Bosque

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Aún me dolía la cabeza. Pero aún más me dolía pensar.

Abrí los ojos nada más recuperar la conciencia y miré la habitación donde me encontraba. Parecía un sitio limpio y tranquilo. No había nadie, nadie excepto el chico que estaba sentado en la silla al lado de la cama donde me encontraba. No sabía si alegrarme de verlo o asustarme. ¿Acaso me había pegado con la pala en la cabeza y debía decirle los buenos días como si nada? Pero antes de hablar, él ya me contestó.

—Buenos días pequeña dormilona. —Dijo nada más verme abrir un ojo. Le miré con el ceño fruncido, analizando la situación e intentando recordar lo que había pasado o donde me encontraba, pero fallando de nuevo. —¿Quieres algo de comer? —Siguió hablando mientras yo me sentaba en la cómoda cama donde me encontraba.

Negué con la cabeza recolocándome el suéter que llevaba puesto y mirando por la ventana que se encontraba cerca de mí. Hacía un Sol radiante y los árboles ahora ya no parecían tan tenebrosos.

Palas.

Tierra mojada.

Olor a muerto.

Red.

Red cavando.

Yo cavando hondo de la tierra.

Árboles siniestros.

Yo yéndome por el camino del bosque.

Un golpe en la cabeza.

Dolor.

Me toqué la cabeza intentando encontrar el golpe que suponía que tenía en ésta, pero sin éxito. Al menos no me dejaría marca. Observé en silencio a Miquel intentando descifrar el porqué me encontraba aquí.

—Sé lo que estás pensando. —Habló con una sonrisa algo arrogante. —Pero primero tenemos que hablar de algo. —Se puso serio de repente. —No te voy a juzgar Margaret. —Comenzó a hablar con rapidez. —Entiendo el porqué lo estabas enterrando, pero quiero que me expliques qué pasó. —Intentó calmarme ya que mi respiración comenzó a aumentar y mi ritmo cardíaco se disparó.

—Yo le quería. —Hablé intentando calmarme, volviendo a la tranquilidad de la habitación. —Gabriel era era era bueno. —Tartamudeé al ver sus ojos verdes cerca de los míos entre clases. —Pero después solo quise matarlo. —Las palabras salieron de mi boca sin filtro alguno, cuando hablaba con Miquel era como hablar conmigo y decía todo lo que pensaba o sentía. —Pero Red se adelantó y le mató con mayor dolor. —Dije alzando los hombros de forma indiferente.

Miquel se me quedó mirando, como analizándome, encontrando las palabras adecuadas que decir en aquella situación tan complicada.

—Tienes que... —No sabía como formular la oración y se le notaba. —Tienes que decírselo a la poli. —Soltó de repente Miquel mirándome directamente a los ojos.

—¿Qué? —Se me escapó sin darme cuenta. —¿Estás loco? —Pregunté retóricamente. No podía ir a la policía y soltarle todo lo que sabía, era un suicidio.

—Margaret, piénsalo. —Intentó convencerme. —Red es una asesina. —Siguió hablando.

El vestido se me manchó de sangre porque pasé mis sucios dedos por él. No tenía otro lugar donde limpiarme. Miré a mi hermana que tenía el cuchillo aún en una mano y dirigió una de sus miradas asesinas hacia mí.

Shhh no se lo puedes decir a nadie. —Habló con esa voz, esa voz que ponía siempre que estaba feliz. —No le puedes decir que mataste a papá hermanita. —Siguió hablando con una sonrisa macabra.

¡Yo no he matado a nadie! —Chillé en un intento desesperado de no ser culpable de la muerte de mis padres. —¡Yo no he matado a papá ni a mamá! —Grité entre sollozos. Las lágrimas caían por toda mi cara y me dificultaban la respiración. Notaba de nuevo esa sensación de agobio, de muerte que se aproximaba. Fue mi primer ataque de ansiedad.

Tienes que calmarte. —Dijo mi hermana intentando relajarme. —Están a punto de venir. —Siguió hablando.

¿Quién? —Pregunté inocentemente, no tenía ganas de visitas.

La policía. —Respondió lanzándose encima de mí y manchando todo el vestido azul cielo de un líquido espeso rojo. Parecía sangre. ¿Era sangre? Dolía así que asentí a la pregunta inexistente. —Ahora diremos que ha sido un accidente. —Me obligó a asentir con el cuchillo en mi garganta, notaba la cuchilla demasiado cerca de mi piel, pero sin hacerme demasiado daño.

Diremos que ha sido un accidente de tráfico. —Hablé por primera vez. —Pode Podemos podemos enterrarlos en el bosque. —Dije entre sollozos de nuevo. ¿En quién me había convertido? ¿Quién era? ¿Quién era mi hermana?

Los había matado.

Los había matado a todos.

Mis padres.

Recuerdos de mi infancia pasaron por mi mente cuando Miquel mencionó aquellas palabras.

—¡Me pegaste con una pala! —Grité al recordar mi dolor de cabeza. —¡Me pegaste con una pala y quieres que vaya a la policía! —Seguí gritando levantándome del lugar donde estaba sentada. Me puse los zapatos que se encontraban al lado de la cama y me acerqué a él. —Sí iré a la policía sí. A denunciarte. —Me enfurecí de un momento a otro, como si anteriormente me encontrara en una nube y de repente despertara. —Joder. —Maldije mientras salía de la habitación y daba a un pasillo. No sabía donde estaba pero seguí mi instinto y bajé las escaleras hasta llegar a la planta baja. Allí me encontré con un gran comedor lleno de bonitos muebles y decoraciones de familia. Habían fotos y gente sonriendo en marcos. Lágrimas salían de mis ojos sin previo aviso y un chillido por parte del moreno me alertó de que iba justo detrás mío pisándome los talones.

Debía huir.

Abrí la puerta de la calle y salí corriendo por la entrada de aquella casa de dos plantas. Me adentré en el bosque lleno de altos árboles que tanto miedo daban la pasada noche y corrí como si me persiguiera la policía o el mismo diablo. Sabía que Miquel habría dejado de seguirme en cuanto desaparecí por el camino de tierra, pero yo seguía corriendo, mis pies ya no podían parar hasta llegar a mi casa.

Abrí la puerta de mi portería con rapidez, solo necesitaba darme una larga ducha de agua caliente y borrar todo lo que tenía en la piel.

Abrí la puerta de mi habitación y me quité la ropa sin pensar la hora que era, quien había en la casa o si mi hermana había vuelto de la pasada noche, solo me metí debajo de la alcachofa de la ducha y me fundí en el agua a 38 grados. Lágrimas saladas se mezclaron con el agua dulce que caía de la ducha y juntándose en mi boca que soltaba pequeños sollozos. Una presión en el pecho me dió a entender que algo no estaba bien.

Noté como el brazo izquierdo me dolía y comenzaba a no sentirlo. Eso me alarmó bastante, junto con mi respiración agitada y mi ritmo cardíaco saliéndose de órbita. Intenté salir de la ducha como pude y conseguí ponerme una toalla encima, salí de la habitación arrastrando mi pesado cuerpo por el parquet y alcancé el teléfono que se encontraba en la mesita de noche de mi hermana. Un dolor agudo se instaló en la parte izquierda de mi pecho, así haciéndome creer que me estaba dando un ataque al corazón.

Marqué el número de mi madre con los dedos que aún controlaba y en cuanto dió la señal, sentí que no podía más. Y un agujero rojo y negro pasó por mis ojos haciéndome caer dentro de él y perdiéndome en la oscuridad más absoluta.

De nuevo.


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