24-25

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Se preparó para el despegue mirando al frente y tratando de no hiperventilar. Dylan todavía estaba agitando la mano en señal de despedida a sus abuelos, tíos, y primo a través de la ventanilla del avión cuando el aparato empezó a rodar por la pista.

—Dame la mano —le dijo Peter a Lali, despegando los dedos de la joven del brazo del asiento.

Aquel contacto calmó y turbó a Lali al mismo tiempo.

Ya echaba de menos a la familia de Peter. ¿Y cómo no echarlos de menos?, se dijo. Eran las personas más encantadoras y agradables que había conocido en su vida. Lo que no había esperado, era gustarles ella también a ellos. ¡Y que Imogene hubiera llegado a sugerir que su hermano debería pedirle matrimonio!

Lo cierto era que la idea no podía ser más irrisoria. Teniendo en cuenta el bagaje que arrastraban tanto Peter como ella por sus relaciones pasadas, no parecía muy plausible que ninguno de los dos fuera a arriesgarse a un nuevo compromiso en un futuro inmediato.

Bajando la vista a sus manos entrelazadas, Lali contempló pensativa las diferencias entre ambas. La de él era grande y nudosa, la de ella pequeña y de dedos estilizados; la de él estaba morena por el sol, la de ella era pálida como la luna; la de él estaba callosa y algo áspera por el trabajo, la de ella era suave... aunque no tanto como lo había sido en el pasado.

Desde que empezara a trabajar para Peter como empleada del hogar además de niñera, sus delicadas manos, que hasta entonces sólo habían conocido las teclas de marfil, habían tenido que acostumbrarse a fregar platos, a arrancar malas hierbas de los parterres, a amasar pan...

—No tienes por qué preocuparte. Todo va a salir bien —murmuró Peter, arrancándola de sus pensamientos.

Lali sabía que no se refería sólo al vuelo hasta Wyoming. Se refería a Dylan, y también al hecho de que, aunque nunca lo admitiría, la lacrimosa despedida de su familia lo había afectado.

También había habido lágrimas en los ojos de Lali el día que le había dicho a sus padres que se iba de casa, pero habían sido lágrimas de frustración, de ira.

«¡Si renuncias a tu carrera musical, más te valdría que renunciaras también a nuestro apellido!», le había gritado su padre, «Y que sepas que, si te vas, te vas con lo puesto. No vamos a darte un sólo centavo. Desde el momento en que cruces ese umbral, para nosotros habrás muerto».

Los gritos no habían acabado ahí. Su padre había predicho que acabaría por volver arrastrándose, suplicándoles que la perdonasen, y prometiéndoles que iba a acatar sus normas y ser una «hija obediente», o que terminaría viviendo «en una pocilga» con un marido borracho y «un hatajo de críos» a los que tendría que alimentar con un sueldo de camarera de «un bar de mala muerte».

¡Si hubiese podido tener unos padres como Harold y Miranda...! Sin poder reprimirse, le preguntó a Peter cómo teniendo una familia tan increíble se había querido alejar de ellos.

—Dicho así parece que los odiara —protestó Peter—. Sólo estoy persiguiendo mi sueño, Lali, y mi familia lo respeta porque quiere lo mejor para mí.

El hecho de que se hubiera puesto a la defensiva hizo que Lali se preguntara si practicaba a menudo aquel discursito para disculparse ante amigos y familiares, o para convencerse a sí mismo.

—Tienes mucha suerte —le dijo en un tono quedo—. No todos los padres son tan comprensivos como los tuyos.

Peter la miró sin comprender. Abrió la boca, como para decir algo, pero pareció pensárselo mejor y la volvió a cerrar.

Habían despegado hacía rato, y ya habían alcanzado también la altitud de vuelo, por lo que Peter le dijo que intentara relajarse y cerró los ojos. Sin embargo, no soltó su mano, y para sus adentros ella le agradeció que no lo hiciera.

Girando la cabeza hacia la ventanilla, comprendió de pronto hasta qué punto se parecían el uno al otro: del mismo modo que ella había escogido tomar el camino menos transitado, Peter había abandonado deliberadamente la vida cómoda que le había otorgado el azar.

CAPÍTULO 25

Peter creyó que una vez de regreso en Wyoming, lejos de la sofisticación de Savannah y del empeño de su familia por emparejarlos, le costaría menos resistirse a los encantos de Lali. Después de todo en el pequeño pueblo que había a unos kilómetros del rancho no se celebraban eventos sociales donde la niñera de su hijo pudiera lucir modelitos como el que había lucido en la fiesta organizada por su tío.

Pero quitarse de la cabeza el recuerdo de ella con ese vestido no le iba a resultar tan sencillo... ni tampoco olvidar el sabor de sus labios. Su única esperanza era que las tareas del rancho lo dejasen lo suficientemente cansado como para calmar su libido, y así pudiera hacer lo que debía hacer por el bien de su hijo... y de la propia Lali: dejarla tranquila.

Si no controlaba su atracción hacia Lali, aquello acabaría interfiriendo en su labor con Dylan, y eso era lo último que querría que sucediese, sobre todo cuando estaba empezando a haber progresos visibles. Además, Lali había estado algo extraña después del incidente del beso. Probablemente se arrepentía de haber permitido que aquello ocurriera, y si lo pillaba lanzándole miraditas furtivas todo el tiempo, acabaría por presentarle una carta de dimisión, hacer las maletas, y marcharse.

Por eso, había decidido que lo mejor era olvidar por completo aquel beso impulsivo y no hablarlo siquiera con ella, como en un principio había pensado. Tenía que restablecer la relación estrictamente profesional entre patrón y empleada, y dejarse de boberías románticas.

El problema era que le costaría menos esfuerzo contar los granos de arena del desierto que olvidar aquel beso. De hecho, se preguntaba si, a pesar de sus esfuerzos, las cosas volverían algún día a ser como habían sido entre ellos.

Por su parte, Lali, aliviada de que Peter no hubiera decidido despedirla después de todo, estaba haciendo también todo lo posible por normalizar la situación. Desde que regresaran al rancho, procuraba no pasar más tiempo del estrictamente necesario en la misma habitación que él.

Así las cosas, se estableció una rutina de mudo pero mutuo acuerdo por la que ambos se evitaban: por la mañana Lali se levantaba temprano, preparaba el desayuno, lo tomaban conversando de temas sin importancia, Lali se ponía a recoger y fregar los cacharros, Peter se colocaba el sombrero vaquero, se despedía de ella, salía de la casa, y no regresaba hasta el anochecer. A esa hora Lali y Dylan ya habían cenado y habían subido a sus dormitorios. Peter se tomaba la comida que ella le había dejado en el horno, subía a darle un beso de buenas noches a su hijo, y se acostaba también.

Dylan no había vuelto a pronunciar una palabra desde aquel día en el aeropuerto, pero cuando su padre entraba en su cuarto por la noche, con el aspecto de estar intentando llevar él sólo el rancho de diez mil acres, como si los peones a los que tenía contratados no sirvieran para nada, las miradas dolidas que le lanzaba lo decían todo.

Lali, molesta con Peter por que estuviera llegando a esos extremos con tal de evitarla, concentró sus energías en Dylan. A pesar de que no había conseguido que volviera a decir nada, la afición que ambos compartían por la música había creado entre ellos un vínculo que cada día era más fuerte. Y, aunque ella no podía aliviar la tristeza del pequeño por la aparente adicción al trabajo que le había entrado a su padre desde que regresaran al rancho, aprovechaba bien el tiempo a solas con él para ayudarle a canalizar esos sentimientos a través de la música.

Lali se sentía cada vez más unida a él, y temía estar empezando a quererlo como una madre. Sabía que estaba pisando un terreno resbaladizo, pero no sabía qué hacer. No podía reprimir el afecto que sentía por el niño, igual que no podía evitar que se le desbocara el pulso cada vez que Peter estaba cerca.

Además, el hecho de que Peter y ella no hubiesen llegado a hablar de cómo se sentían respecto a lo que había ocurrido entre ellos la noche de la fiesta no hacía sino complicar aún más la situación. Además, casi cada vez que hablaban, era para discutir sobre los métodos de la logopeda.


"NIÑERA" TERMINADOWhere stories live. Discover now