XVIII.- Yes

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XVIII

La canción de rock me despertó con un tremendo sobresalto. Miré el reloj que reposaba en el buró del lado izquierdo de la cama; la una y siete de la mañana. Gruñí por demás cansado e irritado de que perturbaran mi sueño. Estúpido celular, estúpidas las personas que llamaban a tempranas horas del día y estúpido yo por tener uno de esos aparatos infernales. Si se trataba de Ángel, juraba que haría añicos ese instrumento del demonio y me encargaría después de acabar con el señor sonrisas. Cuando tomé el móvil del mismo buró en el que reposaba el reloj y vi en la pantalla que se trataba de un número privado, dejé el coraje a un lado, mas no la seriedad. Contesté imaginando ya de quién se trataría.

—Lamento llamar tan tarde, Yesever —dijo la voz femenina del otro lado de la línea, con falsa inocencia—. Espero no haberte importunado.

Lo sabía, era ella; aquella mujer que había sido tan insistente en sus intentos por hablar conmigo, que seguramente buscaba algo de mí; esa mujer que había dejado de ser tan misteriosa desde hacía pocos días atrás y cuya llamada esperaba con ansias.

—Déjate de introducciones absurdas, Aurora —la nombré con profunda y firme voz—. Es hora de aclarar las cosas.

Escuché un respingo de lo que suponía era sorpresa por su parte, antes de que un considerable e incómodo silencio se produjera.

—¿Aurora? —Ella intentó hacerse la desentendida—. ¿Quién es...?

—Ni siquiera lo intentes —la interrumpí con hosquedad—. Ya no puedes engañarme, te recuerdo y estoy seguro de que eres claramente tú. De no ser así, no habrías guardado silencio momentos antes.

—Ya veo. Estoy atrapada, ¿eh? —Ella suspiró a manera de derrota, pero cuando volvió a hablar, su voz sonó dura—. Tienes razón, hay que hablar de muchas cosas. ¿Te parece que lo hagamos ahora mismo?

—¿Dónde?

—En las afueras de la ciudad, por la autopista que va al sur, hay una construcción a medio terminar de un edificio de oficinas. ¿Lo tienes?

—Sé cual es —Me levanté de la cama.

—Nos vemos allí —Y sin más, colgó.

Comencé a vestirme con prisa, sabiendo que entre más pronto se arreglaran los asuntos con ella, todo iría mejor. Estuve listo escasos minutos después, por lo que salí de mi casa para dirigirme a mi auto; una vez dentro de éste, conduje por las vacías y aparentemente tranquilas calles de la ciudad. Hacía alusión a la apariencia porque era bien sabido por la mayoría que los movimientos turbios de los delincuentes siempre eran en la noche, más o menos como a esas horas. Después de algunos minutos de trayecto, noté a la distancia la obra de construcción. Dado que estaba a un rango considerable de distancia de cualquier otro negocio o vivienda y al hecho de que estaba en completa oscuridad, me pregunté cómo ubicaría a Aurora.

Tuve que rodear el lugar casi completamente hasta descubrir que del interior de lo que parecía ser una bodega que formaba parte del edificio, emanaba una pequeña luz. Me estacioné frente a la única puerta abierta, que era por la que salía la iluminación, y me caminé hacia allí con la intención de adentrarme al lugar, dejando de lado las cuestiones que implicaban el cómo Aurora había conseguido entrar y otras parecidas; preguntas importantes que en este instante a mí me daban lo mismo. En cuanto ingresé a la bodega, pude ver una lampara de esas que llevan en los campamentos, la que estaba asentada en el suelo a unos metros adelante de mí, un tanto a la izquierda y cuyos rayos apenas lograban alcanzarme. Al lado de la lámpara, sentada en una silla de tal manera que la luz del artefacto la dejaba ver por completo, estaba Aurora, iluminando su rostro lo suficiente como para distinguirlo.

La reconocí al instante; definitivamente era ella y como imaginé, los años también habían hecho estragos en ella, aunque parecía ser que en su caso habían sido para bien. Sus finas y hermosas facciones se mostraban tranquilas, su piel morena brillaba a causa de la luz al igual que sus ojos verdes, los que brillaban con intensidad asombrosa y los que me escrutaban con avidez, de arriba a abajo; llevaba atado su largo cabello negro en una trenza baja que caía grácilmente sobre su hombro izquierdo, dándole un toque mucho más llamativo. Se mantenía con la espalda recta y con las piernas cruzadas de manera elegante, sin dejar de apartar sus orbes de de mí hasta que finalmente los aterrizó en mis propios ojos.

—Tengo curiosidad, Yesever —habló ella, su voz sonó apacible y por ende melodiosa—. Al principio estabas totalmente confundido y no tenías ni la mś remota idea de que pudiera ser yo; no me reconocías en absoluto. ¿Cómo es que de la noche a la mañana supiste que se trataba de mí?

—Siendo honesto, no le tomé importancia a la primera llamada que me hiciste, por lo que no vi necesario siquiera intentar rebuscarte en mis memorias. Cuando pasó lo de Mónica y me dijiste que tenías algo que ver con ello, me quedó claro que no podía seguir tomando el asunto a la ligera. Después fue fácil —Me encogí de hombros—. Al fin y al cabo, no llegué a socializar con muchas mujeres.

—¿Fue fácil? —Sus ojos cambiaron radicalmente a unos que denotaron ira absoluta y su expresión se trasformó en una de completa cólera—. ¡Por supuesto que fue fácil! ¿O acaso les rompiste el corazón a otras? ¿Acaso las engañaste para usarlas a tu antojo y luego desecharlas como basura? ¡Dímelo! ¿Lo hiciste?

Recordé aquel día como si hubiese sido ayer. Fue la época en la que mis padres adoptivos se habían fastidiado de mí y habían optado por mandarme al reformatorio. Mi prioridad había sido la de escapar para evitar semejante cosa y ella, Aurora, se había puesto en mi camino como una oportunidad para hacerlo. Había necesitado dinero para irme lejos y desaparecer de aquella ciudad de mala muerte que me había visto crecer; puede haberlo robado de los que me adoptaron, pero al final no habían resultado tan idiotas, así que lo mantenían bien resguardado de mí, por lo que debía encontrar otra manera y la hallé en Aurora.

Me había enterado por mis compañeros que ella también pasaba una situación complicada en su familia dado que sus padres se peleaban mucho, que deseaba huir y no sólo eso, sino que también supe que tenía cierto enamoramiento hacia mí, por lo que me aproveché de eso para ganarme su confianza. Jugué con sus sentimientos, sí; la engañé vilmente, sí; la hice creen en promesas y un montón de tonterías de tórtolos enamorados para después abandonarla a su merced en cuanto obtuve el dinero que ella misma había conseguido a base de hurtos a sus progenitores y la dejé a su suerte aquella tarde de lluvia. Le había hecho mucho mal y lo aceptaba; lo que era más, estaba consciente de que debía disculparme, por lo que lo hice.

—Escucha, Aurora, entiendo tu molestia y tu odio; sin duda los merezco. Lo que te hice años atrás estuvo muy mal y lo reconozco. En verdad lo siento...

—¡No sientes nada! —me interrumpió ella con fiereza desmedida, por demás indignada—. ¿Cómo ibas a sentirlo si no sabes qué implica que alguien te use? No sabes cómo se siente que alguien a quien considerabas tan importante te lastimara tanto. ¡Mientes por completo! Pero yo te mostraré ese sentimiento de impotencia y dolor. ¡Dije que me vengaría de ti y lo cumpliré!

Dicho esto, chasqueó los dedos a manera de señal y de inmediato el lugar se iluminó por completo por medio de lo que parecían ser un par de enormes reflectores, los que deduje no debían estar allí, por lo que me sacaron de onda por un instante; parecía que iba muy bien preparada. Cuando todo se me aclaró lo suficiente, pues me había visto encandilado unos segundos, miré mi entorno y la divisé del otro lado de la amplia bodega, arrinconada en la esquina derecha, amarrada en una silla y amordazada. Sus ojos color chocolate se mantenían abiertos a más no poder y se movían de aquí para allá, con el terror más grande impregnado en ellos.

—¡Celeste! —grité al reconocerla.

Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now