Venganza

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Sentía como estaba apunto de terminar, solo rezaba para que fuera así, y eso que no era creyente.

El sudor caía por su brillante frente, esa que incluso en la oscuridad de la habitación podía ver, era grande y arrugada. Podías dibujar hasta una casa con jardín y un zoo en su piel.

Sentía mis piernas doloridas y cansadas, mi vestido roto por alguna parte de la habitación y mis zapatos en el mismo lugar donde habían estado toda la noche. Era lo único que seguía intacto, ni siquiera mi personalidad lo seguía.

Sus ojos brillantes cerrados y su boca medio abierta, se escuchaba algún gemido de vez en cuando, pero tampoco le escuchaba. Yo estaba a lo mío.

No podía apartar mi mirada de su cara, no de su cuerpo, de su cara. Por un momento abrió los ojos, supuse que se sentía observado, y me miró con el ceño fruncido. Intentó a hablar, pero no pudo y siguió con lo suyo. Por su boca medio abierta y sus labios no cerrados, pude oler el olor alcohol que había ingerido unas horas antes. ¿Era necesario todo ese veneno para violarme? Claro que sí, se sentía bien sintiéndose poderoso, encima de mi frágil cuerpo con demasiado alcohol en mi organismo como para siquiera quejarme. Simplemente no podía nombrarle, no podía casi gritar y mucho menos correr. Estaba en la cárcel de mis propios movimientos.

Aquellos ojos verdes que de vez, en cuando se cerraban para disfrutar aún más. Aquellos ojos me tenían harta. Ese verde hierba asqueroso que me recordaba al campo.

Mis uñas clavadas en su piel y mis gritos de ayuda por toda la habitación, gritos que ni salían de mi boca. Pero al cabo del rato no fui yo quien pidió ayuda.

Mis tacones en el suelo como si de clavos se trataran, no se movían, ni siquiera un pequeño movimiento de cadera podía hacer. Me dejaba llevar, total ya para lo que quedaba, intentando resistir solo me hacía más daño.

Solo rezaba para no quedar embarazada. O algo peor.

De repente acabó. Lo noté porque su cuerpo dejó de moverse y sus ojos se abrieron de par en par, mientras que una sonrisa salió de sus asquerosos labios color fresa. Odiaba las fresas, de esas que un día tan enamorada estaba.

¿Quieres repetir cariño? —Habló con una sonrisa torcida y una voz que me entraron escalofríos nada más escucharla tan cerca de mí. No me digné a contestar y en cuanto tuve el espacio necesario, corrí.

El olor a tierra mojada me gustaba bastante cuando era pequeña, ese olor que solo lo puedes sentir cuando estás en el campo, libre, en la montaña, con lluvia. Era un olor que se reconocía muy rápido y que pocas veces podía olerlo, incluso cuando llegaba a casa después, lo echaba de menos. Pero ya no era así.

Ahora lo odiaba. Odiaba ese olor a tierra, a muerto, a lluvia, a agua contaminada. Odiaba todo lo que me hiciera recordar, y eso, eso me hacía recordar demasiado.

La pala entre mis blancas manos de marfil y Red con otra pala en mi lado derecho. Ella cavaba y cavaba sin decir ni una palabra, como siempre hacía.

Dejé de hacer el gesto que en unos años, meses o días me llevaría de cabeza con la policía y la miré. No se dió cuenta que dejé de cavar y ella siguió con lo suyo, en su mundo como siempre. Su pelo castaño claro al aire libre hizo que mis fosas nasales se abrieran, desde aquí podía oler ese champú de flores que siempre se ponía en la ducha, desde pequeña. Tenía un cabello tan bonito que recuerdo que una vez se lo corté. Yo no tenía ese color, ni esa textura, ni siquiera ese liso tan liso que ella tenía, y siempre le tuve algo de envidia.

—¿No vas a decir nada? —Pregunté enfrentándola, pero Red seguía con su movimiento de brazos. —Me debes una explicación. —Dije cruzándome de brazos y dejando la pala en el suelo. Necesitaba argumentos sobre lo que hizo y una excusa que realmente me sirviera para ayudarla, porque sinceramente me estaba cansando de ella.

Red me miró con el semblante indiferente, como si no supiera de que le hablaba y me lanzó una mirada como si yo me hubiera vuelto loca.

—Cava. —Habló por primera vez, obligándome con su tono autoritario que siguiera con la acción que nos llevaría a las dos a la cárcel.

—Dios Red no puedes obligarme a ser cómplice de un asesinato y no explicarme absolutamente nada. —Enfurecí. Estaba harta de siempre ser yo la que le tenía que sacar de los apuros que ella misma se metía, incluso siendo su hermana, estaba harta.

Cogí la pala de nuevo y seguí cavando sin decir ni una palabra, siempre era tan débil. Cavé con fuerza y fiereza unos centímetros más bajo tierra.

Un silencio algo incómodo se puso en el ambiente. Solo la lluvia caer contra el suelo se escuchaba, eso y el olor a tierra era lo único que sentía en aquel bosque. A decir verdad daba algo de miedo estar allí a esas horas de la noche, pero era el único momento del día que podíamos ir sin levantar sospechas. Los árboles se veían tremendamente amenazadores desde esa perspectiva y la luna realmente inquietante.

—Red creo creo que yo me voy. —Hablé tartamudeando con algo de miedo. Ella siguió cavando como si no le importase y yo comencé a caminar bosque a dentro, yendo por donde había venido y intentando volver a casa.

La luz de la luna me dejaba ver el camino, aunque algo costoso por la poca luz que desprendía.

Tampoco necesitaba luz, no después del golpe que sentí en mi cabeza y al notar mi cuerpo caer al frío suelo lleno de hojas caídas.

Red Where stories live. Discover now