VI

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Septiembre:

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Septiembre:

Las paredes gruesas de ladrillo del internado resultaban imponentes ante la mirada asustada de la joven, que tras tanto haberle rogado a su padre que la permitiera quedarse en casa con él, aunque tuviera que buscarse sola la forma de mantenerse, había tenido que marchar hasta aquel internado para chicos problemáticos que en parte se trataba también de un centro de menores que albergaba a lo peor que podías encontrar en las profundidades de Rusia, aunque había que aclarar que a su padre eso le importaba lo más mínimo, pues su única intención era librarse de ella para no tener que ver a quien tanto le recordaba a la mujer que le vio la cara de estúpido. Realmente nunca había querido quedársela, y quizás eso habría sido lo mejor para todos. Su abuela le obligó a acogerla mientras aún vivía con ellos, incluso tuvo que darle su propio apellido, pues su padre no quería que usara su nombre para formar el patronímico, que debería ser Seryozha. No tardó demasiado en deshacerse de su abuela, la internó poco después en un asilo y ahora, dieciséis años después, se deshacía de ella en unas condiciones similares, metiéndola en un internado para no tener que verla.

Enfocó su mirada de nuevo hacia el coche de su padre pero ya se había esfumado, como era de esperar si conocías mínimamente a Sergei Romanov, que nunca se encariñaba con nada ni nadie, su hija no era una excepción, y comenzó a caminar hacia aquellos portones enormes y metálicos que junto a aquellos gruesos muros contenían a todo aquel que se encontraba dentro. La gente que se encontraba en los jardines que actuaban como patio la observaba muy atentamente, como si fuera un bicho raro, cosa a la que ya estaba acostumbrada desde que empezó el instituto y se limó los colmillos al más puro estilo vampiro para llamar la atención de su padre, cosa que realmente no funcionó, pero que atrajo a su mejor amiga Natasha, una joven extremadamente parlanchina y con una gran afición al ocultismo, no eran muy normales, pero al menos se tenían la una a la otra, no como en aquel inhóspito lugar en el que todos eran de complexión más bien grande y parecían estar deseosos de destrozarla en cuanto tuvieran ocasión.

No tardó demasiado en coger el horario que entregaban en secretaría al empezar el curso, tampoco en recoger el uniforme, trataba de pasar todo lo desapercibida posible entre aquellos gigantes que a saber que habían hecho. "Si al menos tuviera a mi gato..." Divagó durante unos segundos para después terminar apartando la idea. "No", pensó, sabía que debía pasar por ello sola y tratar de no ser muy resultona para no parecer una presa llamativa, aunque precisamente a ella no le resultara demasiado fácil. Su primer altercado no tardó en abalanzarse sobre ella, concretamente con un desafortunado incidente que parecía salido del Wattpad más clásico (Spoiler: ni había libros de por medio ni un atento caballero que le ayudase a recogerlos). Su andar rápido y despistado le había encaminado hacia unas pequeñas escaleras que daban a una parte lateral del patio en la que estaba el edificio destinado a las clases que le tocaban, y pese a sus intentos por no ser una torparrona, un tropiezo la lanzó directamente a los brazos de un chico desconocido al que antes no había visto pero al que accidentalmente arrastró al césped con ella.

Caeleste Bellum © [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora