Capítulo veintisiete

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Sinagoga de Tel Aviv, Israel

ZILOE

Supo que se había quedado dormida cuando el sonido chirriante de la puerta la sobresaltó.

Ziloe se frotó los ojos y bostezó. Por la tenue luz que se filtraba por la ventana entendió que un nuevo día estaba comenzando. Su mirada se centró en la entrada. Eran Yasiel y Graciel.

«No, no, no, no».

Sintió que se erizaba conforme ellos avanzaban hasta la mitad de la habitación. Con la perversidad que exudaban bien podían contaminar el aire.

—Luzbell ordenó que te pongas esto —le dijo Yasiel, al mismo tiempo que le mostraba un vestido de fiesta azul que tenía en la mano—. Dice que esa ropa sucia y manchada de sangre no es la adecuada para presentarse frente al Padre.

En pocas palabras el maldito le recordaba su amenaza.

Ella resopló y los miró con desprecio.

—¿Y qué son ustedes dos?, ¿las criadas que envió para ayudarme?

Ziloe maldijo por dentro su gran bocota. Se sentía entre la espada y la pared, y esa impotencia la orillaba a actuar en forma insensata.

Solo bastó con ver la cómplice mirada que se dirigieron los dos caídos para que se arrepintiera por completo.

—Claro, ¿por qué no? —aceptó Yasiel como si lo hubiera dicho en serio—. Será interesante ver qué ocultas debajo de esos harapos humanos, ver por qué traes a Hariel de cabeza.

Ziloe hizo uso de toda su fuerza de voluntad para mostrarse serena y controlada.

—Lárguense —les exigió con calma—. Saben bien que no pueden tocarme.

Era cierto, ella era una pieza clave, Luzbell los degollaría si le hiciesen daño.

—Yo no sigo tus órdenes, mujer de barro —masculló Yasiel—, y tu novio no está aquí para protegerte. A Luzbell no le importará que juguemos un rato, ¿no lo crees así, Graciel?

El aludido negó mientras sonreía con malicia.

«¡Par de bastardos!»

—¿Ves, Ziloe?, sé una chica buena y no te resistas. No es sensato enfadarme, salvo que quieras terminar como tu amiga.

Aquella referencia la asustó. Ella solo tenía una amiga: Pilly-Kabiel.

—¡¿Que le hiciste a Pilly-Kabiel?! —le preguntó en un grito al caído. Su decisión de mantenerse serena se fue por el caño.

Yasiel se acercó unos pasos. No se frenó hasta estar frente a ella.

—Deberías preguntarme que no le hice —le contestó. Se notaba cuanto disfrutaba ver el horror en su expresión—. Sabes, nunca entendí por qué siempre anduvo pegada como sanguijuela a Hariel, él nunca le prestó mayor atención, en cambio yo, le di mi atención completa por... dos largas horas.

La estúpida risita de Graciel se escuchó de fondo.

—Malnacido —farfulló ella con los ojos húmedos—. Vas a pagar, todos ustedes pagaran. Su hora está cerca.

Ziloe no le quitaba la vista de encima a Yasiel. De soslayo observó como Graciel también se adelantaba.

—Yo digo que te desvistas y nos deleites los ojos —habló Graciel.

Yasiel asintió en conformidad con su propuesta.

Una decena de comentarios ácidos vinieron a su mente, pero los supo en vano. No podía echarlos, era más que obvio que no tenía la fuerza. Si pedía ayuda nadie la auxiliaría, seguir discutiendo no tenía sentido y solo lograría alargar la visita de los caídos.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Where stories live. Discover now