[TREINTA Y UNO]

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Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama.

FIÓDOR DOSTOIEVSKI
...


KEA

Lo que menos quiero después de haber hablado con Fidel, es volver a casa.

Casa... Ni siquiera sé si puedo llamar así al lugar a donde voy. Me sentía más en casa con Fidel que en ningún otro lado...y ahora ya no lo tengo conmigo.

Bueno, eso es mentira. Sí que lo tengo, muy dentro de mí. Aunque se haya ido, lo llevo conmigo a todas partes. Está tatuado bajo mi piel, incrustado en mis pensamientos, alojado en mi corazón.

Es parte de mi vida aunque yo ya no sea parte de la suya.

Dios... ¿qué he hecho?, me pregunto.

«Lo correcto», dice una voz dentro de mí. Pero entonces... ¿por qué duele tanto?

Limpio una de mis mejillas al sentirla húmeda y continúo caminando. El sol está en lo alto del cielo, ardiendo, calentando mi piel, pero no importa lo mucho que brille, dentro de mí se siente frío y oscuro; vacío, apagado.

Sí, es mejor que haya dejado ir a Fidel porque... ¿qué tiene para ofrecer alguien que está vacío? ¿Cómo hacer promesas cuando me siento sin esperanzas?

Después de largos minutos caminando por fin llego al lugar donde crecí. Sigo perdida en mis pensamientos cuando abro la puerta, entumecida, y veo a un hombre ponerse de pie en la sala de estar.

—Kea...

El susurro roto y sus ojos inyectados con arrepentimiento deberían hacerme sentir algo; dolor, tristeza, rabia... pero la verdad es que no siento nada al verlo. Ni desprecio ni rencor. Nada en absoluto. Él está ahí, frente a mí, pero para mí es ahora un completo desconocido.

Después de algunos largos segundos con las miradas entrelazadas, desvío la vista sin decir palabra y me encamino a mi habitación con paso lento. Mis pasos resuenan dentro de la casa tan silenciosa, junto con su agitada respiración y los latidos de mi corazón.

—Perdón —escucho que susurra antes de que entre y cierre la puerta.

El dolor es tan notable en su disculpa... pero yo sigo sin sentir nada.

***

La última semana de clases pasa con más rapidez de la que me gustaría, pero nadie se da cuenta del desierto que soy por dentro. Estoy bien con eso, es justo lo que deseo. Muestro sonrisas, hago bromas, soy la misma Kea de antes y todos se tragan mi actuación. Ni siquiera Naira, mi mejor amiga, nota que hay algo mal en mí, pero no es su culpa. Soy yo quien no la deja entrar, quien no la deja ver, quien no quiere preocuparla.

Soy yo la mala amiga, no ella.

Es solo... no me gusta que la gente me conozca, a la yo real. Tengo miedo de que lo hagan, no les guste quién soy y se marchen. Siempre he dicho que no me interesa lo que los demás piensen de mí, y en cierto modo así es. La gente desconocida... ¿a quién le interesa su opinión?

A mí no. Pero si hablamos de las personas cercanas, de los seres queridos, ahí es diferente. En ese caso sí tengo miedo, y es por eso que les muestro una versión modificada de Kea. Una feliz, sin preocupaciones. Porque, ¿a quién le gusta rodearse de gente amargada y deprimida?

Solo hay una persona que puede ver a través de mí, que sabe quién soy de verdad, pero se mantiene alejado tal y como se lo pedí. De vez en cuando nos encontramos con las miradas, como si automáticamente supiéramos dónde buscarnos, sin embargo no intercambiamos palabra alguna. El único momento en el que mi interior se desentume para desbordarse con dolor es cuando lo veo. Sin esa sonrisa que siempre parecía llevar, taciturno, apagado... me hace sentir. Y desearía no hacerlo. Desearía poder dejar de quererlo tanto. Desearía que dejara de doler. Desearía que las cosas fueran más fáciles; para mí, para él... para nosotros. Pero no lo son, y no queda otra cosa más que fingir.

Besos que curan [ADL #2] ✔Where stories live. Discover now