VII

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Diciembre

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Diciembre

—Necesito su billete, por favor— rogó la mujer del control de seguridad del aeropuerto mientras extendía su mano hacia Altair, quien aún medio dormido por el madrugón rebuscaba entre sus cosas en la mochila con pereza, ofreciéndoselo tras haber puesto todo el equipaje de mano patas arriba. —Altair, D´Angelo— la mujer asintió mientras comprobaba los datos, como si evaluase que realmente pudiera viajar y no fuera alguna especie de terrorista— si, perfecto, bienvenido a Rusia— su acento marcado lo envolvía con mucho retintín molestándolo a esas horas y le hacía preguntarse si aquellas lecciones de ruso que había tomado habían sido eficaces o parecería un estúpido en medio de aquel correccional lleno de gente potencialmente peligrosa.

Se había preparado el máximo posible para aquello, como si estuviera intentando pasar un nivel de videojuego en el que había que matar a alguna especie de jefe de mazmorra que intentaría comérselo nada más verlo, pues según el sitio al que iba, tampoco es que su comparación fuera tan incorrecta. Se había preparado el idioma, se había puesto todas las russian compilation que había pillado en youtube e incluso había practicado el baile de Rasputín en el just dance por si les daba por poner en duda su identidad secreta. Se había preparado hasta el punto de pedirle consejo a sus compañeros de América, quienes le habían dado pésimas ideas, cabía decir, pero que no dejaban de ser ideas al fin de al cabo. Marcus le había sugerido que fuera a pegar al más fuerte para hacerse respetar, tal y como había visto en algunas películas sobre cárceles, pero no le parecía nada razonable ir a por alguien que probablemente tuviera un ejército de reclusos. Tampoco le convenció la idea de Isaac de ponerse unas gafas para que no le pegasen, no creía en los viejos mitos de que se respetaba a los que las llevaban, le parecían una quimera inalcanzable.

Ya que ninguna de las ideas que le habían propuesto le convencía, decidió terminar improvisando, aunque sin perder de vista los conocimientos que había adquirido en esas fuentes que había mencionado anteriormente, por lo que cuando llegó al país trató de centrarse en la misión todo lo posible y dejar que fuera surgiendo poco a poco lo que tuviera que ser.

El correccional no resultaba tan imponente como pensaba teniendo en cuenta que se había criado en una de las mayores obras arquitectónicas y además secretas del mundo, aunque si que resultaba mucho más triste, apagado. La gente tampoco le gustaba demasiado, lo miraban como si no encajase en aquel lugar, como si no les gustaran los extraños. Caminó con calma hacia la entrada, sin querer parecer asustado o incómodo aunque lo único que quería era salir de ese sitio lo antes posible, cosa que desgraciadamente no se cumplió.

Su primer día fue un tanto raro, el director irrumpió en medio de una de las clases y lo presentó vagamente ante los que serían sus nuevos compañeros, quienes no parecían alegrarse demasiado de tener un extraño en clase, cosa que le hizo deducir que eran un tanto cerrados. Paseó su mirada por el aula en busca de su potencial captura, es decir, del celeste del que habían estado investigando, y no pudo ocultar una pequeña sonrisa al verlo, sintiéndose un triunfador y viéndose ya a punto de librarse de las estúpidas burlas de sus compañeros americanos que presumían en broma de sacarle ventaja en esa especie de competición sana que habían inventado para picarse entre ellos. 

Caeleste Bellum © [EDITANDO]Where stories live. Discover now