Pánico

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No sabía que Miquel tenía coche. Tampoco sabía que era mayor de edad. Tres años y dos meses de mayor de edad exactamente.

No sabía que le gustaba el calor, ni la arena. Tampoco que no estudiaba, solo trabajaba.

Y mucho menos sabía que vivía tan cerca de mi casa. Es curioso lo poco observadora que era. Y lo mucho que lo era él.

—¿Y ahora qué? —Pregunté nada más tocar la arena con mis pies descalzos. Había conducido durante cuarenta minutos solo para llevarme a la playa.

—¿Ahora que de qué? —Repitió él con una sonrisa.

—¿Ahora qué hacemos? —Volví a preguntar. A decir verdad, no me gustaba demasiado la playa. El agua. Y la arena.

Se quitó la camiseta sin previo aviso y los pantalones, pude imaginar lo que iba a suceder, pero no me dió tiempo a reaccionar. Me cogió por las piernas desnudas y me cargó a sus hombros como si de un saco de patatas se tratara. Sentía el suelo muy cerca de mi cara, incluso estando subida en él. Grité y grité, supliqué y supliqué, reí y carcajeé al mismo tiempo todo. Quería que me bajara porque me daba miedo, pero a la misma vez solo quería que sucediera lo que estaba sucediendo, era contradictorio. Yo misma era contradictoria.

—No. —Grité acercándose al mar. —No. —Grité más fuerte al ver el agua cada vez más cerca. —No, no. —Chillé. —N —No pude terminar mis quejas porque mis palabras se las tragó el mar. El agua, tan tranquila que se veía, y ahora tan poco calmada se notaba. Salí a la superficie en cuanto noté que mis pulmones pedían algo de oxígeno, no aguantaba casi nada debajo del agua. 

Nada más ver como Miquel sonreía y como yo me escurría mi propio cabello, unas manos me tiraron para abajo de nuevo. Odiaba que me hicieran aguadillas, me estresaba mucho verme en la situación de casi ahogarme y no poder hacer nada. Porque, por mucho que me costara admitirlo, él era más fuerte que yo.

El agua comenzaba a sentirme mal. Las olas comenzaron a golpearme más fuerte debajo de la agua, y la superficie se veía bastante lejos. Mis ojos se cerraron sin querer y la sensación de ahogo comenzó a surgir dentro de mí. Me empecé a agobiar y hacer señales a Miquel para que dejara de empujar, pero él no me hacía caso. Notaba mis pulmones vacíos de oxígeno pero a la misma vez una presión muy grande dentro de ellos. Estaba hundida en lo poco que cubría el agua de mar, y sentía que estaba a quilómetros del aire. Mis ojos se sentía rojos y hinchados y mi boca intentó articular palabras que no se escuchaban. Intenté respirar como si la vida me fuera en ello, aunque la situación era así, solo me refería a una expresión muy semejante a mi realidad. Las manos intentaban agarrar cualquier cosa que pudiera salvarme de esa muerte tan agoniosa, pero nada conseguían. En un último desespero, mis ojos se abrieron y pudieron observar las piernas de aquella niña, y su sonrisa tan cerca a mi cara. Mis brazos que llegaban a ella, no pudieron cogerla. Todo parecía tan lejano, y a la misma vez tan cercano que dolía. Dolía sentirme inútil, incluso por salvar mi vida.

Justo cuando iba a despertar, justo cuando me iba a dormir para no sufrir, pude notar la sensación de aire de nuevo, de alivio. Sentía como mis pulmones se llenaban de nuevo y como mis ojos estaban mojados, y no, no del agua salada. Creía verme a mi misma con la cabeza entre las piernas y una voz, que aunque se encontrara cerca de mí, parecía muy lejana. Mi nombre se escuchaba y algún "Tranquila, ya pasó. " De parte de Miquel surgió. Mi cabeza comenzó a funcionar y levanté la vista del suelo. Miré a mi alrededor volviendo de nuevo a la realidad.

Y a mis recuerdos esfumándose.

—¿Estas mejor? —Habló Miquel tocándome el brazo de modo de apoyo, yo sabía que lo hacía con buena intención, pero me aparté. —Lo siento. —Dijo con una mueca extraña.

Me senté, ahora más relajada cerca de él, y sin decir palabra le di un abrazo, al que él enseguida me correspondió.

—Lo siento. —Dije esta vez más calmada.

—¿Me quieres contar que ha pasado? —Preguntó dudoso sobre mi reacción. Le miré decidiendo internamente si debía o no explicarle lo que había sucedido apenas cinco minutos atrás.

—¿Cuánto tiempo he estado así? —Pregunté secamente. Debía saber el tiempo.

—Aproximadamente veinte minutos. —Habló tranquilamente. Nada más escuchar el tiempo que había estado se me heló la sangre.

—Mierda. —Maldije para mi misma.

—¿Qué pasa? —Preguntó preocupado por mi reacción. —Ha aumentado el tiempo. El último solo duró siete minutos. —Contesté algo nerviosa, me daba miedo que me volviera a pasar, o peor, que estuviera sola.

—¿Pero qué es? —Preguntó curioso Miquel, yo sabía que no lo hacía con mala intención, en el fondo. Las personas somos curiosas por naturaleza.

—¿Qué ha pasado exactamente antes de que me pusiera a gritar o llorar? —Pregunté analizando la situación.

—Te tenía cogida en el hombro y te lancé al agua. Al principio bien, saliste a la superficie te empezaste a reír y yo también. —Comenzó a explicar. —Pero entonces yo te intenté hacer una aguadilla como broma y a los pocos segundos comenzaste a gritar y pegarme, después noté que comenzabas a parar y me asusté. Te saqué del agua y te puse en la posición que creía que podías respirar mejor. —Explicó algo dudoso de si lo había hecho bien. Asentí para aclarar sus dudas y sus facciones se relajaron. —Entonces estuviste llorando y gritando cosas y... —No terminó la oración.

—¿Qué cosas? —Le interrumpí, tenía una idea del porqué me había sucedido eso.

—No lo sé, no se te entendía muy bien. —Se le veía estresado, como si él tuviera la culpa. —Gritabas rojo todo el rato. O sea lo decías en inglés, no entendía el porqué. Decías Red, creo. —Explicó sin entender nada. Asentí comprendiendo el porqué de ese ataque de pánico.

—Cuando éramos pequeñas mi familia y yo íbamos cada fin de semana a la playa, en verano claro, y siempre mi hermana y yo nos tirábamos horas en el mar. —Comencé mi explicación situando la historia. —Pero años después ella y yo nos comenzamos a llevarnos... Digamos que no muy bien. —Intenté expresarlo. —Un día, cuando estábamos solas en el agua y mis padres se habían ido a descansar a la arena, Red y yo nos empezamos a echar agua y a hacernos aguadillas la una a la otra. Hasta que ella se pasó de fuerza y tiempo. —Comencé a recordar el momento exacto de aquel día y lágrimas incontrolables surgieron de mis ojos aún mojados por las anteriores caídas. —Re... Recuer... Recuerdo su... Sonrisa y su sus ojos que parecían los de... De una loca. —Vi la clara imagen de mi hermana justo en frente mío. —Recuerdo mis mis mis pulmones a punto de explotar y mi cabeza con tanta presión que... que... —Dejé de hablar porque notaba como de nuevo volvía la sensación de agobio.

—Ya está Margaret, deja de hablar. Tranquila estoy aquí. —Intentó calmarme Miquel. Cuando me relajé de nuevo, intenté hablar. —Lo siento. —Me disculpé con remordimientos. --Siento haber fastidiado la salida. —Volví hablar al ver su ceño fruncido.

—No has estropeado nada pequeña. —Dijo dándome un beso en la frente y acunándome con sus brazos.

Escuché una vibración dentro de mi mochila, supuse que era mi móvil. Miré la hora.

Las 14:52 pm.

—¿Han pasado tres horas ya? —Pregunté alterada por la hora que era. El colegio, mis padres.

Mi hermana.

Nada más recordar eso, miré los mensajes que había recibido. Tres mensajes. Nada bueno surgiría de ellos.

12:56 pm

Mamá: Tienes la comida en la nevera. Hoy no llegaremos hasta las 23:00 de la noche. Estudia.

13:05 pm

Red: ¿Dónde mierda estás? Estoy esperándote en la entrada.

14:20 pm

Red: Margaret he tenido un problema.

14:22 pm

Red: Margaret. Está muerto.

Red Where stories live. Discover now