Capítulo 40: Tal como una Julieta del siglo XIV.

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Capítulo 40: Tal como una Julieta del siglo XIV.

Fue como estar en la nada.

Bueno, pero... ¿Qué era la nada según yo, se preguntarán?

No había dolor, no había felicidad, no había cansancio, no había tristeza, absolutamente nada... Fue como dormir, pero sin soñar, sin esas emociones que contraen en los sueños. Solo una pantalla negra.

Fue como dormir, y ya.

Pero hubo un punto donde ese sueño fue interrumpido, donde sentía que quería salir de la oscuridad, pero ella ganaba y me terminaba arrastrando, un par de veces escuché voces confusas, sin entender en lo absoluto, después volví a caer, me hundí, me perdí... Volví a "dormir".

Hasta en ese momento, donde la consciencia regresó a mí, a pesar que mi cabeza estuviera en blanco.

"¿Dónde estoy?".

Intenté mover los dedos, me costó innumerables descargas de dolor al igual que mover una milésima otra parte de mi cuerpo involuntariamente y al abrir los ojos, sentí pesados a los parpados, me costó hacerlo.

Lo primero que vi fue un techo blanco con líneas oscuras formando cuadrados grandes en contraste con un par de lámparas largas, la luz de la bombilla blanca me irritó y volteé a ver a mi izquierda. Mi corazón se alocó al verlo, intenté levantarme por instinto y otra descarga de dolor físico me sucumbió, pero luché con ello y logré mover la cabeza un poco más. Él se acercó a mí, dejando caer a sus audífonos, me ayudó a sentarme porque no pude por mí misma, mi espalda dolía... No, todo dolía.

Él intentó acomodar la cama de modo que pudiera sentarme y recostar la espalda a la vez, fruncí el ceño, observé el lugar, parecía una habitación con un sofá y sillón grises, paredes blancas, la cama era grande, todo estaba limpio y varias máquinas extrañas ubicadas a cada lado de mí, reconocí una que siempre miraba en las películas o series, esa que medía el ritmo cardíaco. "¿Estaba en una habitación de hospital?", me fijé en mis manos, en el dorso de una estaba insertado un tubo fino y delgado (intravenosa), mientras que en una muñeca tenía vendas.

En el rostro de Chad se reflejó muy bien la sorpresa, y ¿alegría? Aunque también había restos de lágrimas en su rostro, mi corazón se estrujó, y después él estaba sobre mí, abrazándome de una manera incómoda, enterré mi rostro en su hombro y empecé a llorar.

Lloré porque todos los recuerdos llegaron a mí como un huracán, lo sucedido en el baño, Verónica golpeándome, Regina lastimándome la piel, Maxon a punto de desvestirme por completo...

Quería que todo hubiera sido una horrible pesadilla, pero no lo fue porque hasta terminé en un hospital.

Intenté corresponder el abrazo de mi novio, me costó... Se separó de mí lo suficiente para que nuestros rostros quedaran cerca el uno al otro, compartimos contacto visual y me perdí en su mirada verdosa. Después él sonrió como si fuera la persona más feliz del mundo y a la vez no pudiera creer lo que estaba sucediendo, me acarició mis mejillas, me besó la frente, mis mejillas, acunó mi cara entre sus manos y me besó, un beso dulce y lento que sabía más a sal de nuestras lágrimas que otra cosa.

—Por favor, no me vuelvas a dejar así, preciosa—murmuro volviéndome a abrazar—. Oh Maddie, oh Maddison, como te extrañé...

—¿Qué? —Logré decir, sentí a mi garganta seca, parpadeé varias veces y el dolor se fue reduciendo cuando me dispuse a acariciar la mejilla de Chad.

Él cerró los ojos con un gesto de dolor, o parecido, y acarició mi mano en su mejilla cuando dijo: —Estuviste en coma por dos meses y dos semanas.

El chico de los audífonos. [Borrador].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora