Capítulo cuarenta y nueve

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Bristol, Londres

LILLY-NAIEL

—Mi pequeña Lilly, la que vio con los ojos del corazón. Nada te detuvo, ni aun los mayores obstáculos pudieron con tu fe, pues cuando parecía marchitarse, sorprendentemente volvía a florecer. Sé lo que te dirán... que fuiste portadora de un mensaje falso, y que no hay gloria en tus acciones, pero se equivocan. Tú no eras la mensajera, pero sí el mensaje. Y este es claro y contundente: Solo el que cree y persevera podrá alcanzar lo deseado, no basta solo con la fe, ni sirven de nada las acciones solamente; pero el que una estas dos fuerzas y camine con ellas, enarbolándolas cual estandarte, ese vencerá, no a alguien más, sino a sí mismo.

»Ahora recibe el galardón de los que peleando la buena batalla, alcanzan la meta.

Mientras Lilly-Naiel descendía meditaba en las últimas palabras que le dedicó el Padre. También en el obsequio que le dio, uno que nunca creyó poseer, pero que en esa misma hora estaba disfrutando.

El sol en su cenit bañaba las costas londinenses en donde ella estaba por aterrizar. Era mediodía y un intenso sol bañaba a la ciudad europea convirtiéndola en un oasis de luz y calor. El viento soplaba calmo, ella podía sentirlo en su rostro y despeinando sus cabellos negros. Cuando sus pies morenos tocaron la arena, Lilly-Naiel aspiró profundamente. En ese instante se dio cuenta de que se había enamorado de la tierra. Ningún planeta creado se le comparaba. Sin pensárselo dos veces se elevó de nuevo, giró en las alturas queriendo embeberse de todo; del cielo y del mar, de la ciudad y de la costa, del aire y de cada rayo solar; se sintió dichosa. Bajar fue otra cosa, aun no dominaba ese arte, así que lo que pretendió fuese un aterrizaje suave y elegante, terminó siendo: ella cayendo de bruces en medio de toda
esa arena dorada. No se molestó en lo más mínimo, es más, rio con frescura y desparpajo. Cuando se puso de pie, sacudió su túnica. Ya no usaba su traje de cuero, lo había cambiado por una vestimenta más acorde a su nuevo rango: una túnica color turquesa pespunteada en hilos de plata. Caminó lentamente hasta la orilla. No había personas en la playa; aún
llevaban el dolor y el terror en la piel, por lo cual la mayoría optaba por recluirse. Lilly-Naiel tenía fe; ya saldrían. Involuntariamente encogió los dedos de sus pies cuando estos tocaron el agua fría. Su mirada café buscó en la lejanía a Tariel. No
había una señal o alguna forma de comunicación entre ellos, pero
Lilly-Naiel sentía que él podría percibirla como ella lo hacía con él. El
anhelo de reencontrarse; no había un llamado mejor.

A los lejos el mar comenzó a burbujear mientras formaba pequeñas olas. Podía distinguirse con claridad un nado lineal y apresurado
acercándose. Cuando la distancia fue corta, Tariel se incorporó sobre su cola. El cabello azul del serafín se adhería a las formas de su cuello y a su torso, húmedo y brillante. Sus ojos del mismo tono se parecían, en aquella áurea mañana, a dos luces reflectantes, dos faros cegadores, encandilaba. Él le sonrió con el amor vibrándole en sus labios delgados.

Tariel se zambulló de nuevo para acortar el pequeño tramo que los separaba. Nuevamente, como en aquella vez, Lilly-Naiel volteó de lado su rostro cuando notó que él salía del agua, dándole tiempo a cubrir su desnudez. Pasados unos interminables segundos llevó su vista hacia el frente y ahí estaba él, vestido con esas ropas claras y frescas que le sentaban tan bien. Sus pies descalzos no dejaron huellas sobre la arena que pisaban, los dos estaban escondiéndose de los ojos humanos, como lo habían hecho antes del terrible descenso.

—¡Tienes alas! —exclamó Tariel, antes de rodearla con sus brazos. Lilly-Naiel se apoyó en su pecho y exhaló lo mucho que lo había extrañado.

—Me las obsequió el Padre —le respondió apartándose un poco, solo un poco—, ¿no son hermosas?, he sido ascendida a ángel mayor.

Tariel gesticuló un ¡wow! que la hizo reír mientras observaba sus alas rosadas.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon