24. Noviembre 14, 2015.

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Noviembre 14, 2015.


Lo he hecho.

     Oh, por todo lo que es puro y bueno, ¡lo he hecho!

     Me siento como una persona diferente. Me vi en el espejo y sí, definitivamente me veo diferente. También me siento más adulta. Siento que he madurado. ¿Los pequeños placeres de la vida? ¡Enormes! ¿Para esto había estado siendo tan cuidadosa? Qué idiota. ¡De lo que me he estado perdiendo!

     ¡LO HE HECHO!

     Me he bañado.

     No sólo he restregado el cuerpo con un trapo húmedo, no. Me he lavado el pelo, el cuerpo, me he depilado (ya parecía pie grande). Tomé un baño de más de veinte minutos y no me cabe la felicidad. Estoy como nueva. Ni siquiera me importó que Coen...

     Antes que nada, sucedió así:

     Temiendo lo peor le pregunté a Coen dónde había conseguido el agua para bañarse. Es que era obvio: él tan limpio, pese a haber pasado tanto en la calle; y yo, tan sucia, encerrada en casa. Él me miró y comprendió mi preocupación, así que me dijo algo más o menos como lo siguiente:

     —¿Sabes que tienes, o tenías, un vecino militar?

     —El sargento Kennedy.*

     —Estuve en su casa. Está barridita, salvo por una cosa: tiene una habitación llena de barriles de agua. Y no sólo barriles de agua, barriles sellados llenos de agua. Se-lla-dos. No hay comida enlatada ni botiquines de primero auxilios, sólo agua. Agua potable. El paraíso.

     —¿Encontraste algo más? —pregunté. La muy idiota.

     —Buscaba comida sobre todo, y armas; igual dejé mis opciones abiertas, pero no. No encontré nada más. Es como si el sargento lo hubiera sabido desde mucho antes que el resto de la población. Tal vez al inicio planeó pasar el apocalipsis ahí, quizá hubo un cambio de planes y tuvo que salir llevando sólo lo que pudiera. Quién sabe. O la gente que ha encontrado la casa la ha saqueado. Los barriles son grandes, difíciles de transportar, tal vez solo por eso siguen ahí. Encontré unos cuánta vacíos, pero todavía queda un par.

      —A tres calles de aquí, ¿verdad? ¿Es peligroso?

      —No tanto, pero no puedo asegurarlo. Los carroñeros pudieron volver siguiendo a una estúpida ardilla, para lo que sé. De por sí ya es bastante extraño que toda esta zona siga así de despejada, así que quién sabe qué puede llegar a pasar.

      —Moriría por un baño decente.

      —¿Literalmente?

       —Literalmente.

      Así fue como no sólo puse mi vida en peligro, sino también la de mi nuevo amigo. ¡Hurra por mí y mis extrañas prioridades!

     Atravesar esas tres calles; ver las puertas de las casas destrozadas o simplemente abiertas; restos de ropa, rasgada en su mayoría, seca por el sol, aun con restos de carne y sangre; recipientes de plástico; latas tiradas, como si no hace mucho hubiera habido un concierto ahí, o una reunión de católicos. Por un momento me sentí como en un western, sólo faltaba la matita de maleza girando de un lado para el otro y los pistoleros locos mascando tabaco. Bueno, los pistoleros en este lado del mundo mascan cerebros, pero se han tomado unas buenas y merecidas vacaciones, gracias al cielo. Pero vamos, con todo esto, ¡el sol y el aire libre! (aunque no puro, apestaba, no tanto como antes pero apestaba). Fue una combinación de lo más curiosa, y el miedo no me abandonó ningún tan sólo segundo; pero valió la pena. ¡Estoy limpia y huelo a flores! Las mil maravillas.

El diario de Josephine JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora