Capitulo 10: Dulce melodía.

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Capítulo 10: Dulce melodía.

Mis dedos se fundieron con las teclas blancas y negras del piano en una lenta y rítmica melodía, tan lenta al principio, pero a medida el sentimiento fue creciendo y el ritmo iba siendo más intrépido

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Mis dedos se fundieron con las teclas blancas y negras del piano en una lenta y rítmica melodía, tan lenta al principio, pero a medida el sentimiento fue creciendo y el ritmo iba siendo más intrépido.

Una increíble paz me invadió, ya nada importaba, creé mi propio mundo, mi propia burbuja dejándome llevar por la melodía de mi alma reflejada en ese acto artístico, con los ojos cerrados mis dedos actuaron solos, ellos conocían el camino y esa canción como si fueran parte de mí.

Una sonrisa amplia en mi rostro tenía yo, pero sin querer su recuerdo me vino a la mente y la dulce y pausada melodía que tocaba se fue convirtiendo a medida en algo más grotesco y rápido, el pecho me empezó a doler y mis dedos se cansaron por la velocidad y dureza con que presionaba cada tecla, no pude terminar, el sentimiento de tranquilidad se esfumó y la tristeza me llenó.

Sentí una mirada sobre mí, no sabía si estaba loca o si tenía compañía, porque se suponía que estaba sola, había terminado la lección y me quedé sola tocando un poco porque no quería regresar a mi realidad.

Me levanté del banco y al darme la vuelta casi grité del susto.

— Ni que fuera tan feo para que te asustaras —dijo él riendo en el marco de la puerta de una sala de música donde lo que predominaba eran dos grandes pianos, tres violines en la pared y una gran ventana a la par del piano que yo tocaba y  la vista nocturna era magnífica con algunas estrellas, y unas cuántas nubes grises en señal de aproximarse la lluvia.

Suspiré e intenté controlar mis emociones, por algo el final de esa pieza se transformó a algo doloroso e intranquilo, si el niño audífonos estaba allí, y cada vez que lo tenía cerca me recordaba a mi corazón roto, ¿Cómo no iba a terminar mal?

— Tal vez no seas horrible, pero si un metiche—contesté dirigiéndome a acomodar las partituras y luego guardándolas en mi bolso violentamente.

— No trates así a los pobres papeles, ¿Qué te hicieron? —comentó acercándose a mí y sentándose en el banco donde con anterioridad estaba yo, comenzó a tocar al azar teclas de forma dramática creando un estrepitoso sonido chirriante y golpeado, yo solo me pude reír.

— Eso fue hermoso, ¡Eres todo un maestro! —dije sarcástica aplaudiendo ruidosamente—¡Bravo!

— Gracias, gracias—dejó de travesear el piano e hizo una reverencia fingida.

— ¿Qué haces aquí? —cuestioné acomodando mis cosas en el estrecho, pero muy lindo, bolso que en vacaciones había comprado en un  viaje a Italia.

— Te dije que te quería ver a la hora de salida—me recordó acomodándose los audífonos, luego agregó: —Hermosa pieza, en serio, me dejó  conmovido, aunque el final no me lo esperaba.

El chico de los audífonos. [Borrador].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora