30. Diciembre 01, 2015.

986 135 2
                                    


Diciembre 01, 2016.

Quería seguir lloriqueando por la mierda que me hizo mi familia (cosa que sí hice pero que no escribiré, aunque me haya pasado todo el día pensando en eso; dignidad ante todo, por favor), pero... escuchamos algo. Fue horrible. Los lamentos eran más agudos, casi infantiles, como un llanto. Como un llanto pero no uno humano, sino animal. (Me estoy contradiciendo, pero para mí suena bastante lógico). ¿Qué tipo de animal? Ni idea. Coen me tomó la mano con fuerza y la apretó hasta hacerme daño. Creí que se lamentaba por no haberse ido del lugar antes. A diferencia de otras ocasiones, no me lo callé. Muy quedito, quedito, le pregunté qué pensaba hacer.

     La conversación siguió más o menos así:

     —Apenas me quedo tres días en un mismo lugar; cinco si es más seguro de lo normal, si es silencioso y no huele a destrucción y muerte —sonrió, nervioso.

     —Parece que ya se les acabó la comida. Sea donde sea que estuvieran, decidieron volver por eso. Eso si es que son carroñeros...

     —Sea lo que sean no parecen muchos, pero en unos días...

     —No pienso marcharme.

     —Lo sé. Estás así de loca. Pero si me quedo contigo, la comida apenas te ajustará ¿qué? ¿Tres semanas, un mes? Y eso que comiendo muy poco. No puedo hacerte esto.

     —No me importa. Si quiere quedarte, quédate; si quieres irte, vete; solo no lo adornes para hacerme sentir bien.

     —Joe, sabes que no es eso.

     —En serio respetaré tu decisión. Después de esa carta... Si tengo algo de suerte...

     —¿Y si no?

     —¿Sabes cuál es mi problema? Soy demasiado obediente. Demasiado. ¿Cómo hacen los adolescentes para llevarle la contraria a sus padres sin problemas? Yo no puedo y por eso estoy aquí, y por eso me quedaré. Leí la carta, sus mentiras, todo lo que me ocultaron, el hecho de que tomaron una decisión y me mandaron a comer mierda, pero ¿sabes? Yo también habría hecho de todo para mantener a salvo a Jonathan y a TK, además, no hay nada seguro. Podrían estar muertos ahora. O podrían estar de camino a buscarme. Quién para saber.

     —En su defensa, te dejaron bien protegida y abastecida. Ya viste cómo se ve la casa desde afuera. Y ese refugio en el sótano. Brillante. Todo ahí abajo está destrozado para hacer parecer que ya no queda nada. El acceso es casi invisible, si no me lo muestras nunca lo habría notado. Y toda el agua y la comida. Creo que apostaron por ti, saben que aguantarás. Pero no será así si me quedo y me lo como todo. No quiero hacerles eso a tus padres.

     —Que no me importa te digo.

      —Pero a mí sí.

     —Haz lo que quieras.

     Creo que Coen al fin se comienza a abrir, lo que es una pena, porque lo hace cuando está por marcharse. Por un momento creí que me contaría toda su vida, pero algo lo detuvo, me miró con algo parecido a la culpa y a continuación me abrazó con tanta fuerza que hasta mis huesos rechinaron. Me sentí cómoda aunque me lastimaba. Coen es fuerte, es más alto y sorpresivamente rara vez huele mal. No como yo. Apesto a muerte. Tal vez por eso los zombis no me han comido. Tal vez por eso mis padres me dejaron tirada (vaya mal momento para bromear).

     A Coen no le importa cómo huela, o eso parece. Después del abrazo me soltó para acomodarme el cabello. Me miró tan bonito que por un segundo recordé la manera en que me sentía cuando me creía enamorada de Sebastian. Sebas ha de andar deambulando por ahí... Ha de ser el zombi menos apestoso de todos (las tonterías que se me ocurren cuando intento ponerme seria).

El diario de Josephine JonesWhere stories live. Discover now