Mátate

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—DIOS MARGARET QUÉ HA PASADO. —Gritó mi madre en cuento me vió. No sabía a qué se refería.

¿Qué pasa mamá? —Dije con el cuchillo aún en la mano derecha. Era diestra.

No salían palabras de su boca decentes, nada claro o que pudiera entender, no a parte de los "Dios mi niñita" o "Margaret", no entendía nada de lo que sucedía.

Un picor apareció en mi cara, así que me rasqué fuertemente. Delante mío había un espejo, un enorme espejo que gritaba.

Lo único que escuchaba era:

Monstruo.

Me miré en el espejo, volviéndome a tocar la cara, esta vez consciente de lo que sucedía.

Sangre y más sangre, pero nada me dolía.

DIOS MARGARET QUÉ HAS HECHO. —Se volvía a escuchar por la habitación.

Todo se volvió rojo y en un abrir y cerrar de ojos, nada estaba allí y caí en un profundo agujero de color rojo sangre.

Recuerdos de la pasada noche aparecieron en mi mente como pequeñas imágenes.

Fiesta.

Alcohol.

Dolor de cabeza.

Gabriel.

Chico moreno.

Red debajo del rubio.

Gabriel gritando, de placer.

Red gritando, de dolor.

Y Miquel pegando, yo simplemente mirando.

Me levanté de la cama corriendo hasta llegar a la cama de mi hermana y abrazarla, sin importar cuanto de dormida estuviera. No sabía lo que había sufrido y yo ayer la traté tan mal.

Me sentía sucia, me sentía mal. Me fui a dar una ducha después de haber despertado a Red, y su mal carácter. El agua caliente no me dejaba pensar con claridad. Cada gota que caía encima de mis pesados hombros hacían que mi cuerpo se sintiera una basura. Lágrimas comenzaron a salir sin previo aviso, de mis ya mojados ojos claros.

Lo bueno de ducharse llorando es que no se distinguían las gotas de agua de las lágrimas. Era bonito ver que nadie se enteraba de mi sufrimiento, del sufrimiento de mi hermana. Obviamente mis padres no podían saber lo que pasó ayer, no se podían enterar de lo de mi hermana, porque bien no la tratarían.

Ya me imaginaba a mi madre gritándole y sus ojos llorosos apunto de morir. Mi madre era muy extraña.

Ella me quería mucho, y también a mi hermana. Cuando éramos pequeñas siempre fue la niña de sus ojos, su niñita. Su querida Red bebé, hasta que algo sucedió y Clara se convirtió en una bruja con ella y conmigo.

Sobretodo conmigo. Siempre tuvo especial apego a mi hermana. Pero no me importaba, no hasta que me di cuenta de ciertas cosas, y total era una niña.

Salí de la habitación con la toalla envuelta en mi pequeño cuerpo desnudo, hacía frío incluso siendo mitades de mayo y el verano no tardaría más de un mes en llegar. Pero en aquella ciudad hacía frío normalmente. Solté mi pelo del moño improvisado que había hecho antes de bañarme, y me vestí con unos simples tejanos y una blusa.

Mi hermana seguía en la cama, boca bajo y sin mirar a ninguna parte, sus ojos parecían perdidos en el vacío de la habitación.

—¿Sabes? —Hablé retóricamente. —Deberías matarte. —Dije mientras me acababa de poner los calcetines negros. Un movimiento en las sábanas me dió a entender que Red había escuchado mis palabras, y por eso me miró.

—¿Tú crees? —Habló de manera tranquila, como dudando en si debía hacerlo de verdad. Asentí con la cabeza y me fui a por el peine.

—Yo lo haría, pero no puedo. —Respondí quitándome el nudo que mi cabello liso había creado. —Tú tampoco puedes pero no sé, deberías cortarte o algo así. Te sentirás mejor. ¿Y que mejor manera de quitarte esa culpa que te mata por dentro? ¿O no te acuerdas de que mataste a María?—Sus ojos llorosos me dieron a entender que ese accidente se le había olvidado durante unos segundos, y por sus lágrimas vi como recordaba aquellos momentos.

La vi levantarse y dirigirse al baño, ya suponía para que. En realidad ella siempre me hacía caso. Y no era por ser cruel, pero me gustaba tener el control de ella. Tanto para bien como para mal. Red no era buena persona, y sinceramente, se merecía morir, pero no quería, no del todo.

Un mensaje llegó a mi teléfono. Y me sorprendí bastante al ver su emisor. No me esperaba una llamada de él y mucho menos lo que ponía en el texto.

Me puse los zapatos que tenía debajo de la cama y la chaqueta tejana que me había comprado un par de días atrás. Antes de salir, piqué a la puerta del lavabo y la abrí.

—Red me voy. —Le avisé antes de bajar. —Vale, creo que ya está bien, cúrate las heridas y ponte una venda, no querrás que papá y mamá te pillen ¿verdad? —Ella negó con la cabeza algo avergonzada y hizo lo que le dije. —Bien, adiós. —Nada más decir esas palabras salí de la habitación y me dirigí al lugar donde había quedado con la persona del mensaje.

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