Capítulo treinta y ocho

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Sinagoga de Tel Aviv, Israel

HARIEL

Llevaba a Pilly-kabiel de la mano. Hariel cruzó con ella la puerta principal, el alba estaba cercano, y el aire húmedo. A pocos metros Uriel estaba de pie; Lumiel lo sostenía.

Quizás él debió sorprenderse por hallarlos juntos siendo que hasta hace poco eran enemigos, pero a decir verdad, ya nada lo sorprendía, empezando por sus propias acciones.

—¿Y estos?—le preguntó Pilly-kabiel, dirigiendo su mirada a la singular pareja.

Hariel encogió los hombros, expresándole con ese gesto un "ni idea"

Los dos caminaron un par de pasos hasta llegar donde ellos estaban.

—¿También se van?—les cuestionó él.

Tanto la caída como el arcángel lo miraron; primero sus ojos, luego la sangre que portaba como evidencia palpable de las habladurías que corrían tan rápido como un reguero de pólvora.

La que contestó a su pregunta fue Lumiel.

—Si...y por lo que veo es verdad lo que dicen. Lo asesinaste.

No hubo inflexión alguna en su voz, la muerte de Luzbell parecía no significarle nada.

—Obtuvo lo que merecía—declaró Hariel, sin dar más detalle del asunto.

Ella asintió despacio.

—Así que...esa fue la razón por la cual me heriste—dedujo Uriel. Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza—Podrías haberme avisado, ya sabes, para estar más preparado.

—De esa manera no hubiera sido tan creíble—le respondió—Aparte de haberlo sabido Pilly, no me hubiera dejado. A pesar de sus diferencias ella te quiere mucho.

Pilly-kabiel rodó los ojos. Hariel sabia que ella no era partidaria de las sensibilerias, pero aun así no negó lo dicho.

Uriel comenzaba a decir algo al respecto cuando una voz detrás de ellos intervino.

—¡Cuanto sentimentalismo!...que escena tan patética.

Los cuatro se voltearon, Hariel se encontró con la encolerizada mirada de Abdi-xtiel.

No recordaba haberle oído tantas palabras juntas desde que lo conoció allá en los cielos.

—Siriel, Graciel, Qirel, todos están muertos, Luzbell también—le informo él. Los labios del caído se tensaron—Nosotros nos vamos. Dí la orden a las filas para que se dispersaran, no me cuestionaron, creo que ellos también estaban hartos de todo este teatro. Deberías hacer lo mismo Abdi-xtiel, irte, y rápido.

Abdi-xtiel sonrió con ironía. Sus largos cabellos flotaban a su alrededor como si fueran serpientes a punto de atacar. A Hariel le hizo gracia pensar que se parecia a Medusa.

—¿Irme?, ¿adónde Hariel?, ¿a pedirle piedad al Padre?, ¿a esconderme entre los humanos?—inquirió mientras avanzaba hasta ellos despacio—No, el plan sigue. Volveré a reunir al ejercito, tomaré a la chica, y subiré a los cielos.

Hariel bufó. No esperaba que alguno de ellos quisiera continuar, no sin el que los lideraba.

—Abdi-Xtiel —lo nombró, armándose de paciencia—. Nos equivocamos en grande al seguir a Luzbell y sus delirios de grandeza. No persistas, solo olvídalo. Ninguno de nosotros merece ese trono. Es Suyo y solo a Él le pertenece.

El pecho del caído se elevaba con cada respiración profunda y violenta.

Hariel anticipaba su respuesta y no se equivocó.

En el refugio de sus alas (Disponible en Físico)Where stories live. Discover now