Capítulo 82

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"Para quererte a medias, es mejor que no te quieran en absoluto. Algunas mitades no hacen piezas de rompecabezas."

—Kyle, vete —pedí.

—No creo que...

—Ahora, por favor.

Podía sentir sus ojos yendo y viniendo entre la mujer y yo. Insegura, se puso de pie y tensó al pasar junto a la extraña.

Tragué saliva con fuerza. La señora frente a mí parecía sacada de un círculo de élite, llena de joyas y artículos de diseñador. También parecía que acababa de salir de la peluquería. Tenía el cabello castaño y liso hasta los hombros, si una cana para su edad, enmarcando un rostro de facciones sencillas y, para mi sorpresa, sin una gota de maquillaje.

—¿Quién es usted? —repetí.

—Tu ma... —Corté la suavidad de su voz.

—No. Quiero saber tu nombre. Quiere que me digas quién eres en el mundo.

Dio un paso en mi dirección y retrocedí por instinto. Cuando me sostuvo la mirada, me encontré con un par de ojos cafés que eran familiares.

Los veía en Becca.

Los veía en mí cada vez que me miraba al espejo.

No puedes ser real.

—Soy Victoria Bélanger de Fontaine —dijo juntando las manos en una postura de autocontrol a pesar de la emoción que brillaba en su rostro—. Rebecca y tú son mis hijas.

Instantáneamente vino a mí el artículo de revista que había leído semanas atrás, sobre Rose Bélanger de Fontaine. Lo había encontrado mientras buscaba pistas sobre el significado de las últimas palabras que Mary le dijo a Félix: La corona de Australis tiene un linaje impuro.

—Eres la esposa del Duque de Rebtenstein —reconocí confundida, negando con la cabeza—, y yo no soy hija de ninguna duquesa. 

—Quirón es monarca de Rebtenstein, un pequeño país en la península ibérica. —Parecía temer que me volviera loca por la forma en que enterré ambas manos en mi cabello—. Es mi esposo y también tu padre.

—Estás mintiendo —acusé respirando cada vez más rápido—. Tus hijos son Rose y William, y jamás creería que una madre como tú es capaz de abandonar a dos de sus hijas en uno de los peores orfanatos de la ciudad y largarse para criar a sus otros dos hijos en un continente distinto con todos los lujos del mundo.

—No las abandoné —defendió con palabras atropelladas, en el intento de que le creyera.

Sus ojos se cristalizaron ante la desesperación que sentía.

—¿Crees que voy a creer las palabras de un extraño? —espeté con amargura—. ¿Cuál siquiera sería tu excusa? Estoy segura que darías la vida por Rose y Willian. Seguramente fueron criados con amor y una corona sobre sus cabezas desde niños. Me niego a creer que mientras veías eso yo estaba pidiendo un mísero trozo de pan en las calles.

Estaba enojada. Siempre había querido saber sobre mis padres biológicos, pero aquella me pareció una historia falsa y cruel. ¿Qué peor que te dejen para querer a otros? Era distinto si eras un padre o madre que no podía querer en absoluto o mantener a tus hijos.

—No puedo ser tu hija y tú no puedes ser mi madre. Por favor, vete. No sé quién te envió a hacer esto, pero ya hemos acabado.

¿Y si era un truco de las personas que tenían a Glenn?

¿Una duquesa abandona a sus hijas cuando puede encargarse perfectamente de ellas? ¿Cuando puede darles techo, comida y amor de sobra? ¿Cuando vive rodeada de cámaras por ser una figura pública?

¿Dónde diablos estaba el sentido en eso?

—Lo eres, y lamento haberme enterado de ustedes después de diecisiete años —susurró herida.

Hice un ademán a la puerta.

—No quiero escucharte, te dije que...

—Pensé que estaban muertas —añadió, y noté que las manos le temblaban sin control y por eso las mantenía juntas.

Quería echarla, pero algo en mí necesitaba oír cualquier cosa que quisiera decirme, fuera o no verdad. A pesar de que mantuve la mano señalando la puerta, no volví a hablar.

—Tenía tu edad cuando me enteré que estaba embarazada —dijo entre lágrimas, intentando no derrumbarse—. Había conocido a Quirón en un acto de beneficencia. Su madre iba a donar más de diez mil euros a un orfanato. En realidad, al mío para ser específica. También viví en uno.

Por cada latido venía un corte. Mi corazón se rindió ante ella porque la tristeza de otros siempre me afectaba como si fuera mía.

—Su madre era nuestra monarca y él tenía el título de príncipe. No sé cómo ocurrió, solo sé que algo nos conectó. Tuvimos una historia de amor a escondidas hasta que supe que tu hermana y tú venían en camino. —Caminó hasta la camilla y se sentó mirando sus zapatos. Me acerqué con cautela, sabiendo que su cabeza seguía en el pasado—. Fueron un error, pero nunca me arrepentí de ello... Quirón tenía un futuro prometedor y cargado de prestigio por delante mientras yo no tenía nada, pero a él no le importó. En lugar de enojarse y enloquecer, sintió miedo pero también alegría al saber del embarazo, porque al fin y al cabo era algo que habíamos hecho juntos y me quería.

Me petrifiqué cuando levantó la vista. Había rencor allí, uno muy oscuro.

—Tu abuelo no lo aceptó. Me odiaba y las odió a ustedes por ser mis hijas. —Exhaló despacio y se apartó el cabello del rostro, mostrando seriedad—. Nacieron el 31 de diciembre de 1999 y fueron dadas de muertas antes de medianoche.

Sus palabras impactaron en mí peor que una bala.

—Jamás las abandoné porque jamás supe que estaban vivas —finalizó.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora