Veinticuatro

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Annabeth soltó la plancha del cabello luego de dos horas de luchar con ella. Quería el cabello lacio para la ocasión; gran error. Había olvidado que necesitaba de Piper para poder controlarlo, así que le había tomado el doble del tiempo que solía tomarse cuando ella la ayudaba. 

Eventualmente terminó; ella podía ver desde su ventana a la gente llegando y saludando a sus padres. Su papá, como solía hacerlo desde que ella era una niña, se negó a contratar a alguien para cocinar; él sólo se había lanzado a la tarea de cocinar para treinta personas. Sin embargo, Annabeth estaba tranquila. Su padre sabía cómo mantener las cosas bajo control, y treinta personas eran pocas considerando el historial de fiestas de sus padres. Su madre se ocupaba de mantener a todos entretenidos; saltaba de mesa en mesa creando conversación y haciendo que todos se sintieran bienvenidos. 

Cuando los veía en situaciones como estas, ella podía encontrar el parecido que tenía con ellos. Era increíble cómo convivir un largo tiempo hacía que las personas se parecieran. 

Bajó las escaleras y se unió a la poca gente que llegaba, hasta que sus ojos captaron una cabellera castaña salpicada de gris que era conocida para ella. 

El señor Thomas la saludó con un gesto y ella tuvo la impresión de que iba a acercarse, sin embargo se dirigió hacia la gran parrilla a un lado del jardín, y saludó a su padre.

Annabeth trató de no extrañarse por la situación, si su profesor de álgebra se encontraba aquí es porque o vivía cerca, o era amigo de su padre. Al verlos reír, Annabeth pensó que la segunda opción era la respuesta más acertada. 

Alguien posó sus manos en los ojos de Annabeth. Olía a frutas, tal vez algo ácido como lima o naranja. Sólo conocía a una persona que usara esa fragancia en especial. 

"Piper." Soltó la rubia. Su amiga la soltó, con el ceño fruncido, mas la sonrisa que mostró después evidenciaba el hecho de que no se encontraba enojada. 

"Detesto que adivines tan rápido." Respondió, abrazándola. 

"Usa un perfume menos fuerte, entonces." Entonces, Piper vio a su profesor charlando con el padre de su mejor amiga. Miró a la rubia con confusión, ella se limito a encogerse de hombros. 

"Me gusta lo que has hecho con tu pelo." Dijo, cambiando de tema. Las dos chicas fueron a la mesa, por unas bebidas, y tomaron asiento en una de las mesas más alejadas. 

Las pequeñas decoradas con manteles de flores eran suficientes para que Jason, Percy y James tomaran asiento. Tal vez, si Vania venía, podría sentarse también.

"Ahora, no hemos hablado en un largo tiempo. Tienes que explicarme algunas cosas." Reclamó Piper, tomando un sorbo del jugo de mora, haciendo que sus labios se manchen de un violeta intenso. 

Annabeth sonrió. 

"¿Qué?" Preguntó la morena, apartando el vaso. 

"A falta de labial, jugo de mora." Y le tendió un pequeño espejo que guardaba en su bolsillo; Su espejo de la suerte. Pero esa era otra historia. 

Piper rodó los ojos y se limpió con la manga de la camisa. 

"Es usted toda una dama, señorita McLean." Bromeó Annabeth, adoptando un tono elegante y fingiendo el acento inglés, sin mucho éxito. 

Piper rió y cerró el pequeño espejo, devolviéndolo a su dueña.  

"Estás evitando el tema, Annie. Tenemos que hablar seriamente de todo este asunto James/Percy." 

Annabeth negó con la cabeza. Tenía suficiente de ese tema; cuando era niña se había prometido que nunca sería el estereotipo de adolescente que, cuando se enamora, hace que su mundo gire en torno a eso. No. Quería hablar sobre política, o historia, hasta del libro que pronto publicaría su escritor favorito, pero estaba cansada del tema de James y Percy. 

The Code Where stories live. Discover now