Capitulo 8

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El calor era tan agobiante que podía sentir las gotas de sudor en su piel. Jadeaba sin encontrar donde poder calmar aquella temperatura. Su ropa la asfixiaba, pero aún no quería quitársela. Necesitaba encontrar algún lugar donde pudiese refrescarse.

Comenzó a caminar por la blanca y fina arena hasta que llegó a una pequeña cabaña. Al abrir la puerta se encontró en un salón que le resultaba familiar.

Ahí estaba lo que despertaba aquel calor calcinante. Lo supo porque al verlo nació una urgencia apremiante por saciar un hambre devoradora y enloquecedora. La joven no podía apartar sus ojos del hombre delicioso que estaba de espaldas a ella, sin más ropa que una toalla cubriendo sus estrechas caderas. Su cuerpo reclamaba con urgencia ser saciado y ella no encontraba la manera de frenar aquel anhelo.

Hina se lamió los labios y avanzó admirando al adonis.

Definitivamente, ese no era Toneri, pero no podía negarse a esa imitadora atracción que sentía.

―Tengo calor ―susurró más para sí que para él, mientras iba desabotonando su blusa.

El hombre estiró los brazos a cada lado dejando apreciar la musculosa espalda. Hinata dejó caer la blusa al suelo. Sentía los pechos pesados y necesitados. ¿Por qué no la dejaba verlo? A cada paso que daba, la distancia parecía alargarse. Dejándola ansiosa y anhelante de él.

―Déjame llegar. ―Suplicó a aquel tortuoso camino hacia el hombre que podía darle liberación.

Llevó su mano al frente de la falda, subiéndola solo un poco para poder comprobar que sus muslos estaban empapados. Una perla de sudor se resbaló por su canalillo, y otras dos corrían entre sus piernas. Subió un poco más su mano sintiendo sus bragas empapadas, reconoció ese sutil aroma de excitación.

Gimió al darse cuenta cuál era su necesidad, y sintió una punzada de dolor en su vulva al reclamar la saciedad. Un delicado dedo rozó sus bragas recogiendo aquella dulce humedad. Se lo llevó a la boca para acallar el gemido que salió de forma inconsciente.

―Te necesito. ―Confesó ―. ¡Por favor ayúdame!

De golpe la distancia que los separaba se acortó, dejándolos tan cerca que al extender su mano pudo tocar la piel de aquel que su cuerpo clamaba.

―Entonces... ―El hombre se giró lentamente descubriendo al espécimen que le había dado la espalda. Era su nuevo compañero de piso, N.M. La miraba de una forma que nadie jamás lo había hecho: Con deseo descarnado, prometiendo saciar y calmar aquella fiebre―. Quizá necesites que te quitemos ese calor.

―¿Que me quitéis? ―no pudo continuar cuando un soldado imperial la despojó de la falda dejándola en sostén y bragas.

―Nosotros ―el soldado contestó con una voz casi igual a la de N.M. Se encontraba a su espalda y agarró sus pechos entre sus manos―. Tenemos la cura para este calor que sientes.

Hina se recargó en el pecho dejándose hacer. Sus manos se elevaron sobre su cabeza hacia el casco de quien la tenía tan firmemente sujeta. Con lentitud lo quitó dejando al descubierto el rostro del mismo casero. Se fundieron en un beso delicioso mientras su compañero de piso, que seguía frente a ella, se quitaba la toalla mostrando un duro miembro despierto para ella.

―Alejaremos toda esa fiebre ―confirmó con voz ronca poniéndose de rodillas frente a ella―. Te alimentaremos y nos alimentarás.

Le fue retirando dulcemente las bragas lamiendo, besando cada parte descubierta, revelando el delicioso pubis en forma de un diminuto triángulo de vello.

Tres no son multitudHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin