Comisaría

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Recuerdo el sonido de la puerta de mi casa, sus nudillos picando a la madera, intentando llamarme.

Sólo será un momento. —Dijeron los policías. —Acompañenos a la comisaría, simples preguntas. —Siguió.

Miré a través del enorme cristal que había enfrente mío y dejé que el policía que hacía más de media hora intentando haciéndome hablar, siguiera con lo suyo.

—¿Quiere agua? —Preguntó haciéndose el amable conmigo. Pobrecillo se pensaba que yo era de esas. —¿Un té? —Siguió con la amabilidad. —¿Puede que un café frío?

Una risa salió de lo más profundo de mi garganta sin poder contenerlo. Me aparecía irónico lo del café frío.
El policía, creo recordar que se llamaba Guillermo y era el jefe de policía de mi barrio, no entendió mi risa y frunció el ceño.

Decían que aquel pueblo era tranquilo, que nunca sucedía nada. Debía ser mi generación que estaba loca, porque hacía unos meses unos casos de homicidios y supuestos suicidios estaban a bocas de todos.

Antes de todo esto, nada pasaba.

Y aquí estaba yo, una inocente de nuevo en la comisaría.

—¿Es usted aquel policía tan famoso verdad? —Hablé por primera vez. Le miré a los ojos como si su cara me sonará familiar de algo. —¿Guillermo? —Dije su nombre dudosa de si lo había dicho bien, él asintió y siguió.

—¿Qué pasó con Miquel? —La pregunta me sorprendió, pero yo no me dejé engañar.

—Salió en la televisión hace unos meses ¿Cierto? —Dije refiriéndome al jefe de policía. —Con todo aquel asunto tan turbio de la niña que se suicidó. —Seguí haciendo memoria de la noticia.

—No se suicidó.

—La mataron. —Terminé su oración por él. —¿Lina? —Su nombre era parecido a ese. —¿Gena?

—Lena. —Terminó recomponiéndose, parecía que el asunto le incomodaba.
—¿Estuviste con él la pasada noche? —Siguió hablando de Miquel.

—Sí. —Contesté sinceramente. —Ya sabe, sexo salvaje. —Dije con una sonrisa haciéndole incomodar. —¿Pero por qué me hace estas preguntas?

—¿Hasta que hora estuvo con él? —Dijo Guillermo haciendo caso omiso a la información de más que le había dado.

—¿Entonces la chica estaba loca o fue el novio quien lo estaba? —Pregunté interesándome de nuevo por el caso del suicidio. Al ver su mueca de desagrado me di cuenta de algo. —Entiendo. No lo han resuelto todavía.

—¿Hasta qué hora estuvo con él? —Repitió de nuevo algo cansado.

—No me acuerdo. —Contesté. —¿Sobre las 6 de la mañana?

—¿Sabe si tenía un amante? —Preguntó el policía mirándome directamente a los ojos.

—¿Amante? —Dije mientras se me ennegrecía la mirada. —Ni siquiera éramos pareja. ¿Qué hago aquí?

—Hace poco hubo un asesinato a un chico del instituto al que usted va, o iba. —Explicó Guillermo. —¿Está enterada de ello?

—Todo el mundo lo está. —Contesté haciéndome la apenada, no debían enterarse que fui cómplice de ese asesinato. —Si estoy aquí por Gabriel. ¿Por qué me pregunta sobre Miquel?

—Ha muerto. —Dijo de un momento a otro. Mi cara de sorpresa, totalmente preparada, hizo que unas cuantas lágrimas de cocodrilo salieran de mis ojos rojos.

—¿Qué? —Fingí sorpresa como fingí no haber envenenado el cuchillo y el café frío.

De un momento a otro mil lágrimas surgieron de mis ojos y los sollozos falsos no me dejaron terminar de hablar con aquel policía, que por lo que parecía, era más tonto que cualquier otro.

—Por por por favor. —Tartamudeé. —¿Pu pue puedo irme?

Guillermo asintió apenado y me abrió la puerta de la habitación con educación.

—Siento las molestias. —Se disculpó el policía antes de marcharme.

Después de salir de la comisaría me limpié el rímel corrido y cogí el primer autobús que vi cerca.

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