Prólogo

2.3K 178 289
                                    

Las leyendas y los mitos son verdades que hemos olvidado con el paso de los siglos, hechos que creemos que no han pasado jamás

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Las leyendas y los mitos son verdades que hemos olvidado con el paso de los siglos, hechos que creemos que no han pasado jamás.

Quien se atreva a decir que está historia no es nada más que otro mito no merece saber la verdad sobre nuestro mundo, pues no sería capaz de comprender ni siquiera un poco sobre este...

Hace mucho tiempo, el suficiente para borrar la existencia de aquellos compañeros que una vez lucharon junto a mi, pero no tanto, como para borrar de mi memoria sus hazañas. En una época de guerras constantes por el poder, con una humanidad egoísta y una sociedad estratificada, nosotros, mis compañeros y yo nos encontrábamos en una de las peores guerras que pudieron haber y una de las cuales no ha quedado registro alguno, guardándose en la memoria de pocos para acabar perdiéndose con el pasar de los siglos. 

Esta guerra ocurrió por el siglo XI. Nuestro ejército era guiado por doce personas llamados Celestes, ellos eran los hijos de las constelaciones zodiacales. 

Las constelaciones del zodíaco fueron las deidades encargadas de crear el mundo tal y como se conoce, ellos vistieron de verde los bosques y prados, de azul los océanos y los cielos. Ellos poblaron la tierra de humanos y sintieron tanto amor por ellos que decidieron protegerlos desde su cómodo lugar en el cielo, organizándose los meses y los días para que nacieras cuando nacieras, contaras con una constelación guardiana.

En su trabajo de intentar proteger a una humanidad que se sumía cada vez más en la avaricia y el ansia de poder, no pudieron evitar sentir atracción por algunos humanos, de grandes bellezas o dones que lograrían llamar la atención de aquellos que desde el cielo nos observan.

De esa unión nacerían los Celestes, personas con grandes poderes, que rápidamente se ganaron el aprecio de sus padres Celestiales, poniendo de esa manera celosos a sus otros hijos, hijos que eran fruto de las relaciones entre dos constelaciones, los hijos inmortales, también conocidos como Omegas.

Entre estos dos bandos se desataba una guerra cada mil años, una guerra en la que fui partícipe...

Siglo XI

Cuando volvimos aquel día al campamento toda la alegría desapareció. El buen ambiente que reinaba en el campamento cesó, al ver aquella dama llorar por su amor perdido, aquella que siempre se mantuvo fuerte, aquella que por primera vez flaqueaba y dejaba entrever su dolor. 

No fue la única, pero sí la primera. La hija de Aries había sido aplacada, había sido reducida a cenizas aquel día. El día de la traición más grande que pudimos sufrir. 

Todos se encontraban con la mirada pérdida, sin esperanza en sus corazones, eso había sido el colmo, llevábamos días peleando, casi no quedaban víveres, el invierno se acercaba cada vez más, pero nosotros no llegaríamos a ver esas primeras nieves, habíamos perdido a una gran cantidad de nuestros compañeros en una trampa del enemigo, nuestro ejército era una tercera parte del ejército de nuestros oponentes.

No teníamos tiempo ni para llorar la muerte de nuestros hermanos de armas, teníamos que idear un plan con rapidez. Los Celestes discutían alrededor del fuego sobre el próximo movimiento que haríamos.

Ellos eran jóvenes, demasiado para llevar sobre sus hombros tanta responsabilidad, pero eran los más indicados para esa labor, tenían capacidad de liderazgo, mostraban la fuerza que a nosotros nos faltaba en esos momentos, en sus rostros serenos apreciábamos la experiencia de la batalla, se veían imperturbables, dándonos valor, más si te fijabas en sus ojos se podía ver la angustia y la tristeza de estos últimos días, la desesperación y el desasosiego, en sus ojos pude observar el sentimiento de derrota y rendición, ahí fue cuando entendí que todo estaba perdido y que pasara lo que pasara ellos no iban a regresar.

De repente, cómo siguiendo un acuerdo invisible entre ellos, uno se levantó de su sitio  y se acercó a Gabrielle, la más joven de todos nosotros, tendiéndole su colgante ante la mirada de asombro de todos, yo incluido.

—Solamente serviremos para distraer —dijo antes de volver con los demás para seguir planificando la estrategia, comprendiendo sus palabras y la sentencia que había en estas.

Nadie dijo nada, entendíamos lo que iba a ocurrir, nadie se lamentó por aquél fúnebre destino, si aquellos chicos fueron capaz de aceptarlo, nosotros, fieles a ellos, haríamos lo mismo, aún así, muchas dudas nos recorrían, nuestro destino estaba escrito, finalizado para muchos, pero, en aquél colgante se encontraba el destino de muchos otros, que aún no habían nacido siquiera, ni sus padres, ni sus abuelos. Ese colgante algún día podría traer la paz.

 Algún día, uno muy lejano, conseguiríamos acabar con este bucle de guerras sin sentido, algún día seríamos libres.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Caeleste Bellum © [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora