Treinta y uno

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Era su culpa. Él se había hecho daño, por su propia cuenta, al haber ignorado todas las señales que Annabeth le había dado.

Esta no era su historia.

James subió al carro y encendió el motor. Se sentía tan tonto al haber conducido como loco después de su clase sólo para verla. Es que aún después de esto, se sentía débil y quería alejarse lo más posible de ella, porque si no lo hacía corría el riesgo de perdonarla.

Y no debía.

Aún así, con esa seguridad, no podía dejar de pensar en ella. En su suave cabello dorado, siempre en una cola de caballo porque le molestaba, por alguna razón que él no alcanzaba a comprender. En sus ojos grises, que personificaban toda su personalidad, su constante pelea con ella misma. Y sus manos, sus pequeñas y fuertes manos que encajaban tan bien con las suyas...

Pero no era su historia. Parecía que nunca lo era, ¿Por qué era él siempre el último escalón hacia la felicidad de otros?

Paró y dejó pasar a unas chicas riendo, tomadas de las manos. Suspiró.

El sol estaba insoportablemente encendido, riéndose de sus sentimientos, o tal vez dándole el comfort que nadie más quería darle. Encendió la radio, rezando por alguna estación que lo librara de sus pensamientos. Nada. El aire acondicionado estaba al máximo, pero el calor del sol aún lograba escabullirse por las ventanas del auto.

Cuando llegó a su apartamento, dejó el carro donde siempre y subió las escaleras jugando con sus llaves, pensando en que un baño caliente podría ser la respuesta a todas sus problemas. Mientras giraba la llave, su celular vibró. Pidió que fuera su grupo de Historia sobre su trabajo, porque no quería pensar en otra cosa aparte de la Universidad. Ahora que lo pensaba, tendría toda la noche para enfrascarse en las lecturas de su curso, y agradeció por primera vez en la vida a profesor Vincent por mandar sesenta páginas de lectura todas las semanas.

Vibró otra vez. Dos mensajes nuevos.

Parte de él quería que fuera ella y que ese mensaje, de alguna manera, lograra que ignorara todos sus instintos y que la perdonara.

Era su madre.

Apagó el teléfono y lo tiró, con sus llaves, en la mesita tambaleante que tenía en la sala. Muchas veces ella lo había molestado para que la arreglara, o comprara una nueva. Ahora tendría que hacerlo, porque no quería que le recordara a ella.

En su cama habían, lo que se sentían, cientos de papeles regados, y James agradeció el trabajo. Sin embargo, cuando hizo un espacio para sentarse, vio un papel blanco llenos de garabatos con pluma azul.

El acertijo, se titulaba.

Lo hizo una bola, lo tiró con todas sus fuerzas a la pared, y sólo botó todos los papeles restantes y se acostó a dormir. No podía pensar más por el resto del día.

...

Annabeth se encontraba en su cama, y ya no sabía si el dolor de cabeza era resultado de sus lágrimas o su falta de lentes.

Con una almohada en la cara, al puro estilo de Percy, tarareaba ahogadamente una canción de la cual no recordaba el nombre. Era la canción que habían bailando juntos en la fiesta de sus padres.

¿Cómo se había permitido llegar a este punto?

Jamás debió haber aceptado la propuesta de James. Fue una mala idea, y ella debió ser quien le pusiera un pare a toda la situación. Ahora no tenía mejor amigo, ni novio, ni ganas de salir de su cuarto hasta que cumpliera treinta años.

Su cumpleaños. Pensó en lo cerca que estaba, y decidió que no quería hacer nada para celebrarlo. Lo único que quería era poder abrir el regalo de Liam sin remordimiento. La bolsita roja descansaba en su estantería, esperando a que la abriera.

Liam. Cuánto deseó que estuviese allí. Aunque la verdad es que él estuviese igual de enojado con ella, tal vez decepcionado, incluso. De todas maneras, se aguantaría todo, como hizo siempre, y la consolaría. Aunque no lo merecía.

El acertijo que ella había creado para protegerse era el mismo que la había lastimado, en cierta forma. Estaba segura de que sin el acertijo, nadie la hubiese notado en la escuela. Sería una más del montón. Pero las personas quería resolverlo, sólo por tener la razón, sólo por la satisfacción de estar en lo correcto, y esto le dio la notoriedad que ella había querido evitar.

Exhaló fuerte y se sentó en la cama. Se quitó el sostén que la había estado molestando hasta ese entonces, y lo tiró sin ganas. Cayó al lado de su teléfono, en la alfombra que una vez había sido blanca pero que con el pasar del tiempo había perdido su pureza.

¿Debería escribirle?, se preguntó. Lo levantó y lo desbloqueó, tanteando en su cabeza la idea de molestarlo.

No lo hizo. Tomó una toalla y su pijama más cómoda y decidió en darse un baño. Su cara aún se sentía pegajosa por las lágrimas que habían caído por sus mejillas. Agradeció el silencio de su casa, no recordaba dónde estaba su familia, pero no le importó tampoco.

Dejó su teléfono en la encimada y empezó a desvestirse, doblando delicadamente su ropa, distraída en sus pensamientos. Abrió la llave y esperó que el agua caliente saliera, hasta que llenara la mitad de la tina. Cuando tiró la esfera que le daría un color azul a su baño, su teléfono sonó.

James, fue lo primero que vino a su cabeza. Luego, Percy. Cuando por fin se atrevió a verlo, era Piper.

Mientras veía la esfera deshacerse en el agua, contestó. Intentó que su voz sonara tranquila.

"Hey" soltó Annabeth.

"¿Necesitas que vaya?" preguntó su mejor amiga.

Annabeth negó con la cabeza, como si ella pudiese verla, y luego soltó un "no".

"¿Segura? Porque Percy se está comportando raro. Está... perdido. No puede entablar una conversación sin perder el hilo de lo que estamos hablando. Vania está preocupada. Y sé que estuvieron hablando un rato afuera de su casa, entonces... ¿Qué sucedió?"

Annabeth se metió en la tina, y sin querer dar más pelea, le contó a Piper lo que había pasado.

"¿Qué vas a hacer?" Preguntó al final.

"No lo sé, Pipes. No debería arreglar las cosas con James, él merece alguien mejor que yo." Hundió su cuerpo en el agua, y sintió un poco más de calma mientras está abrazaba con su calor su cuerpo adolorido. El sonido del agua llegó a los oídos de Piper. "Y Percy, bueno, supongo que también me voy a alejar. Vania y él tienen algo... Y no me quiero meter en eso. Quiero una relación en lo que todo sea mutuo, como tú y Jason."

Su amiga asintió, y aunque Annabeth no la vio, sabía que lo había hecho.

La llamada terminó, y Annabeth se dedicó a reposar en el agua, lavando sus miedos en el agua caliente con olor a mar.

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