Capítulo cuarenta y cinco

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Bristol, Inglaterra

LILLY-NAIEL

Lilly-Naiel y Tariel no terminaban de despedirse, pese a que venían intentándolo hacía ya un par de minutos.

—Volveré en cuanto pueda —le prometió ella—. No creo que la reunión de querubines se extienda mucho... Rafael suele ser bastante puntual, difícilmente le dé largas al asunto.

Tariel asintió; el azul de sus ojos tenía una nota nostálgica. 

Al término de la contienda, la comunicación con los Cielos se había reanudado. Al hacerlo, ella recibió una orden; debía ascender para ser parte de una asamblea que lideraría el arcángel Rafael y convocaría a todos los querubines existentes. Un rayo de luz los transportaría; Lilly-Naiel debía ir a él, pero aun no hallaba ni el ánimo ni la voluntad para hacerlo.

—Seguramente se les informará cómo proceder para ayudar en la reconstrucción —opinó Tariel—, el desastre que dejaron las tinieblas a su paso dejó a esta pobre tierra irreconocible. Los humanos no podrán solos.

Así era. Ella coincidía, había mucho que hacer.

—Sí, y es probable que en poco ustedes también sean citados. La naturaleza y los seres que viven en ella fueron igualmente afectados.

—Concuerdo —dijo su serafín. Parecían girar en torno a temas impersonales, para de alguna manera esquivar el que más les importaba.

Tariel removía la arena con uno de sus pies evitando su mirada; ella observaba al indómito mar que se agitaba a sus espaldas, huyendo a su vez de sus ojos. Pasó otro minuto ridículamente largo. Lilly-Naiel exhaló sus ansias.

—Bien, ya debería irme —anunció por tercera o cuarta vez, ya no lo recordaba—. Si no lo hago, como dicen, perderé ese tren... o mejor dicho ese rayo.

Él se rio y al fin sus miradas se encontraron. Ya no pudieron apartarlas, tampoco quisieron.

—Creo que es hora —dijo Tariel—. Una cita te espera, y a mí el océano.

Quizás eran ideas de Lilly-Naiel, pero le pareció que en ese momento Tariel brillaba al igual que una estrella en medio del cielo nocturno. Tal vez era el centelleante reflejo del sol del mediodía bañándolo por completo. No supo qué o porqué, pero su imagen le pareció sublime.

El mar lo reclamaba a él, el cielo a ella.

—Bien —dijo Lilly-Naiel.

—Bien —dijo Tariel.

Pero ninguno avanzó ni retrocedió un milímetro.

—A este ritmo no llegaremos nunca a destino —bromeó ella. Se le dibujó en los labios una sonrisa algo traviesa.

—No —concordó su serafín—. Hasta las tortugas son más veloces. Quizás es que a esta despedida le falta algo.

Lilly-Naiel suspiró de alivio al escucharlo. Un segundo más y ella hubiera tomado el riesgo de proponer eso, eso que los dos sabían que anhelaban, pero que les daba la misma vergüenza admitir. Es verdad que estar cara a cara con la muerte le había dado un ímpetu que ahora no poseía, pero el mismo sentimiento estaba ahí, profundo y latente, solo eso importaba.

—¿Qué es ese algo que le falta? —le preguntó ella bajando la voz.

¡Oh, Padre, que fuerte le latía el corazón!

—Tal vez... un beso. —Se atrevió a sugerir Tariel—. ¿O solo los das en situaciones límite?

Ella dejó escapar una risita nerviosa.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Where stories live. Discover now