IV.- Yes

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IV

¡No podía creerlo! En verdad era ella. Allí estaba, justo frente a mí; después de tanto tiempo volvía a ver a mi niña. Bueno no, eso no era exactamente cierto. Ya no era una niña; el tiempo no pasaba por nada, ¿cierto? Pero aquí la tenía, tan cerca después de tanto, con esos ojos color chocolate tan escudriñadores; ese cabello café claro apenas lo suficientemente largo como para atarlo en un par de coletas bajas y con el listón celeste de siempre, adornando su cabeza como si fuese una diadema. ¡Y claro! El sello que la identificaba seguía en su lugar, intacto: el pequeño pero simpático lunar ubicado un poco debajo de la oreja. Estaba totalmente desarrollada como una mujer y era bella, muy bella. ¿No lo había visto ya antes de lanzarle la chaqueta? Hice un supremo esfuerzo para que el sonrojo no se apoderara de mi rostro. ¡Dios! Sentí que moriría de taquicardia.

Sin embargo, ella no me recordaba. Por supuesto. Lo había dicho ya, los años no pasaban en vano. Habían sido más de diez años desde la última vez que la vi y en aquella época ella contaría con unos ocho años como mucho; no era extraño que no me recordara. Además, no era como si hubiera estado a su lado o hubiese formado parte de su niñez por un largo período de tiempo, así que era natural que no me recordara. De hecho, quizás que no lo hiciera fuera lo mejor para ambos. No era por nada que yo había dejado la ciudad, ¿cierto?

—No te había visto en mi vida —le contesté por fin y cada letra desgarró una parte de mi corazón de por sí atormentado.

Ella frunció el ceño, tal vez no contenta con mi respuesta y me miró más penetrantemente, discernidora, logrando que me pusiera nervioso. ¿Había descubierto que mentí? Ella regresó a su seriedad y se alejó un poco de mí.

—Lo entiendo. Lamento lo ocurrido, creo que lo confundí con alguien más —se disculpó, sincera.

—Ah no, no pongas cuidado.

Ella se dirigió a donde estaba su maleta, que había quedado en un rincón de la calle, olvidada ante el ajetreo de hacía unos momentos. La seguí con la mirada; capté cada movimiento suyo, como si me tratara de un acosador inmundo que no respeta la privacidad de alguien.

—Bueno, muchas gracias por ayudarme —habló después de tener todas sus pertenencias en su poder—. Ahora me gustaría saber si al menos lo que viví no fue por nada. ¿Podría decirme dónde queda esta dirección, por favor? —me pidió mientras me mostraba un papelito con algo escrito en él.

Tomé el dichoso trozo de papel teniendo mucho cuidado de no entrar en ningún tipo de contacto físico con ella. Realmente no sabía de lo que sería capaz de hacer si tan sólo nos rozábamos; apenas podía controlar mis emociones y las ganas de abrazarla y besarla.

Bien, me dije a mí mismo, céntrate en el papel, Yes. Ya no la mires, ve el papel. No, no, no la mires. ¡Maldita sea! ¿No puedes leer un par de renglones? ¿Tendrás que regresa al jardín de niños?

Era obvio que no estaba contento conmigo mismo. Como pude, leí la dirección que estaba escrita en el trozo. Se trataba de un edificio de apartamentos muy cerca de aquí, lo que me llevó a entender por qué quiso ir caminando. Yo vivía en uno parecido, pero del otro lado de la ciudad.

—Sí, no es muy lejos —respondí devolviéndole el papel de la misma manera que lo tomé.

—Ya veo. En verdad no quería gastar en un taxi, pero es lo más sensato por ahora.

Dirigió sus pasos a la salida de la calle que conectaba con la avenida donde estaba la central, desde donde seguramente pediría el taxi. Yo la seguí en silencio, a una distancia prudente, vigilando. Mientras caminábamos, pensé en la seria expresión que ella había mantenido todo el tiempo, lo que me hizo recordar mi tiempo con ella de antaño. ¿Alguna vez la vi sonreír?, me pregunté con curiosidad. Llegamos a la central y ella se montó en un taxi. Cuando el auto hubo desaparecido de mi vista, fue que me di el lujo de relajarme por completo.

Suspiré sintiéndome cansado, bastante cansado. Había sido un día de locos y lleno de problemas, pero la había vuelto a ver. Ese premio le daba valor no sólo al día transcurrido, sino a los más de diez años pasados en los que no había sabido nada de ella. Recordé la dirección que me mostró, donde seguramente estaría viviendo de ahora en adelante y una idea cruzó mi mente. Sacudí la cabeza con fuerza, importándome poco batir mis sesos hasta dejarlos mayormente inútiles; no había posibilidad. Que nos encontráramos fue mera coincidencia; yo tenía cosas que hacer y lo más lógico era que ella también las tuviera. No podíamos encontrarnos nuevamente; además, vivíamos en lados opuestos de la ciudad, por lo que olvidar ese incidente sería lo mejor. No lo recordaría y dejaría que mi vida continuara como si nada. Con esa resolución, regresé a casa.


Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now