30 II.

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SEGUNDA PARTE DEL CAPÍTULO 29

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SEGUNDA PARTE DEL CAPÍTULO 29



Zoe bostezó con fuerza mientras la música de fondo se reproducía. Dios, escuchar las melodías tan tristes que había elegido hacían que su corazón roto fuera nada. Y graciosamente podría considerarse masoquista. Una lágrima solitaria descendió por su mejilla. Ella sorbió de inmediato y la eliminó. Sollozando bajito al sentir a sus dos pequeñas mascotas y a las de Justin y Zayn acurrucarse más contra ella. Estaba hecha una masa de llanto. Zoe realmente no recordaba la última vez que había añorado tanto la presencia de alguien. Y dos semanas después de haberse ido del hospital estaba arrepintiéndose con cada gramo de su ser. Algo que no estaba bien, puesto que ella no se arrepentía nunca de nada.

Miró como las mascotas de los chicos la miraban fijamente. Era una estúpida. Tan jodidamente estúpida. No se había detenido a pensar que ellos querrían a sus perros de nuevo. En cualquier segundo podrían estar tocando a la puerta de su silenciosa casa y ella no sabría ni que hacer, ni mucho menos cómo reaccionar. Zoe estaba plenamente segura que se echaría a llorar como la pequeña niña que se consideraba.

Zoe pestañeó lentamente e inhaló con más lentitud. Su cuerpo respondió con la misma lentitud al intentar caminar hasta su cocina. Su pequeño cuerpo dolía en cada nueva sacudida que daba. Estaba tan agotada. Las últimas dos semanas habían sido más de lo que alguna vez ella sería capaz de sobrellevar. Odiaba ser frágil. Zoe odiaba tantas cosas y el ser frágil encabezaba la lista. Negó frenéticamente al pensar en porque estaba siendo tan débil.

Tuvo que hacer una fuerza sobrehumana para llegar hasta el estante de los vasos para así tomar un poco de agua. Al primer trago suspiró de deleite cuando el frío toco su garganta. Fue suficiente para hacerla regresar fuera de sus pensamientos y escuchar los ruidosos ladridos a sus pies. Ella frunció el ceño ligeramente y acarició la pequeña y peluda cabeza de Todd, tratando de detenerlo al intentar llevarla por su viejo pantalón de chándal. Ella carcajeó bajito y dejo que, literalmente, la arrastrara. Ella lo acarició detrás de sus orejas cuando la trajo hasta el salón. El cachorro ladró en dirección a la puerta y sus acompañantes lo imitaron. Zoe arrugó por segunda vez su entrecejo, cargó al cachorro y caminó con suavidad hasta la puerta, abriéndola con lentitud. Arrepintiéndose por segunda vez de algo en su vida.

Ahí estaban. Jodidamente más altos que ella, más sanos de lo normal, las ojeras descansaban bajo sus ojos y el cansancio se notaba en sus caras. Ahí estaban y con muletas en el porche de su casa. Mirándola fijamente, con alivio y desaprobación a la vez. Zoe no entendió porque la miraban de esa forma. De hecho, lo odió.

Ella miró hacía los perros que se amontonaban e sus piernas y trataban de salir por la angosta puerta con dirección a sus amos. Zoe tuvo que bajar a la bola de pelos en sus brazos que se estaba sacudiendo muchísimo y que no podía evitar detener ya que sus manos temblaban más de lo el cachorro lo hacía. Se apartó y trató de que su corazón no se derritiera al ver como los dos hombres enfrente de ella acariciaban con sonrisas los lomos de sus mascotas, falló rápida y miserablemente.

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