeras y que se encontraba sentado detrás del pequeño escritorio donde se suponía debía estar Mónica. Lo reconocí; era Roberto. Ya lo había visto aquí trabajando como remplazo de Mónica cada que ella no podía venir por estar enferma o cuando tenía otra cosa que atender; como ese día.

Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now