Capítulo treinta y cinco

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Croydon, inglaterra

ZILOE

Se sentó a comer en la mesa; Ana había llevado a Finn a la cocina para tratar algunas de sus heridas (por suerte eran todas leves) dejándola con Thomas para que cenara sopa caliente. Después de la primera cucharada Ziloe se sintió reconfortada, era una noche fría, habían viajado mucho y estaba muy cansada.

—¿Debería llamarte Ziloe o Cecile? Ana me contó que al principio te llamaba con un nombre y después con el otro —se explicó Thomas—. ¿Cuál prefieres tú?

Ella le sonrió; pensaba en su pregunta.

—Soy Ziloe —puntualizó—. Cecile es solo uno de los tantos nombres con los que Finn me bautizó, no sé cómo no se confundía entre uno y otro.

—Sabes que soy Thomas —dijo él a su vez—, pero igual me gustaría presentarme. Soy Thomas Blake, actor, esposo y futuro padre.

A Ziloe le agradó su presentación; le agradaba él, saltaba a la vista con solo mirarlo que era una persona honesta y gentil. Cuadraba a la perfección con la descripción de Ana.

—Felicidades por eso último —le dijo ella antes de llevarse otra cucharada de sopa a la boca.

Los ojos de Thomas brillaron, era evidente que la perspectiva de tener un hijo lo hacía feliz.

—Gracias.

Tuvieron un intervalo de silencio, el cual aprovecharon para terminar de cenar. Thomas suspiró con aire pensativo antes de volver a hablar.

—Ana me dijo que viviste mucho tiempo entre ángeles, una larga temporada con los malos y una más corta con los buenos.

«Malos y bueno», pensó Ziloe, «ojalá fuera tan sencillo».

—Algo así —le respondió—, pues fui testigo de que hay claridad en lo oscuro, como también oscuridad en lo claro.

Thomas se la quedó mirando fijo. Parecía meditar en su declaración.

—Supongo que sí —dijo él—, algo similar al ying y al yang, y ¿cómo fue convivir con ellos?

Ziloe nunca profundizó demasiado en aquellas convivencias con seres sobrenaturales, lo experimentó casi con naturalidad, al fin de cuentas, aunque ella era humana tenía dentro aquel poder que la hacía ser extremadamente longeva.

—No son como nosotros —enfatizó—. Se ven iguales, salvo por sus alas y sus habilidades, pero no lo son. La forma en la que sienten, en la que odian o aman... sus emociones están amplificadas. Igual, su visión de la vida es completamente diferente. Nuestro razonamiento es corto en comparación, por eso es tan difícil comprenderlos.

—Se oye peligroso —se rio Thomas. Ella afirmó con un gesto de su cabeza—. Debió haber sido intimidante para ti el estar rodeada de estos seres tan superiores. Yo me sentiría confuso e inepto.

Zileo caviló en esto. Al lado de Hariel y Pilly, después con Finn, siempre se había sentido así... empequeñecida. Ahora entendía que no era ella la que no daba la talla, sino que nadie la daría. Toda una revelación.

—Siempre me he sentido así —le dijo al respecto de sentirse inferior—, y siempre pensé que era yo, pero acabo de entender que no. Ellos son extraordinarios en su naturaleza. No puede medírsenos de igual manera. Sonará tonto, pero esto me alivia.

—No lo es —le hizo ver Thomas—. Y sabes algo, quizás no seamos tan extraordinarios, pero de hecho sí somos singulares. Nos imaginamos un mundo, y con él, un sinfín de posibilidades por descubrir, e intentamos hacerlo nuestro en los pocos años de vida que tenemos. Somos osados y valientes, siempre empujando nuestros propios límites, aun teniendo conocimiento de que somos en la tierra solo peregrinos fugaces en lo eterno del tiempo.

Ziloe quedó azorada ante la exposición de Thomas.

—¡Nos has descrito muy bien! Y recitado aún mejor.

Los ojos claros de Thomas se iluminaron, sus labios se curvaron en una sonrisa algo tímida.

—Gracias. Me dedico a eso, así que estoy obligado a hacerlo bien.

Rieron. En ese momento se oyó la voz de Ana llamando a Thomas desde la cocina.

—¡Thomas!, ¿puedes venir un momento?

El esposo de Ana respondió un "voy" antes de levantarse de la mesa. Ziloe terminó su cena con una sonrisa cosquilleándole en la comisura de los labios. Tal vez no había hecho un gran descubrimiento, pero esa pequeña revelación la hizo sentirse mucho mejor consigo misma. Quizás no era extraordinaria, pero sin lugar a dudas era singular.



Croydon, Inglaterra

ANA

Ana curaba una herida que se extendía verticalmente en medio de las alas de Finniel. Lo hacía de la manera en la que Melezel le había enseñado.

—¿Te duele mucho? —le preguntó mientras intentaba ser cuidadosa; era bastante profunda—. Se ve dolorosa.

—No, no mucho —dijo él restándole importancia, aunque ella veía que apretaba los dientes cuando la limpiaba.

Debajo de una sus alas corría a su vez un grueso camino de sangre.

—Esta se encuentra debajo de tu ala... Debo levantarla un poco para acceder a ella... no te molesta, ¿no? —le preguntó.

—No, Ana, tranquila... Te resultan extrañas, ¿no es así? —le preguntó Finniel.

—Sí —dijo elevando su ala un poco, y asombrándose por la suavidad de esta—. Son muy hermosas... ¿cómo se sienten?

Finniel tardó unos segundos en responder.

—Como un brazo o una pierna, no son esenciales para vivir, pero si no las tuviera me sentiría lisiado.

—Entiendo —dijo ella y luego cambió de tema—. Entonces... él venció, ¿qué sucederá ahora?

Un suspiro acompañó las palabras del ángel guardián.

—No tengo un plan, si a eso te refieres, Hariel nos traicionó, como era predecible, y ahora está de nuevo con ellos. Se perdieron casi todos los ángeles de nuestro Ejército y antes de irme con Ziloe vi que se llevaban cautivos a los pocos que quedaban. Solo sé que debo protegerla a ella, evitar que se la lleven y asciendan, pues si eso ocurre... sería una catástrofe.

—Entiendo, y ¿Melezel también fue apresado?

—Murió, Ana. Estuvo conmigo desde el principio... Su pérdida fue un golpe duro —le dijo el ángel, dejando que sus palabras reflejaran su pena.

—Sí, es muy triste, parecía alguien lleno de bondad, siempre voy a recordarlo pues fue él quien me dijo que esperaba un hijo —rememoró—.Me falta un poco más de agua limpia llamaré a Thomas para pedírsela.

Ana llamó a su esposo. Cuando llegó le pidió que le alcanzara más agua mineral de la despensa. Thomas buscó en el mueble, tomó un bidón pequeño y lo dejó sobre la mesada.

Unos minutos después, Finniel se puso de pie cuando Ana le avisó que había concluido con la curación.

—Les agradezco mucho la ayuda, pero ya debemos irnos, los ponemos en peligro al estar aquí —decía Finniel cuando se escuchó un grito.

Él salió primero a ver el motivo; Ana y Thomas lo siguieron.

Allí pudieron ver la causa. Yasiel había entrado furtivamente y había amarrado a Ziloe a la puerta con el cable del teléfono. Ella forcejeaba y se retorcía.

Su voz gutural solo articuló unas palabras.

—Vine solo a buscar a la llave, pero quizás me lleve dos cabezas y un par de alas como souvenir.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora