Capitulo 10.

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La vida de Lucy Vives no era precisamente color de rosa. Si bien era cierto, la pelinegra tenía todo resuelto en su vida. Tenía familia, amigos, un hogar, un adorable Pug que le hacía compañía siempre que regresaba a casa, un empleo que pagaba extremadamente bien. Tenía todo lo que una persona soñaba con tener a sus veintiséis años. Salvo claro, que no tenía al amor de su vida para compartirlo.

Lucy siempre creyó que nunca le haría falta esa persona que al volver a casa te preguntara cómo estuvo tu día. Que al finalizar la jornada laboral te emocionara la idea de que había una persona especial esperándote. Que no importara si había sido un día bueno o malo, porque al llegar tendrías unos brazos en los que refugiarte. Lucy siempre fue esa amiga soltera que se burlaba del resto de sus compañeros cuando éstos alegaban que tenían que volver temprano a sus hogares porque sus novias o esposas los esperaban para cenar. Siempre fue la oveja negra que prefería salir a bares, conocer chicas, llevarlas a la cama y despedirlas por la mañana. Sin compromisos, sin palabras bonitas, sin promesas vacías, todo simple y casual. Y vivía bien con eso. O al menos, eso pensaba. Si, había tenido relaciones que eran más que una calentura o cuestión de una noche. Pero por más que tratara, ella sabía que el compromiso no era lo suyo. Su instinto de ser una mujer libre siempre terminaba apareciendo ocasionando que arruinara las pocas relaciones medianamente serias que tenía. A veces pensaba que quizás ella no había nacido para ser de esa clase de persona que podía cambiar por amor. Y le aterraba la idea de que esa fuese su realidad para siempre. Que por más que tratara, nunca pudiese cambiar para ser lo que Lauren merecía.

La pelinegra sabía que no debía presionarla. Era por eso que se había mantenido al margen los últimos días. Si quería recuperar lo poco que ella y Lauren tenían debía ir despacio. Por una vez, estaba anteponiendo la felicidad de alguien más sobre la suya propia. Ella sabía que de tratarse de alguien más, de cualquier otra chica, o bien la hubiese acosado hasta que ésta cayera rendida a sus pies, o simplemente hubiese pasado de ella y conseguiría otra a la que calentarle las bragas. Pero esta vez no podía ser así. Si ella quería conquistar a Lauren tenía que ser todo lo que no era habitualmente. Y aunque le desesperaba no poder verla todo el tiempo y abrazarla o aparecerse en su casa con películas y helados como en los viejos tiempos, tenía que limitarse a lo que funcionaba. Y por el momento, lo que le funcionaba era no atosigar a la ojiverde con su presencia.

La pelinegra miró su reloj de muñeca y supo que ya era hora del almuerzo, lo que significaba que era hora de buscar a Lauren. Le había dado espacio suficiente como para que la chica no declinara una propuesta a almorzar con ella como en los viejos tiempos. O al menos tenía la esperanza de que no lo hiciera. Por un momento el miedo la invadió al pensar que quizás ella le dijera que no y le pusiera una de esas excusas de las que ella estaba ya cansada de escuchar. Pero no era el momento para acobardarse, si quería a la chica, tenía que ir por ella.

Lucy tocó la puerta de la ojiverde con su habitual toque de dos golpes seguidos como siempre hacía cuando iba para que ella supiera que era ella. Pasaron apenas dos segundos que le parecieron horas cuando por fin escuchó que la ojiverde gritaba un Adelante. Por lo menos no había fingido que no estaba ahí. La pelinegra pasó y entonces la vio sentada en su escritorio que estaba al tope de planos con rayas de marcador rojo que ella supuso se debían a las modificaciones que le estaba haciendo la morena. Se veía tan espectacular como siempre. Llevaba una camisa de vestir blanca con el cuello abotonado, unos pantalones de cuero negro que hacían resaltar sus majestuosas piernas. Un chaleco negro sobre la camisa y por supuesto como no podía faltar en el atuendo de la chica, unos tacones negros. Hubiese podido disfrutar más de su apariencia si no se hubiese fijado de inmediato en los círculos negros que descansaban bajo sus ojos que se encontraban descubiertos ya que la ojiverde tenía sus anteojos encima de la cabeza. Lucía incluso mayor de lo que en realidad era. Verla así le ocasionaba un nudo en la garganta ya que, si ella bien sabía que era parte de su trabajo, también sabía que la ojiverde tenía muy poca tolerancia al estrés, y le preocupaba sobre manera que pudiera tener otra recaída gracias a él.

Love Only; Camren.حيث تعيش القصص. اكتشف الآن