8. Octubre 08, 2015.

1.2K 185 12
                                    







Octubre 08, 2015.



Carlos ha venido a visitarme. ¡Me encontró en unas fachas! Ah, eso me gustaría escribir; preocupaciones normales de una abrumadora y escandalosamente —deprimente— normal adolescente de dieciséis años llamada Josephine Jones. ¡Oh, Josephine Jones, que nombre más espantoso tienes! ¡Oh, Josephine Jones, si tan solo fueras más bonita! ¡Oh, Josephine Jones, si pudieras cocinar! (Oh, si tuvieras los ingredientes necesarios, para empezar). ¡Oh, Josephine Jones, si tan solo aparentaras la edad que dices tener! ¡Oh, Josephine Jones, deja de torturar a estos pobres signos de exclamación!

Ambos cometimos una imprudencia de lo más condenable. Yo, al abrirle la puerta; él, por atreverse a cruzar la calle en plena medianoche, sin saber que tan cerca mugían esos apestosos sonámbulos. Imperdonable en verdad. De locos.

Una vez en mi casa (no relataré cómo por cuestiones de seguridad) iluminados por el resplandor de una sola candela, nos miramos. Carlos se veía limpio. Yo no me veo limpia, nunca. ¿Desperdiciar el agua lavándome seguido...? NOPE. Las prioridades cambiarán cuando regrese mi periodo, pero, por el momento...

En fin, que nos hemos visto y reconocido. No notamos nada sospechoso el uno en el otro, y nos abrazamos.

Es aquí cuando lamento no haber matriculado Literatura como asignatura optativa, de haberlo hecho, tendría al menos una pequeña noción acerca de cómo describir adecuadamente todo lo que ese abrazo me hizo sentir.

Primero, su respiración. La respiración de un ser humano normal y sano. En las noches apenas se puede dormir, entre aullidos, chillidos, quejidos, pataleos, gritos. Tan poco acostumbrados al silencio, como cualquier joven moderno, resulta difícil calcular la distancia de esa quejumbrosa elegía nocturna que tan bien nos eriza los vellos del cuerpo. Tal vez por eso me asombró el sonido de su respiración, tan cercano, y el de su corazón. Esperaba sistólica y diastólica de libro. Todo él tenía que estar perfecto. ¡Es el primer ser humano que toco en un mes! (Sí, un mes, padres irresponsables... Un mes, claro).

Escuchar su voz fue todavía mejor. A veces creo que con un poquito de atención puedo llegar a aprender el lenguaje de los sonámbulos. "Imhotep. Imhotep". (Otro efecto secundario de la soledad: divagas demasiado).

Su voz fue... Especial. Me enamoré. Comprenderán por qué me enamoré tan rápido. Era una necesidad. Nada más. Yo lo comprendo tan bien que puede que comience a cuestionarlo de aquí a dos años. No antes.

Entonces, me dijo: hola.

Le respondí: hola.

Todo lo demás resultó igual de sorprendente, pero ese primer contacto no pienso olvidarlo nunca.

Estuvo aquí desde el seis hasta la mañana del ocho, por eso escribo hasta hoy.

Platicamos mucho, nos burlamos de los que se arrastraban allá afuera. Mucho resulta menos tenebroso en compañía.

En varias ocasiones se me antojó besarlo. No lo hice. Y no lo hice porque cuando me entraban ganas evocaba la imagen de Darwin en mi libro de Biología (no es broma).

Con el reloj corriendo, me atreví preguntarle si quería pasar el Apocalipsis conmigo. Agachó la cabeza y solo con este gesto acepté la negativa.

Mi hermana está en casa, dijo. Todo en mi interior se contrajo. Fui a la bodega por una buena cantidad de provisiones, las suficientes para evitar que me vuelva a visitar en un futuro cercano. Ya podía hacerme una idea de lo que había sucedido con sus padres, aunque no comprendo como él se miraba tan sano.

Fue un amor de dos noches y un día.

Hace cosa de media hora sellé el lugar por donde lo dejé entrar.


JJ

El diario de Josephine JonesWhere stories live. Discover now