Capitulo 27

525 45 3
                                    


Ya comenzaba a anochecer, cuando por fin se encontraron en un callejón sin noticias haberla encontrado aún. Se habían dividido por la ciudad y llevaban días buscándola. Apenas habían comido, no podían hacerlo sin saber que estaba bien. La barba incipiente asomaba en consonancia con la tristeza que estaba viviendo en esos momentos. Todo se había vuelto nublado. Hina había llegado arrasando como un huracán en sus vidas; había llenado de luz, de alegría, de chispa y vitalidad cada rincón de su alma y de su hogar; y ahora había desaparecido, llevándose tras de sí toda esa felicidad que les había obsequiado.

¿Qué habían hecho para asustarla? ¿Que hecho tan grave había ocurrido para que desapareciera así? Cansados se dirigieron a su casa, se ducharían y volverían a la búsqueda. No podía haber sido tragada por la tierra.

―¿La quieres lo suficiente como para renunciar a ella? ―Menma miró a su hermano con tristeza, su voz quebrada con un nudo en la garganta.

La risa ahogada dolorida de su hermano le confirmó que sufría de igual manera.

―Si no nos aceptara juntos y ―sostuvo su mirada― te eligiera a ti, me retiraría para que fuerais felices, Menma. No me puedo imaginar la vida sin ella, pero menos, saber que yo obstaculizo su felicidad o la tuya.

―A mí también me importa, tío. Y si soy yo el problema me voy. Si eso ocurriese juro que no voy a molestarlos ni a guardarles rencor. Sólo necesito saber que está bien.

―Y yo. No quiero pensar en que algo le pasó. Ya no sé dónde buscar, por primera vez no tengo ni puta de idea de nada. ―Angustiado miraba a su hermano―. Tiene que estar bien.

―Vamos a casa. ―Menma se sentía igual que su hermano―. Estamos hechos una mierda. Nos damos una ducha, nos preparamos un sándwich y volvemos a la carga.

Ambos se dieron una palmada en el hombro y siguieron avanzando.

Al llegar a casa sintieron de nuevo aquel hueco vacío, anidado y suspendido en su interior. Desesperanzados abrieron la puerta, y se adentraron en la penumbra. Y como si de un golpe se tratara, llegó a ellos el inconfundible olor a su Hinata. Inhalaron como si estuvieran a punto de ahogarse. El terror de no encontrarla nunca más los mantuvo unos segundos inmóviles en el vestíbulo de su hogar.

Una suave música proveniente del salón les sacó del sopor. ¿Era posible? ¿Había vuelto a casa? Avanzaron despacio y con miedo de que aquel esperanzador deseo se rompiese en mil pedazos si se dejaban llevar por el entusiasmo.

Se quedaron atónitos por el cambio en el salón. Todo estaba cubierto por suaves sábanas vaporosas, difuminado la luz en multitud de tonos verdes y dando un toque irreal al entorno. Era como si hubieran entrado en un mundo místico. La terraza estaba abierta, una suave brisa provenía del exterior, moviendo suavemente las cortinas. De pronto, una sombra los alertó. Sus instintos les alertaba que el objeto de su afecto estaba por hacer su entrada.

Una hermosa hada azul entró al salón. Era una visión sensual, voluptuosa, vaporosa y decadente. El corsé se ajustaba a sus sensuales curvas como una segunda piel, haciendo destacar el delicioso escote coronado por su apetitoso pecho. Su cintura estrecha y sus caderas redondas cubiertas con aquella falda en picos dejaban muy poco a la imaginación. Y esas piernas, ¡Dios Santo!, esas torneadas y largas piernas que los habían abrazado firmemente a la cintura, iban más desnudas que el crudo deseo que sentían por ella. Como último toque a aquella visión unas alas a su espalda le daban un aura etérea.

A pesar de dolorosa ausencia y del ferviente deseo que sentían, no querían saltar y abordarla. Necesitaban acercarse despacio hasta estrecharla entre sus brazos y aferrarse a ella, para asegurarse de que jamás volvería a desaparecer.

Tres no son multitudWhere stories live. Discover now