VI.- Celeste

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VI

Después de una bienvenida nada agradable a la nueva ciudad, por fin había llegado a mi recién adquirido departamento. No era muy grande, pero era del tamaño suficiente como para que una persona sola viviera cómoda. Lo primero que hice fue bañarme y ponerme algo más ligero, después comencé a desempacar para ordenar un poco algunas cosas. Afortunadamente, este inmueble tenía contratos específicos para estudiantes universitarios, por lo que en el mío se añadían los muebles básicos. Me había costado un poco más de alquiler que el promedio, pero la beca y los ahorros que desde pequeña había juntado me ayudaron mucho; no necesitaba escatimar en gastos importantes. Tuve que tirar a la basura la blusa que casi me hicieron trizas en el ataque; la chaqueta de quien me salvó la dejé en el cesto de la ropa sucia para lavarla después. No estaba segura de que volvería a ver al sujeto para devolverle su prenda, pero al menos la mantendría limpia como muestra de agradecimiento.

Estaba acomodando mi ropa en el pequeño armario empotrado en la única habitación para dormir, cuando escuché que tocaban el timbre de la puerta; fruncí el ceño un tanto extrañada dado que no conocía a nadie en esta ciudad. ¿Quién podría ser? Me acerqué a la puerta como para ser capaz de escuchar voces animadas del otro lado. Abrí encontrándome con un par de hombres jóvenes, quizás de mi edad, muy parecidos entre ellos. El que estaba justo frente a mí era de cabello castaño oscuro con ojos del mismo color, en cuyas manos llevaba una pequeña maceta con una bella flor; el otro no traía nada consigo, sino que se mantenía detrás de su compañero, siendo unos centímetros más alto.

—¿Desean algo? —pregunté con extrañeza al ver que ambos quedaron en silencio, observándome.

El que estaba frente a mí enrojeció de manera perceptible, comenzando a balbucear cosas incomprensibles para mí. Alcé una ceja, inquisidora y confundida, viendo ahora al que estaba detrás del que intentaba hablar, esperando que él entendiera algo y se ofreciera a darme una traducción. Él me devolvió la mirada con una sonrisa divertida y dando un paso hacia adelante para quedar a la par del otro, habló:

—Hola, perdona a mi hermano. No se le da bien hablar con las chicas.

—Justo, no digas eso es sólo que... —La voz del tímido bajó, por lo que no logré entender lo demás.

El llamado Justo soltó una pequeña carcajada, entretenido, al tiempo que hacía un ademán con la mano restándole importancia al asunto y se tomaba la libertad de explicar.

—Verás, somos los hermanos Torres; él es Gabriel y yo soy Justo, un placer. Somos tus vecinos de al lado, del número quince. Queríamos darte la bienvenida personalmente y nos gustaría darte este pequeño presente. Gabriel.

Gabriel me dio la flor y yo la tomé.

—Gracias, es muy linda y ustedes son muy amables. Soy Celeste Jardines —me presenté con cortesía.

—U-un placer —tartamudeó Gabriel bajando el rostro.

—Lo mismo digo —concordó Justo colocando su mano sobre el hombro de su hermano—. Bueno, será mejor que te dejemos. Seguro ha sido un día muy largo para ti y debes estar cansada. Si deseas algo ya sabes dónde encontrarnos y no te preocupes, pide lo que sea con confianza. Ahora sí nos vamos.

—Cuídate —Gabriel me lanzó una última mirada antes de ser arrastrado por su hermano.

—Sí, gracias otra vez.

Volví a quedarme sola, por lo que me adentré al departamento mientras veía la hora en mi celular; en verdad ya era muy tarde. Dejé la flor en la cocina y la regué un poco, luego terminé de alistar un poco el lugar y me dispuse ir a la cama, aunque antes leí un poco. De esa forma, llegó el día siguiente, así que me levanté decidida a continuar con la limpieza y demás arreglos. Me puse un pantalón deportivo y una camisa holgada para trabajar con mayor movilidad. Como a eso del mediodía volvieron a tocar la puerta.

—Hola —saludé a los hermanos Torres en cuanto atendí el llamado.

—Hola, Celeste —me saludó Justo con energía, dándome cuenta de que él era el más extrovertido—. ¿Adivina? Gabriel quiere decirte algo.

Enfoqué mi visión en el mencionado, quien pareció turbarse y volvió a decir cosas que no logré comprender. Mi impresión de él fue que era raro.

—Se preguntaba si querías venir con nosotros a conocer la ciudad —intervino Justo al ver que no articularía frases coherentes.

—Sólo si quieres. No estás obligada. Si no te apetece puedes quedarte aquí. No lo decíamos con mala intención y... y... —tomó la palabra Gabriel, esta vez hablando demasiado rápido.

Lo medité un poco. No era una mala idea. Recordé el consejo que me había dado mi salvador; necesitaba aprender a moverme por la ciudad y saber qué sitios evitar. Sin embargo, ¿estaba bien ir con un par de chicos que no conocía?

—No tienes de qué preocuparte —volvió a decir Justo sacándome de mis pensamientos—. No iremos solos. Una señora jubilada del piso de abajo nos acompañará también, tiene algunos mandados que hacer y nos ha pedido de favor que la llevemos, así que estás segura —Levantó su pulgar derecho y me guiño el ojo, confidente.

—Está bien —accedí al final—. ¿Pueden esperar un momento en lo que me arreglo?

—Pero si así estás preciosa —soltó de repente Gabriel y a Justo se le escapó una risilla.

Miré a Gabriel confundida, provocando que se escondiera detrás del sonriente Justo; después miré mis fachas. Era evidente que no me veía bien y Justo lo sabía, por eso se había divertido tanto con el comentario de su hermano. Aun así, les pedí que aguardaran para ponerme algo más decente y ellos, muy pacientes, así lo hicieron. Me coloqué un vestido rojo de falda ancha, dejando mi cabello suelto, aunque mi listón celeste no pudo faltarme. Realmente me importaba poco si combinaba o no con el atavío que ese día usaría, siempre me colocaba el listón en memoria de mi fallecida madre, quien solía ponérmelo siempre.

De aquella forma, los hermanos Torres, la amigable señora jubilada llamada Luisa y yo, pasamos una agradable tarde paseando por toda la ciudad. La señora Luisa me contó muchas experiencias suyas de cuando era joven, unas muy interesantes por cierto; también descubrí un poco más acerca de los Torres, como el hecho de que ambos asistían a la misma universidad a la que yo iría la próxima semana; también me enteré que Justo era el mayor con un par de años teniendo veintidós, por lo que Gabriel tenía veinte. Me divertí bastante, pues no me di cuenta ni de las horas que pasamos fuera, así que para eso de las nueve de la noche los cuatro arribamos al edificio. Justo acompañó a doña Luisa a su apartamento, ayudándole con las bolsas de mandado y le dijo a Gabriel que me acompañara al mío.

—Me lo pasé muy bien hoy. Gracias por todo —le dije casi llegando a mi puerta.

—M-me da gusto escuchar eso —contestó con dificultad, sonriendo apenado. Me daba la sensación de que hablar no era lo suyo—. Por cierto, Celeste, yo quería saber si, bueno... ¿Eh? ¿Qué es eso? —Apuntó una bolsa en el suelo frente a la puerta.

—No lo sé —respondí inclinándome para tomarla.

La abrí y descubrí una pequeña lata de gas pimienta junto con un silbato color celeste, el que llevaba un collarín del mismo color. ¡Era idéntico al que solía usar cuando era pequeña! ¿Quién podría saber esto y dármelo? Vi un pedazo de papel al fondo de la bolsa, así que lo saqué; era una nota.

"Por si los necesitas. Cuídate y no te preocupes por la chaqueta; tengo muchas, así que puedes conservarla.

Tu nuevo amigo: Yes."

—Yes —Susurré el nombre rememorando a mi salvador.

¿Así se llamaba? Me pregunté cómo es que él supo dónde vivía, pero recordé que le había mostrado la dirección de mi nuevo departamento para pedirle indicaciones, por lo que no le di más vueltas al asunto.

—¿Qué pasa, Celeste? ¿Es algún regalo de un amigo o un familiar? —preguntó Gabriel a mi espalda, curioso.

—No sabría decir si es de un amigo, de un simple conocido o de un acosador —respondí guardando todo en la bolsa. Gabriel simplemente frunció el ceño notablemente confundido.



Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now