¿Por qué no yo?

3.7K 506 62
                                    

Piqué a la puerta después del grito. Toqué con mis pequeños nudillos a la madera de roble y esperé con paciencia.

Los minutos pasaban y yo me estaba cansando de estar allí parada sin hacer nada, así que decidí entrar, basta de esperar.

Papá. —Llamé a mi padre nada más poner un pie en el suelo frío, lo notaba porque iba descalza. Cuando era pequeña siempre iba sin calcetines, incluso si enfermaba. Sentir el frío suelo de invierno era una de las mejores sensaciones de mi infancia. Después del sabor a sangre. —Papá ha venido Red a jugar. —Le informé sin aún ver la situación que tenía justo enfrente de mis claros ojos.

No entendía el porqué estaba en esa posición y tampoco entendía que hacía Red allí, yo misma le acababa de avisar de que había llegado a casa. ¿Tan rápido se había enterado?
Sentía mis ojos acuosos y una rabia creció dentro de mí como hacía muchas veces que veía la situación.

¿Porqué le hacía eso? ¿Acaso no me quería? ¿Yo no era suficiente para él?

Cariño hoy ha ve... Grace entró por la puerta como si alguien la hubiera avisado de lo que estaba sucediendo, como si siempre llegaran en el momento adecuado, lágrimas salían de sus ojos verdes.

No se parecían a los míos del todo, ya que eran más azules que verdes, pero eran grandes como los míos, en cambio los de papá más redondos y pequeñitos.

¿Robert? —Mi madre preguntó sin entender nada de lo que sucedía. ¿Quién podría imaginar que Robert, su marido, su confidente, su mejor amigo, era en realidad un pederasta? —Oh Dios mío. —Las últimas palabras que logré escuchar después de que Grace cogiera a Red y se la llevara del lugar. Las últimas palabras que escuché después de que Robert se fuera de casa llorando, y las últimas palabras después de mi llanto desconsolado.

Lo único que pensaba era:

¿Porqué no yo?

El Sol, la montaña, Miquel.

—¿Crees que esto podría mejorar? —Pregunté acomodándome en su pecho y cerrando los ojos para que la luz que daba directamente a mis ojos no me molestara.

—Claro que podría ser mejor. —Dijo él entornando sus ojos y mirándome serio a mi confusa cara. —Si no estuvieras tú sería perfecto. —Siguió hablando entre risas.

Un golpe en el estómago y levantarme corriendo del lugar donde estábamos le hizo entender que era un idiota.

—Eres un idiota. —Confirmé limpiándome los pantalones claros que me había puesto para ir al campo.

—Dime algo que no sepa pequeña. —Dijo arrogantemente, pero con una sonrisa en su rostro. Negué con la cabeza riendo y volví a la posición en la que me encontraba antes del pequeño problemilla.

—Tengo hambre. —Hablé después de un silencio largo y algo ensordecedor. Solamente se escuchaba algún pájaro por los árboles y alguna piedra de vez en cuando. No había nadie alrededor y estaba oscureciendo.

—No he traído nada de comer. —Dijo con una mueca triste Miquel. Yo negué con la cabeza y le eché una mirada cómplice, que al parecer él no entendió.

—Tengo labios suficiente para sobrevivir unos cuantos años. —Respondí tumbándome encima de él y aplastándolo contra el suelo.

—Eh quita tu culo gordo de encima mío. —Se quejó falsamente. —Bueno no, mejor déjalo ahí. —Se contradijo nada más verme encima de él. Sus labios enseguida se lanzaron a los míos y entre mordidas hechas a propósito y lenguas enredadas, la noche iba cayendo.

—Deberíamos ir a casa. —Habló Miquel algo preocupado. —Está haciéndose de noche. —Dijo con obviedad.

—¿Y? —Pregunté dándole besos por todo el cuello, su perfume me invadía las fosas nasales sin poder notar cualquier otra cosa a mi alrededor.

—Pues que tus padres... —Comenzó a decir pero mis labios intervinieron en la oración.

—Mis padres nada. —Seguí la frase por él. —¿Tienes condones? —Pregunté inocentemente, con esa cara de niña buena que ponía en ese tipo de situaciones.

—¿Qué? —Dijo sin procesar las palabras que acababa de decir. —¿Condones? —Repetió sin aún saber que contestar. —¿Para qué?

—Para contar las nubes que hay en el cielo. —Hablé sarcásticamente. —Oh vamos para que va a ser Miquel. —Dije rodando los ojos y volviendo mi boca a su cuello.

—Sí. —Respondió. —No. —Se contradijo al momento. —O sea si, pero no. —Habló confuso, parecía nervioso. —No vamos a hacer nada Margaret. —Sus palabras se clavaron dentro de mí como si una estaca fuera y sin permiso, lágrimas de dolor salieron de mis ya hartos ojos.

—¿No me quieres? —Pregunté volviendo la mirada al suelo donde la hierba se mezclaba con mis pies desnudos. Recordaba aquella vez, cuando era pequeña. Dolor recordaba, inseguridad, miedo, rechazo, insuficiencia.

—¿Qué? —Volvió a decir Miquel. —Sí, claro que sí. No es eso Margaret. —Dijo levantándose del suelo y limpiando sus pantalones.

—¿No soy lo suficientemente guapa para tí? —Dije mirándole directamente a los ojos. —¿No soy suficiente? —Repetí intentando tragar ese nudo en la garganta que tan rápido se había formado.

Miquel me dió la mano para ayudarme a levantar y seguido de un abrazo y un beso en la frente habló.

—Claro que no es eso pequeña. —Habló después de un buen rato de silencio entre sollozos de mi parte. —Sabes que eres preciosa, para cualquiera. —Puso sus manos en los lados de mi cara y me miró directamente a los ojos. —Es algo más complejo que eso. Algún día lo sabrás. —Terminó la frase igual de rápido que creció mi inseguridad.

Me aparté de él con algo de miedo y le miré de nuevo a los ojos.

—¿Red me dió con la pala? —Pregunté sin saber bien el porqué de aquella pregunta que tanto tiempo llevaba atormentándome.



Red Where stories live. Discover now