XXI.- Yes

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XXI

Tuvieron que trascurrir dos meses y medio para que mi pierna se recuperara por completo y en todo ese tiempo no volví al hospital a ver a Celeste, no estaba en mis planes... ¿A quién engañaba? ¡Por supuesto que deseaba ir para verla otra vez! Pero era imposible por muchos factores. Uno a tomar bastante en cuenta era que definitivamente no podía volver dada la escenita que monté ese día en el que lloré como una nena. Sería demasiado vergonzoso tener que enfrentar no sólo a Celeste sino que a sus padres una vez más después de aquello.

Aun así, me alegraba de haber ido aquella vez, pues Celeste había dado en el blanco con sus palabras. Saber que no me consideraba una persona mala a la que pudiera desagradarle me tranquilizaba. Por años ese había sido mi tormento, mi peor pesadilla, ya que siempre me consideré de lo peor, alguien infame que no tenía el derecho de gustarle en lo más mínimo por todo lo que había hecho a lo largo de mi juventud. Por eso me había ido en aquella ocasión, por eso me alejé de ella ese día que me condenó por primera vez y sin saberlo, cuando dijo que le disgustaban las personas malas. También por eso yo me esforcé por cambiar mi manera de ser, por ella, para ser de su agrado. Y siempre temí nunca conseguirlo, siempre pensé que pasara lo que pasara, jamás sería digno de siquiera su gusto, mas ahora me sentía liberado de mis pensamientos destructivos; ella me había rescatado de mí mismo al darme su aprobación. Quizás eso era lo único que en realidad buscaba, pues decidí que ya no tenía nada que hacer aquí.

No estuve trabajando durante esos meses de recuperación, por lo que ya había renunciado a mi trabajo; de igual forma ya había empacado todas mis pertenencias y finalicé con mis planes al dejar mi departamento. El auto también lo había vendido, por lo que después de bajarme del taxi que pedí, ahora me encontraba frente a la central de camiones. La misma central de la que la había visto salir después de tantos años; suspiré recordando aquel día de nuestro reencuentro como si hubiera sido ayer. Enseguida entré a las instalaciones y compré el boleto de la ciudad más lejana que pudiera costear. Sí, a mis pensamientos regresaba la idea de entre más lejos mejor, porque era así y probablemente siempre sería así.

Salí a donde se estacionaban los autobuses cada que llegaban o cada que esperaban para partir. Caminé un poco hasta que encontré el que abordaría, pero resultó que una sorpresa —que ya no me lo era tanto— me esperaba.

—Ángel —lo nombré, incapaz de dejar de asombrarme por su capacidad de saberlo todo.

—Así que realmente se va, jefe —comentó como quien no quiere la cosa, manteniendo una sonrisa ligera.

No lo había visto desde aquel desastroso día con el reencuentro de Aurora y tenía tanto que preguntarle.

—Ángel, aquella noche, ¿por qué...?

—Ya se lo había dicho, ¿no, jefe? —me interrumpió antes de que pudiera concluir mi interrogante—. Una ciudad con un corrupto a la cabeza de la policía es peligrosa. Hay que ser astutos y discretos, por lo que hágame un favor, ¿quiere? —Se llevó el dedo índice a la boca, serio—. Guardemos silencio y no hablemos más del tema.

Fruncí el ceño, en parte irritado porque comprendí que hiciera lo que hiciera, Ángel no me diría nada, y en parte desconcertado, pues el asunto debía ser demasiado delicado, porque si hablaba del comandante, entonces hablaba de su propio padre, ¿cierto? ¿A qué clase de acuerdo habrían llegado? ¿Guardar silencio era alguna de las condiciones del acuerdo? ¿Tenía que ver con el negocio del que había hablado Ángel esa noche? En verdad había tanto misterio rodeando a este sujeto que hasta cierto grado era perturbador.

—En verdad no lo entiendo, jefe —habló nuevamente él, sacándome de mis pensamientos—. Primero está con que quiere quedarse al lado de su amada y luego me sale con que se va. ¿Cómo está eso?

Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now