14-15

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Había macetas con exóticas plantas adornando la encimera de mármol de los lavabos, y los grifos eran dorados. El techo estaba altísimo, y nada más entrar había una especie de pequeña antesala, con varias sillas de mimbre blancas y una mesita baja también de mimbre y superficie de cristal.

Al girarse hacia uno de los espejos, Lali reconoció en su reflejo la misma expresión de pánico que solía tener cuando se sentía indispuesta antes de cada recital.

Nunca había llegado a dominar del todo los nervios dé tener que tocar ante un auditorio lleno de gente, y con frecuencia se había dicho que, al escucharla, probablemente esas personas ni siquiera imaginaran las penalidades por las que había tenido que pasar, la cantidad de horas que le dedicaba al piano cada día.

La presión de sus padres había ido minando a lo largo de los años su sensible espíritu hasta hacerla renegar de su don, y de la música que tanto había amado.

Se acercó a uno de los lavabos, giró el mando del agua fría, y estaba inclinándose para echarse un poco en laxara cuando se dio cuenta de que no estaba sola. En una esquina del servicio había dos mujeres, y una de ellas estaba llorando con el rostro oculto entre las manos. Pensó que lo mejor sería salir sin hacer ruido, pero la mujer que estaba intentando consolar a la que lloraba le lanzó una mirada desesperada, y le pidió un pañuelo moviendo mudamente los labios.

Lali tomó un pañuelo de papel de un recipiente de porcelana pintada junto al lavabo, y se lo llevó. La mujer, que rondaría la treintena, lo tomó y le dijo:

—Me he encontrado a esta pobre criatura llorando desconsolada, y me ha parecido que no estaría bien dejarla aquí sola en este estado. ¿No la conocerá usted por casualidad, verdad?

—No, lo siento —respondió Lali—. ¿Qué es lo que le ocurre?

En ese momento la otra mujer alzó el rostro, un rostro tan hermoso que no parecía hecho para las lágrimas. Lo cierto era que no era lo suficientemente mayor como para ser considerada una «mujer», pero tampoco tan joven que pudiese decirse que fuera aún una niña. Estaba en esa edad difícil en la que se fluctúa entre la adolescencia y la madurez. Quizá tuviera justamente los dieciocho, la edad en la que en el Sur las hijas de familias de alto estatus hacían su puesta de largo y empezaban a acudir a actos públicos.

Con voz temblorosa, la chica les explicó el motivo de su pesar:

—Sé que no es razón para llorar, que es una tontería, pero es que... es que mi padre nunca está contento conmigo. Nada de lo que hago le parece suficiente.

—No es una tontería —replicó Lali con suavidad—. Yo también he pasado por eso.

—Y yo —añadió la otra mujer.

Las tres se miraron sorprendidas. Aliviada de que alguien la comprendiera y de poder desahogarse, la chica siguió hablando:

—Mi padre espera que flirtee con un hombre mayor en la fiesta, para conseguir que acceda a hacer negocios con él. Es algo tan... tan repugnante... ¡Me hace sentirme como si fuera una prostituta!

Lali tuvo que ir a por otro pañuelo para atajar un nuevo torrente de lágrimas.

Lali tuvo la impresión de haber vuelto por el túnel del tiempo a la era Victoriana. ¿Qué clase de padre utilizaría a su hija como un objeto sexual para hacer realidad sus ambiciones? Ella misma se respondió al recordar el día que sus padres la arrastraron por entre los invitados de un cóctel, para presentarle a Josef Sengele, un maestro del piano del que se decía que promocionaba a jóvenes promesas. Sólo más tarde sabría Lali que no era un mentor altruista, como lo pintaban, sino un casanova con un ego del tamaño de una casa.

"NIÑERA" TERMINADOWhere stories live. Discover now