XVI.- Yes

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XVI

Otro día laboral había concluido y mientras me encaminaba al estacionamiento, bostecé, cansado. Los últimos días habían sido extremadamente agotadores para mí; pensar en exceso requería de bastantes energías, especialmente si dichos pensamientos ocupaban mi mente a tal grado que al final no me dejaban dormir las horas que necesitaba para rendir el día. Al llegar al lote, me dirigí al lugar que siempre ocupaba para estacionarme, sin embargo, una desagradable sorpresa me esperaba apoyada en mi auto: Ángel. Mascullé una maldición por lo bajo. El desgraciado no había intentado hablarme desde aquel día que fuimos al hospital a ver a Mónica. ¿No podían quedarse así las cosas? En verdad me la pasaba mejor cuando no me cruzaba con él.

—Hola, jefe —me saludó con su característica sonrisa cínica—. ¿Cómo lo trata la vida? O mejor dicho, ¿cómo trata usted a la vida?

Lo ignoré por completo y me dispuse a subir al auto para irme rápidamente de allí; no quería escucharlo, no quería verlo, no quería nada que tuviera qué ver con él, nada.

—Oh, tan esquivo como siempre —se lamentó él—. Mire que intento ser amable e iniciar una conversación. Ayer me pasó algo interesante. ¿Le gustaría saber qué fue?

Encendí el motor dándole mi respuesta, pues honestamente me daba igual todo lo que él implicara y me importaba un comino lo que le sucediera. Estaba a punto de ponerme en marcha cuando el idiota más astuto que había conocido en mi vida se colocó frente al automóvil. Golpeé el volante con fastidio, sabiendo de sobra que no pensaba dejarme ir así de fácil sino hasta que terminara de contarme aquello que tenía en mente. Mis ojos se concentraron en el acelerador; oh dulce tentación.

—Tuve la oportunidad de conocer a la joven Celeste, jefe.

Sus palabras fueron más que suficientes para lograr que saliera del auto y lo mirara con pánico. Él me devolvió la mirada con un brillo de satisfacción; no sólo había hecho lo que quería que hiciera, sino que también mi reacción fue la que esperaba.

—Oh sí, tal como lo oye —dijo él, presuntuoso en su logro—. La he conocido y debo decir que es una persona muy amable y hospitalaria; imagínese que me invitó a su casa. ¡Cielos! Es tan difícil para un hombre joven y sin compromisos contenerse estando en casa de una chica que vive sola y...

Lo silencié cuando, por demás furioso, me lancé sobre él sujetándolo por el cuello, tomándolo por sorpresa, en tanto lo empujaba para hacer que cayera sobre el cofre del auto, provocando que soltara un gemido de dolor cuando su espalda y nuca impactaron en el metal. Mis manos no se apartaron de su garganta mientras lo miraba con total descontrol y con cólera absoluta.

—¡¿Qué le hiciste, maldito?! —le grité con rabia, jurándome a mí mismo que si la había tocado, iba a matarlo aquí y ahora.

A pesar de que su expresión no mostró tener miedo alguno, supe que mi agarre estaba afectándolo ya que sujetó mis muñecas con sus manos e intentó alejarlas, sin éxito dado que yo lo asía con fuerza increíble. Sus palabras entrecortadas y su respiración jadeante por la falta de aire fueron otra confirmación de su padecer.

—Creo que agrede a la persona equivocada.

—¡No juegues conmigo! —espeté apretándolo más, sacándole otro gemido agónico.

—Es verdad, jefe —intentó seguir hablando con dificultad—. Cuando me la encontré ayer, alguien la seguía. Ella me lo dijo.

Vino a mi mente lo que había pasado con Mónica, además de la llamada de la mujer misteriosa. Sin ganas de hacerlo y con evidente recelo, opté por soltarlo y en el instante en que se sintió libere, comenzó a llenar sus pulmones de oxígeno con desesperación, tomando bocanadas largas y agitadas de aire, mientras tosía incontroladamente, en lo que pequeñas lágrimas se formaban en el borde de sus ojos. Lo miré con frialdad, sin arrepentirme de lo que había hecho. Él siguió explicándose aun entrecortadamente.

—También me sorprendí al escucharla. La idea era conocerla de manera rápida y ya, pero cuando me dijo que la seguían no pude dejarla sola, por lo que tuve que acompañarla hasta su casa, sólo eso. De cualquier modo, se lo digo porque si en verdad le importa lo que pueda pasarle, lo mejor es que la cuide bien; era todo lo que quería comunicarle. Viva feliz, jefe, e intente no estrangular a la gente muy a menudo, ¿quiere?

Y sin agregar otra cosa, se despidió sacudiendo la mano, desapareciendo de mi vista. Al quedarme solo, crispé las manos en puños. ¿Qué demonios pasaba a mi alrededor?

Desastroso Reencuentro [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora