Capítulo treinta y nueve

69 16 0
                                    

Croydon, Inglaterra

ZILOE

Ziloe sostenía la cabeza sangrante de Thomas en su regazo mientras no paraba de llorar. El cuerpo sin vida de Ana estaba a escasos metros y Finn agonizaba cerca, manchando de rojo los cerámicos color durazno; su sangre angelical filtrándose entre las muescas.

Ella se sentía rota, fragmentada como un cristal que se estrella transformándose de uno en mil; cada pedazo escocía en forma individual. 

Se había despertado de la inconsciencia para presenciar la contienda final entre Yasiel y su ángel. Lo último que recordaba antes del dolor de cabeza y del olvido, era a Finn desvanecido y a Yasiel yendo en pos de Ana, pero al parecer eso había cambiado. Ana tenía su blusa blanca sin tiras impregnada de rojo, un rojo que fluía hasta sus jeans oscuros. Su vida y la que cargaba se habían ido volando como lo hacen los tímidos periquitos al intentar tocarlos. Finn le había atravesado el corazón al caído con su espada, para perder el conocimiento luego, esto producto de una herida profunda en su torso; Yasiel huyó después de eso, escapando por la ventana, moribundo e inestable.

Ziloe había ido primero hacia Ana, se le había escapado un sonido que fue entre un grito y un lamento al percibir su estado. Despuésfue con Finn, sollozó largamente sosteniéndolo entre sus brazos. En última instancia fue a Thomas, él no parecía tan grave, aunque el tremendo golpe que había recibido fácilmente pudo haber sido mortal.

—No, no —repetía sin cesar. No sabía qué hacer ni a quién recurrir, estaba conmocionada, perdida.

Deseó la muerte. Estaba agotada, ya no quería sufrir ni ver a otros sufriendo; su único anhelo era perderse en la nada. La temperatura de Thomas estaba en ascenso. Podía sentir el calor que irradiaba sucuerpo a través de su camisa, entibiándole las piernas. Apoyó la mano en su cabeza, y notó que esta ardía; él comenzó a removerse mas no abrió los ojos.

—¿Thomas? —lo llamó ella, queriendo que su voz lo guiara a la conciencia.

—Ana... Ana —musitó él. Oír su nombre fue doloroso.

Los próximos minutos continuaron así. Obnubilado por la fiebre, Thomas repetía sin cesar el nombre que amaba, ella sostenía en su frente el paño húmedo que había ido a buscar y le reiteraba el mismo llamado. Comenzó a clarear; las piernas de Ziloe estaban entumecidas, Finn estaba mortalmente pálido.

—¿Ziloe? —Ella tenía la mirada extraviada en el empapelado de finas rayas cuando oyó su nombre.

Thomas tenía los ojos abiertos y brillosos. La observaba con evidente confusión.

—Sí, Thomas, ¿cómo te sientes? Recibiste un golpe muy fuerte y tienes fiebre.

Él apretó los ojos con fuerza.

—Me duele la cabeza.

Ella sabía lo que le preguntaría a continuación. Le temió a su respuesta.

—¿Dónde está Ana?

Ziloe desvió la mirada.

«¿Cómo le digo a Thomas que la mujer a la que amaba estaba muerta? ¿Que nunca vería nacer de ella a su primogénito? ¿Que la tragedia había golpeado a su puerta? ¿Que al entrar había arrasado con todo? ¿Cómo se da una noticia como esa?»

Sintió una opresión en el pecho y en la garganta un nudo apretado, pero aun así obligó a sus ojos a mirarlo; era su obligación ponerlo al tanto.

—Ana, Ana esta... —titubeó, sin poder articular aquella palabra nefasta. Las lágrimas que cayeron por sus mejillas completaron la oración.

Thomas pestañeó, ella pudo percibir cómo su respiración se agitaba. Se enderezó de golpe y, apoyando sus manos en el suelo, se terminó de incorporar. Al notar que se tambaleaba Ziloe se apresuró a ayudarlo, rodeando su cintura y siendo su punto de equilibrio. Lo vio buscarla por el salón con expresión desesperada. Ella había cubierto a Finn y a Ana con mantas; a uno para darle calor, a la otra para no sentir aquel doloroso tirón en el corazón cada vez que posaba sus ojos en su inerte anatomía.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Where stories live. Discover now