Capítulo cuarenta y uno

74 17 2
                                    

Los Cielos eternos

ANA

Arrullaba a un pequeño en sus brazos, pero no era al suyo. Este se llamaba Amit, su madre Rebbeca, lo había dejado a su cuidado, mientras ella nadaba un poco en las aguas del lago de cristal.

Rebbeca le había contado que ella había sido una de los dos que se mantuvieron de pie cuando Luzbell pidió le adorasen, y cómo esa decisión conllevó la muerte para ambos. Pero ella no estaba arrepentida, le había confesado, estaba feliz. En primer lugar por haberse mantenido fiel a su fe y a sus principios, por otro por esta maravillosa vida que la estaba esperando ni bien abrió los ojos.

Ana oyó su nombre y se volteó en la dirección en que lo escuchó. Era Marta, su madre, quien la saludaba sentada junto a Valerie y a Donato, en un extenso jardín de flores multicolores. Flores que su niño intentaba meterse a la boca. Ella sonrió y les sopló un beso. Sentía tanta paz.

—Y Amit, ¿quieres un a jugar un ratito con Donato? —le preguntó al nuevo huésped de sus brazos.

Amit gorgoteó feliz. Tenía la piel morena y los ojos negros, era hermoso y muy risueño.

Se puso de pie y se encaminó hacia el jardín donde su familia la esperaba. Su padre estaba haciéndole modificaciones a su casa. En vida había trabajado sin descanso, por fin tenía el tiempo para dedicarse a una de sus pasiones, la arquitectura.

Mientras avanzaba por un camino de hierba lozana, Ana canturreaba una canción de cuna que conocía desde la niñez. Amit la escuchaba, centrando toda su atención en el movimiento de sus labios. En eso estaba cuando un sonido alto y fuerte se escuchó en los Cielos; eran trompetas. Ana detuvo su marcha preguntándose qué significaban. Sisel, una ángel que siempre revoloteaba en medio de los niños, de alas similares a las de una mariposa y sonrisa contagiosa, la miró a los ojos y aclaró sus dudas.

—Son las trompetas del templo. La ansiada orden fue dada... las huestes celestiales descenderán a la tierra.



Croydon, Inglaterra

ZILOE

Era media mañana. Ziloe no había probado bocado, aunque en el departamento tenía algunas reservas. Se sentía fatigada y somnolienta, pero por mucho que lo intentaba no conseguía conciliar el sueño. Y cuando fugazmente lo hacía era solo para tener pesadillas: Mortandad, Ana, Finn, unos ojos completamente negros.

Resignada al insomnio, Ziloe fue por un poco de agua a la cocina. Se sirvió de un bidón un vaso y lo bebió despacio mientras volvía al salón. De reojo vio a Thomas dormido en la cama matrimonial que compartía con Ana. Había llorado tanto sobre su cuerpo sin vida, le había rogado que volviera, le había suplicado que no lo dejara, luego, se había dormido, y en todo ese tiempo no se había vuelto a despertar. Ziloe temía que no lo hiciera jamás.

Antes de volver a sentarse, revisó a Finn. Como le sucedió desde la noche anterior deseó ser Pilly. Ella sabría qué hacer, era fuerte y lista, no se hubiera quedado lamentándose, se hubiera puesto en acción para salvar a los que aún vivían. Pero ella no sabía qué hacer, el cuerpo de Finn era muy pesado para moverlo, Thomas a gatas le respondía. Trató de hacer lo mejor que pudo, pero era claro que no alcanzaba, Finn se moría frente a sus ojos; Thomas estaba encerrado en su dolor y ella solo esperaba un milagro.

Ziloe fue hacia la ventana. A través de los vidrios podía escucharse el ajetreo de cientos de personas. Muchos iban con carteles y fotos buscando a sus seres queridos, otros deambulaban como perdidos, otros tantos colaboraban levantando cuerpos y llevando a los heridos a los centros de ayuda.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz