Capítulo 17

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KAYDEN

La claridad se cuela por las rendijas de la persiana golpeándome en el rostro sin ninguna piedad. Me revuelvo en la cama y extiendo mi brazo con la intención de rodear a May con el y pegarla contra mi pecho pero en su lugar me encuentro ese lado de la cama vacío. Todavía puedo sentir el calor de su cuerpo en las sábanas por lo que puedo deducir que se ha levantado hace poco tiempo. Son las siete de la mañana, no tendría que estar en pie a estas horas.

A regañadientes me levanto y camino por el piso mientras me froto los ojos, todavía tratando de despertar por completo. Con cada paso que doy el frío de las baldosas penetra en las plantas de mis pies. Me siento realmente cansado, como si viniera de correr una maratón.

Echo un vistazo al salón y cuando no la veo ahí sé donde voy a encontrarla. Antes de dirigirme hacia allí cojo la sudadera negra que dejé anoche sobre el respaldo del sofá y me la pongo. El clima de aquí es engañoso, un día cálido que llega repentinamente lo pagamos con una secuencia de días fríos.

En cuanto pongo un pie en la cocina me la encuentro sentada en la encimera, con una pierna sobre el mármol y la otra colgando en el aire. Tiene uno de esos viejos libros que tanto adora en sus manos y está tan absorta en lo que lee que no se da cuenta de mi presencia.

Lleva una de mis camisetas y por la posición en la que está sentada mi vista se deleita con la desnudez de sus piernas y ese trocito de culotte, que tanto me gusta, cubriendo parte de su culo. Su piel está erizada, tiene frío, pero ella prefiere estar congelándose a dejar el libro de lado por unos segundos e ir a por una chaqueta. Estoy segurísimo que no es la primera vez que lo lee. Es más, me atrevo a decir que prácticamente se lo sabe de memoria pero no importa, no a ella. Es otra de sus dulces manías que me hace quererla cada día más.

Su pelo está desaliñado y junto con esas grandes y redondas gafas plateadas, tipo vintage, le da un aspecto totalmente sexy y de inmediato siento una descarada punzada en la entrepierna.

Joder, soy un puto débilucho cuando se trata de ella. Antes de abrir la boca para tener su atención recoloco el pantalón del chándal y cojo aire mientras intento pensar en cualquier otra cosa para que el problema que tengo dentro de ellos disminuya.

—Hey— digo suavemente para no asustarla pero no funciona y da un tierno brinco al tiempo que pega el libro contra su pecho. Las gafas resbalan por su nariz de una manera adorable provocando que un delicioso color rojo se expande por sus mejillas.

«Dios, es preciosa.»

—Hey— sus grande ojos me miran fijamente y deja escapar una tímida sonrisa—¿Qué haces despierto tan temprano?

—Eso tendría que preguntártelo yo a ti pero voy a responder a tu pregunta— digo dando unos pasos hacia ella—. No me gusta despertar y no tenerte. Y tu olor impregnado en la almohada no ayuda en absoluto, ¿sabes?—acaricio su cuello con delicadeza provocando que cierre los ojos y entreabra esos carnosos y rosados labios— Sólo me recuerda lo mucho que quiero abrazarte y si no estás no puedo hacerlo.

Maia apoya su cabeza contra mi mano, que todavía sigue acariciando su acaramelada piel, y cierra los ojos por unos segundos regalándome una de esas sonrisas por las que haría cualquier cosa sin importar qué.

—Lo siento— y deposita un beso en el interior de mi muñeca—. No era capaz de dormir y si no dejaba de moverme te acabaría despertando. Te veías tan tranquilo y relajado que no quería despertarte.

Sujeto su preciado libro y coloco el marcador entre las páginas antes de cerrarlo y dejarlo sobre el mesón. Sonrío al ver el marcador y juro que siento como mi pecho se hincha con una sensación placentera cada vez que lo hago. Es una foto de nosotros. Cuando todavía estábamos en el centro. Estamos sentados en la parte baja del tobogán y tengo a May sentada entre mis piernas, con su espalda apoyada contra mi pecho. La rodeo con mis brazos y ella se aferra a ellos en un agarre decido y firme. Maia sonríe a la cámara de esa forma tan única y genuina mientras yo la miro a ella. Ya en ese entonces la miraba como si nadie más existiera para mí y es así, desde que la conocí sólo existió ella en mi vida. Antes de eso, y siendo un niño, creía que después de lo sucedido nunca encontraría a nadie más. Que yo nunca sería capaz de abrirme a alguien desconocido de ninguna manera. Pero entonces llegó ella y rompió todos los muros que me mantenían encerrado en mí mismo.

Mi Primera Maravilla ©Where stories live. Discover now