Capítulo 27

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KILIAN

En mi camino hacia el Pub Pentagrama, los primeros rayos del amanecer asoman entre las casas. Es increíble que la noche haya pasado tan rápido.

Aparco en frente de la puerta sin molestarme en dejar la moto bien colocada. Ahora no estoy como para preocuparme de las multas. Camino hasta la puerta pero como es lógico está cerrada. Mi instinto me dice que Nicole está ahí dentro así que busco otra forma de entrar.

Rodeo el edificio y termino en el callejón donde Nicole y yo nos besamos aquel día. Estaba tan sorprendido cuando sus labios se posaron sobre los míos que me costó varios segundos poder reaccionar. Una salida de emergencia llama mi atención y me acerco a ella. Fuerzo la entrada y paso al interior.

Las luces están apagadas pero algunos sonidos alcanzan mis oídos desde la parte superior. Me dirijo hacia las empinadas escaleras metálicas que conducen al segundo piso, pero antes de que mi pie toque el primer escalón la puerta se abre y aparece Salvador.

— ¿Qué haces aquí? —pregunta él con cara seria.

El grandullón baja los escalones con paso lento. El aire se condensa a mi alrededor y la presión en mi pecho aumenta conforme se aproxima. A los vampiros de gran edad les gusta presumir de su gran poder. Lo muestran en cuanto tienen una oportunidad.

— Estoy buscando a Nicole. Se supone que iba a venir aquí y después nos reuniríamos, pero no ha aparecido —retrocedo varios pasos y dejo una distancia prudencial entre nosotros.

— ¿Nicole? —pregunta el sorprendido —. No la he visto.

Entrecierro mis ojos en su dirección. Es obvio que Salvador ha estado aquí toda la noche sino que iba a hacer a estas horas en el pub. ¿Y me está diciendo que no la ha visto?

— Ya... mira, su amiga ha desaparecido y estábamos buscándola. Es importante que la encuentre.

— Lo comprendo te ayudaré —accede él.

Me señala con la mano hacia la salida y me giro para irme. En ese momento percibo un gemido de dolor procedente del piso superior y me paro en seco.

— ¿Qué ha sido eso? —pregunto sospechoso.

La cara de Salvador se transforma lentamente. Sus facciones hasta ahora calmadas y en control se contraen con molestia. En un rápido movimiento me golpea y mi cuerpo vuela por los aires estrellándome sobre las mesas y sillas que ocupan la sala. En milésimas de segundo me recupero y me levanto. Embisto contra él y ambos chocamos contra las botellas que llenan varios aparadores.

La humedad del líquido empapa mis ropas y los cristales afilados se deslizan por mi piel cortándome. A penas me doy cuenta de que las heridas se cierran inmediatamente pues estoy ocupado intentando que la gran montaña de músculos no me ahogue. Sus fuertes manos rodean mi cuello y aprieta sin descanso. El preciado oxígeno que mis pulmones necesitan para respirar se corta y lucho para zafarme.

Los ojos asesinos de Salvador están fijos en sus manos, concentrado en el acto de matarme. A ciegas, pues no puedo mover mi cabeza, mis dedos tocan el borde cortante de una botella de cristal. La agarro en mi palma y la clavo en su espalda.

Salvador suelta un alarido y retrocede. Con furia arranca la botella incrustada junto a su hombro y la deja caer. El vidrio se rompe y los pequeños fragmentos cubren el suelo a nuestros pies.

— ¿Qué le has hecho? —pregunto intentando recuperar el aliento.

— No necesitas saberlo ya que pronto estarás muerto— sonríe él.

Repentinamente desaparece y de forma inmediata siento un gran dolor en el lado izquierdo de mi pecho. Bajo la mirada y observo una mano atravesando mi carne. Sorprendido vuelvo a mirar hacia arriba y veo la cara de satisfacción de Salvador. Sus dedos atraviesan poco a poco el espesor de los músculos y se acercan peligrosamente a mi corazón.

— ¿Unas últimas palabras antes de que te arranque el corazón? —dice él acercando su rostro al mío.

Lo miro y lo único que siento es repulsa hacia él. Entonces la imagen de Nicole llega a mi mente. La idea de que pueda ser ella la persona que está sufriendo a tan sólo unos escalones de distancia provoca un sentimiento de angustia desconocido para mí. Supongo que el momento de fingir ha llegado a su fin.

La sonrisa de satisfacción de Salvador titubea cuando escucha mi risa. Me carcajeo con soltura incluso teniendo su mano enterrada en mi cuerpo. Agarro su muñeca duramente y poco a poco la alejo de mí. Sus dedos manchados de sangre intentan volver a mi pecho pero se lo impido. Él, sorprendido, observa como es incapaz de resistirse a mi fuerza.

— Imposible —murmura.

Ejerzo más presión y sus huesos se rompen bajo la fuerza de mis dedos. Al mismo tiempo le retuerzo el brazo en un ángulo antinatural y él cae de rodillas al suelo. Su poder titubea ante mi presencia y el miedo aparece en sus ojos.

— ¿Quién eres? —pregunta él entre gruñidos.

Suelto su brazo y agarro el cuello de su camiseta. Lo acerco a mi de manera que mi cabeza queda al lado de la suya.

— No eres nada comparado conmigo, niño —susurro en su oído.

Con las últimas palabras dichas entierro mi mano en su pecho como él había hecho. Mis dedos atraviesan el tejido caliente y rodean el suave corazón que en mi mano acelera su ritmo.

Antes de hacer el movimiento de gracia quito el candado que mantenía encerrado mi poder. Las olas densas y oscuras se desbordan saliendo de la hermética jaula en la que habían sido encerradas. En mis manos Salvador tiembla y es entonces cuando comprende que él no es el más poderoso de la sala.

Un rápido movimiento hacia atrás y su corazón ahora inmóvil yace sobre mi mano ensangrentada. Su cuerpo sin vida golpea el suelo.

Niño estúpido...


Drinking BloodWhere stories live. Discover now