Capítulo 34: Desahogo

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La mañana siguiente a ese día tan horrible para todos, a pesar de lo que habían acordado el día anterior, decidieron contarle a Adán lo que estaba pasando. Sí, era un niño aún, pero merecía saber qué estaba pasando con su hermana.

—¿Recuerdas que una vez me dijiste que estabas grande para saber todo lo que pasa? —le preguntó Lexie, estaban ella, Nick y Adán sentados en la mesa del departamento. Cielo se había quedado en la clínica acompañada de sus tíos, Danny y Jo.

—Sí, lo estoy. Sé que pasa algo malo, porque la tía Jo estaba que lloraba cuando me llevó a su casa y el tío Danny no contaba sus chistes malos, cosa que no pasa nunca. Bueno, sin contar los ojos rojos e hinchados de papá.

Adán siempre había sido un chico bastante observador, a veces interpretaba correctamente todas las señales que un niño de su edad aún no podía; estaba seguro de que algo había pasado el día anterior. Fue él, quien preguntó qué pasaba antes de que sus padres decidieran contarle pero había una cosa que no entendía, todos parecían haber pasado mucho tiempo llorando, menos su madre y eso era extraño también para él.

—Las cosas se complicaron un poco con tu hermana y los exámenes no están buenos.

—¿Qué tiene?

—Cielo tien... —Lexie se quedó en la mitad de la frase sin poder seguir hablando, no por llanto sino que simplemente las palabras no le salían.

Miró a Nick, quien estaba a punto de volver a llorar, había pasado la noche en vela, sin poder dejar de hacerlo. Él, se tragó el nudo que tenía en la garganta y suspiró profundamente antes de hablar.

—A Cielo le diagnosticaron leucemia —lo soltó tan rápido que se sorprendió de escucharlo con su propia voz, decirlo en voz alta lo hacía todo real.

—¿Qué? —el chico preguntó esperando haber escuchado mal— .¿Cáncer? Pero si ella estaba bien y solo tiene cinco años, no puede.

—No estaba bien, hace semanas que algo raro había en ella y cuando fuimos a urgencias nos dieron un diagnóstico equivocado.

—¿Cómo se pueden equivocar con algo así? Tienen que denunciarlos, tiene que...

Adán no pudo continuar la frase porque las lágrimas comenzaban a caer por sus ojos en cantidades enormes y Lexie en un segundo estaba abrazándolo y acariciando su cabello, diciéndole que todo estaría bien, que Cielo mejoraría, que la vida nunca daba problemas sin soluciones. Adán se comenzó a ahogar entre sus propios sollozos, al punto de no poder respirar; cuando era más pequeño solía sucederle cada vez que lloraba pero hacía unos tres años que no tenía ningún episodio.

—¡Trae el broncodilatador que está en el botiquín! —le dijo Lexie rápidamente a Nick y él se levantó de un salto a buscarlo, ella sujetó la cara de su hijo con ambas manos—. Tranquilo, respira, concéntrate en la respiración. ¿Recuerdas como era?

—N-no p-puedo r-resp...

Nick llegó con el broncodilatador y luego de unos segundos, los pulmones del chico volvieron a expulsar todo el aire contenido y poco después ya respiraba con normalidad. Apenas estuvo mejor, abrazó a su madre con todas sus fuerzas, al igual que todos no podía creer ni entender por qué eso le estaba pasando a su hermana.

Adán siempre fue muy cercano a su hermana pequeña, más que otros hermanos. A diferencia de otros niños que se ponían celosos apenas sus padres tenían otro hijo, él nunca lo hizo, amó a Cielo desde el primer día que la vio y lo dejaron cargarla. Para un niño de ocho años, el mejor regalo de todos era el nuevo juguete de moda, para él fue el nacimiento de su hermana.

Esa noche, Cielo se debía quedar en observación en la clínica pero por el área en el que se encontraba no podía recibir visitas nocturnas, Gianluca le prometió a Lexie que no se separaría del lado de Cielo y que cualquier cosa, por más pequeña que fuera la llamaría y que ella tenía que ir a dormir, porque estaba cansada y se venían días aun más agotadores. Cuando Nick se fue a su casa, Adán le preguntó a su madre si podía dormir con ella esa noche, obviamente ella no se lo iba a negar, su hijo la necesitaba y si algo siempre la había caracterizado era dar todo por sus hijos. Además, él no tenía idea de cuánto ella lo necesitaba también.

***

El lunes, ya pasado ese fatídico fin de semana, comenzaron enseguida el tratamiento. Lexie seguía sin soltar una lágrima y aunque intentaba no hacerlo, se engañaba a sí misma diciéndose que todo estaba bien.

La pequeña entró a una sala sola con una enfermera y Gianluca convenció a Lexie de ir a buscar un café, si no dormía, por lo menos que la cafeína la ayudara a estar bien por un tiempo. Entraron al ascensor, ya que eran unos ocho pisos los que había que subir para ir a la cafetería mientras Gianluca solo la observaba en silencio hasta que ella no lo soportó.

—¿Qué? —preguntó un poco molesta.

—Nada.

—No me gusta como me miras, como me miran todos.

—¿Cómo te miramos?

—Con lástima, esperando a que en cualquier momento me quiebre.

—Sabes que no está mal mostrarse débil en algún momento.

—¿Quieren que me quede encerrada en casa llorando porque mi hija está enferma? No voy a hacer eso, tengo que estar firme por ella y por Adán.

—Eres humana, Alexia. No puedes guardarte todo, vas a terminar explotando y va a ser peor.

—He vivido muchas cosas y esta situación no me ganará. Esa enfermedad de mierda no le ganará a mi hija...

Gianluca se dio cuenta de que el momento se acercaba y sin pensarlo dos veces presionó el botón de «detener» del ascensor.

—¿Por qué hiciste eso? —ella ya estaba furiosa. No lo soportaba más.

—Porque sí, porque por hacerte la fuerte te guardas todo, porque no quieres decir nada por miedo a lastimar más a tu familia. Bien, desahógate conmigo, estoy dispuesto a escucharte y que saques toda esa mierda de adentro.

—¿Vas a seguir con eso? Estoy bien así con mi mierda. Gracias.

—Ven aquí —Gianluca se acercó para abrazarla y aunque ella intentó alejarse, él no la soltó.

—¡Suéltame! ¡Suéltame, Gianluca!

—No.

—¿Por qué haces esto? —ella seguía forcejeando.

—Porque te quiero y no quiero verte así.

Fueron esas las palabras que terminaron por romper esa muralla que le impedía soltar alguna lágrima, fue instantáneo, rompió a llorar en los brazos del médico como si no lo hubiese hecho por años. Intentaba ahogar los sollozos y aunque intentaba ser silenciosa, unos pequeños gritos de dolor a veces salían por su garganta. Él solo podía abrazarla, acariciarle el cabello y decirle que no estaba sola en todo esto.

—No me dejes sola, por favor, Gianluca, no me dejes —repetía una y otra vez entre sollozos—. No podría soportar más cosas, por favor.

—Nunca te dejaré sola —la aferró aún más en sus brazos—, sabes que estaré aquí para todo lo que necesites.

Ella lo miró fijamente a sus ojos verdes y vio que decía la verdad, él no la dejaría caer. No pudo evitar, en medio de sus lágrimas, pegar sus labios a los de él. Tal vez no fuera el mejor momento, pero ella necesitaba sentir algo, sentir que alguien estaba ahí para ella, necesitaba a Gianluca, más de lo que le hubiese gustado admitir.

La vida sucede (LIH#1)Where stories live. Discover now