6. Octubre 04, 2015.

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Octubre 04, 2015.



El otro día perdí el control. Por eso me pasé todo ayer doblando origami. Dejaré una de mis grullas en esta página, como recuerdo. Es la que más bonita me quedó.

     Caroline, mi mejor amiga, me enseñó a doblar grullas. Llevó un curso avanzado de origami, y siempre que salía algún cursillo nuevo sobre alguna japonería, ella lo tomaba. Y decía: lo peor de todo es que esos cursos generalmente están llenos de frikis del manga y anime japonés. ¡Y Japón es mucho más que eso!

     El día que me preparó sushi, me enfermé del estómago. Después hizo una especie de sopa oscura con cebolla verde y tofu. Esa me gustó. Luego fue intimando demasiado con uno de los chicos japoneses en uno de sus cursos de escritura y pronunciación (un instructor, claro) y ya no había quien la viera. Estaba planeando conseguir una beca de intercambio, porque el chico estaba por regresar y estaban, en sus palabras, "locamente enamorados".

     De haberla conseguido a tiempo, Caroline estuviera ahorita en Japón, y no muerta.

     Cuando anunciaron el toque de queda el internet todavía funcionaba con normalidad. Chateábamos noches enteras, felices por el prolongado feriado, ni siquiera pensábamos en la posibilidad de repetir año. La vergüenza pesa menos cuando la compartes entre muchos. Me decía que, por lo que había hablado con su novio japonés, todo en el país del sol naciente estaba normal. El chico le preguntaba a sus padres si habían escuchado algo raro en las noticias, pero ellos le respondían que nada. Estaban convencidos de que en este lado del charco todo funcionaba de las mil maravillas, oye.

     Entonces, un buen día, Caroline entró en desesperación. Ya no lograba comunicarse con su novio. Yo pensé que había regresado a su país natal, pero hasta el movimiento en los aeropuertos había cesado, o algo así. El punto es que ni los autobuses circulaban, y habían retenes militares cada tres cuadras, así que ni teniendo auto. Parecía como si hubieran retirado a todo el ejército de todos esos países árabes que tanto atormentan.

     A diferencia de nosotras, el chico vivía en el centro y no se había ido por hacerle apoyo moral a Caroline en sus trámites de intercambio. Hasta donde sé, no es que la cosa comenzara ahí, eso fue en la planta, en el otro extremo de la ciudad. Sucedió que uno de los primeros pacientes en cuarentena escapó y como perro rabioso atacó a todo aquel que se le atravesaba. Esto lo descubrí hace poco, revisando los viejos periódicos que papá se negaba a tirar. Mira lo útiles que resultaron. Y no es que la noticia lo dijera tan directamente, solo hablaba del ataque, yo hice las demás cuentas. Puede que esté equivocada.

     En fin. Caroline solo me hablaba de lo preocupada que estaba. Eran mensajes extensos, casi una novela entre todos. Y solo en una noche. Luego me comunicó sobre un intento de robo en su casa, unos hombres locos. Su padre enfermó después de eso. Y luego ella, después de un altercado con él. En cuestión de media semana los mensajes se habían reducido a adjetivos, muchos de ellos. Luego eran puras onomatopeyas, o más bien como si Batsy, su gato, se hubiera adueñado del teclado.

     Mamá me dio la noticia. Un incendio, los militares. Fue cuando decidieron que "íbamos a marcharnos" (aunque no partieron inmediatamente). Lloré como nunca antes. Con la laptop muerta, ya ni siquiera puedo releer sus mensajes. Al menos me haría reír. Siempre me hacía reír.

     ¿Habré recordado a Caroline por el origami?

      Creo que la recordé porque es la única persona querida cuyo paradero sí conozco.

JJ

El diario de Josephine JonesWhere stories live. Discover now