No, no soy rubia, es mi apellido

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Me llamo Cristina Rubio y mi historia es bastante extraña. A día de hoy no he encontrado respuestas para todos los extraños y divertidos (tengo que admitirlo) sucesos. Empezaré por el día en el que por accidente, fui un daño colateral.

...

Fue un día malo, bastante malo. A primera hora tocó gimnasia.

Empezábamos bien.

Nos moríamos de frío, y al profesor se le ocurrió la brillante idea de correr al aire libre en el campo de fútbol.

Yupi. ME MUERO DE GANAS.

Mientras estaba corriendo, me vinieron náuseas y mareos, así que tuve que parar.

Era muy raro ya que, no tengo la tensión baja y juego al fútbol; y en el fútbol hay que darlo todo (cosa que aprendí del Raimon).

Ana también se había mareado, pero eso era normal en ella y estaba acostumbrada porque tenía baja la tensión.

Simón estaba sentado en el banquillo y me acerqué a él. Mientras conversaba con él, me dieron una ganas de vomitar terribles. Simón aviso al profesor y Ana me acompañó al baño. Con suerte, pude vomitar en el váter y no en frente de los demás.

Vaya, por una vez teníamos buena suerte.

Raro, ¿No?

Era 7 de noviembre, y mis amigos me felicitaron y algunos muy malvados, me tiraron de las orejas. Aunque, siendo sinceras, por más que los llame amigos, no lo son realmente. Era verdad que me había reído con ellos y que los quería, pero no estaban ahí cuando los necesitaba de verdad y parecía más bien, que sólo me hablaban por interés. La única que merecía la pena y que se había molestado en conocerme hasta lo más profundo de mi alma, ha sido mi mejor amiga, Ingrid.

Era la típica chica popular, sexy, rubia, rompecorazones y perfecta. Pero, aparte de todo eso, tenía un corazón de oro. Siempre dispuesta a ayudarme, por más que yo fuera todo lo contrario a ella. Era loca, divertida y tenía las ocurrencias mas estúpidas que hubieras escuchado jamás.

¿Qué si alguna vez me he sentido diminuta e ignorada a su lado?

Claro.

Ojalá hubiera sido como ella. Yo solo era una simple nerd otaku, y a mucha honra no me malinterpretéis, que no llamaba la atención y que jugaba al fútbol sala femenino. Y cuando digo que soy lo contrario a ella, no me refiero solo en la personalidad y estatus social, también físicamente.

Yo soy morena, de ojos castaños oscuro, bajita y uso gafas cuando no veo el encerado. Suelo ser un poco psicópata cuando me obsesiono y si eres una de esas personas más falsas que un billete de tres euros, ya estas en mi lista negra para siempre.

Pero a pesar de todo, yo era feliz. El ser o no ser popular, no es que me interesaba y reconozco que tenía mucha autoestima, así que lo que me dijeran no me importaba. Sabía que Ingrid me quería igual que yo a ella.

— ¿Fuiste a buscar el libro? —dijo entrando en mi habitación.

La voz de mi madre me había sacado de los ejercicios de Lengua Gallega. Miré a mi madre, sin saber a que se refería.

— ¿Qué libro? —le pregunté con la cabeza ladeada ligeramente hacia un lado. Ella suspiró con pesadez y dio unos pasos más adentrándose en la habitación.

— El que tenías que leer para Lengua. —me sonrió mientras negaba con la cabeza— ¿En que mundo vives Cris? 

Ojalá viviéramos en el mundo de Inazuma Eleven...

Ya, ojalá.

Sacudí mi cabeza de un lado a otro intentando quitar esos pensamientos de mi cabeza y prestarle atención a mi madre.

— Venga vamos a por él. —se dio la vuelta y salió por la puerta con paso lento.

— ¡Si mami! —me levanté de la silla con una gran sonrisa.

Era otoño, casi invierno, así que me puse un abrigo de invierno y cogí las llaves. Salimos del edificio bajando por las escaleras. Luego de unos cuantos metros, mi madre, que estaba detrás mía, habló:

— Esta lloviendo... —me giré para verla y paré de andar— ¿Puedes ir a por un paraguas?

Bajé la cabeza. Aun no me encuentro muy bien y, aunque viva en el primer piso... Pufff... Qué pereza.... Levanté la mirada hacia ella con mi cara de "¿Tengo que ir yo?". Ella se cruzó de brazos y alzó una ceja. Enderecí la espalda, respiré hondo y le sonreí.

— Claro. —caminé hacia el portal mientras colocaba mis manos en los bolsillos.

Saqué las llaves y abrí la pesada puerta de metal, para luego pasar el hall y mirar con odio a las escaleras.

Mis viejas enemigas las escaleras.

Nos volvemos a ver.

Fruncí el ceño. Empecé a andar hacia ellas, cuando un sonido de disparo me alertó, e instintivamente me quedé en shock.

¿Realmente ha sido un disparo? ¿Ha sonado en el edificio?

Volví a escuchar otro sonido diferente. Alguien estaba bajando las escaleras muy rápido.

Y otra vez el mismo sonido.

Un hombre apareció por las escaleras. Me apuntó y disparó. Todo pasó muy despacio, como si el tiempo hubiese parado y me hubiera dejado ver como la bala venía directamente hacia mí, impactando en mi cuerpo y este siendo víctima de la gravedad poco a poco. Recuerdo que todo me daba vueltas, y sentía un terrible dolor en mi pecho que cada vez se hacía más intenso. Acerqué mi mano a mi pecho, a la altura del corazón.

Mucha sangre brotaba de la herida y yo me retorcía en el suelo por el increíble dolor que abrasaba todo mi cuerpo.

Observé con dificultad como los vecinos bajaban corriendo las escaleras y se quedaban unos minutos en shock al verme, para luego acercarse a mí y empezar a preguntarme cosas que yo no lograba entender. Seguían bajando vecinos por las escaleras y recuerdo poder distinguir algunos chillidos de horror y como aclamaban desesperadamente que alguien llamara a una ambulancia. También recuerdo que cada vez me iba quedando sin más fuerza y mis párpados querían cerrarse, cansados y pesados. El vecino de la puerta de al lado era un conocido de mi familia, y se dedicaba a alejar a mi madre de mí y consolarla. En ese momento me alegraba de no poder verla. No quería verla sufrir antes de que me muriese.

Empecé a llorar instintivamente. Sabía que no me quedaba mucho tiempo antes de que me invadiera la oscuridad. No podría volver a ver a Ingrid, ni a mi tía ni mis abuelos, tampoco a mi padre ni mi hermana mayor, pero, al menos he podido pasar mis últimos momentos con mi madre. Adiós a las cenas en familia, los partidos de fútbol, a el rico sabor de una buena comida, a todas las primeras experiencias... Recuerdo haber cerrado los ojos con fuerza y pensar en Inazuma Eleven. Pensaba en que si pudiera simplemente ver a Axel una vez en persona, sería feliz para toda la vida. En poder hacerme amiga de todos y por fin conocer a Mark, esa gran persona que me ha enseñado muchas cosas y que me ha hecho ser como soy.

La sangre sale de mi boca y su amargo y metálico sabor Invadió mi sentido del gusto. Juré haber escuchado la sirena de la ambulancia, pero era difícil acertar ya que un constante pitido estaba presente en mis oídos. 

Volví a cerrar los ojos y cría que esa vez era para siempre, pero antes, en mi mente apareció una imagen de Axel.

Sonriendo.

La jugada perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora