Interludio I

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Pasaron la última semana de Junio en el pueblo. Todos hablaban del regreso del hijo de Don Faustino y a Carlos no le molestaba el título que le otorgaban, se sentía ligeramente orgulloso de llevar consigo el nombre de su padre. Matías disfrutó de conocer a los ancianos amigos de su abuelo que quedaban maravillados con sus ocurrencias y se encargaban de regularmente darle algún que otro regaloen los cuales se comprendían dulces, gaseosas, juguetes de madera y méritos incongruentes que igual aceptaba. Su padre encontró que la gran mayoría de su generación habían abandonado el pueblo, algunos yéndose a otras partes del país, a la Ciudad de Los Milagros o incluso a través del océano. Los pocos que quedaban los conocía casi por nombre y no simpatizaron mucho esos días.

Dormían en los cuartos de su antigua casa, la cual sometieron a una exhaustiva limpieza primero. Y cuando ya Matías estaba durmiendo Carlos mezclaba su llanto con una furia incontrolable que descargaba en sí mismo y sus culpas y remordimientos. Continuaba llorando hasta quedarse dormido algunas veces en el suelo de la habitación, en las cerámicas del baño o en los escalones de madera. Lo hizo todas las noches y cada noche lloraba un poco menos aunque él no se daba cuenta.

Lo que si se dio cuenta es que en realidad nunca había tenido una oportunidad para conocer a su hijo a fondo ni para compartir con él el tiempo en su totalidad y fue descubriendo cosas del niño de las cuales no tenía ni idea sumadas a cosas de él mismo que el pequeño había aprendido sin querer, porque él nunca se las hubiera querido enseñar. Cosas como esa mirada melancólica de contemplación al pasado que ambos tuvieron al ver la barca que se desmenuzaba a cenizas mientras se deslizaba hacia el centro del lago en el festival del solsticio del verano o la manía de morderse la punta del pulgar y apretar las cejas mientras pensaban en alguna cosa, generalmente algo que recurriera cálculo, imaginación o incluso elegir cuál de todos los platos era el ideal para cenar.

Las sonrisas volvían de vez en cuando, dejando de seruna reacción refleja ante los comentarios y ocurrencias de su hijo. El pequeño era poseedor de una extraña alegría que, aunque medio hundida en la soledad y el silencio en el que había crecido, brillaba en los momentos duros de su padre como una pequeña lámpara de emergencia proveedora de esperanza en los escombros de una casa en llamas.

Eso no evitó que Matías preguntase bastante seguido sobre el paradero de su madre, cosa que a Carlos se le hacía imposible responder. En algún momento al pequeño se le ocurrió enviarle un mensaje de texto y su padre se lo permitió complaciente, él luego a escondidas le respondió con el teléfono que ella había dejado en el apartamento y se había llevado consigo:

«No te preocupes por mí, corazón de melón.Estaré de vuelta muy pronto, yo le diré a tu papá que te avise cuando.»

El pequeño no preguntó por su madre más esos días.

Preguntó un día si iban a volver a casa. Su padre le volvió a decir que podían ir al sitio que el más quisiera. El pequeño le dijo que quería llegar a donde terminaba el río y decidieron que ahí iban a ir ahora. Empacaron todo y no se despidieron de nadie más que de su abuelo. Matías no se quitó el sombrero nunca más.

Antes de tomar de nuevo la carretera detuvo la camioneta y miró a Matías. « ¿Te puedo pedir un favor?» le dijo con un tono serio que difería de su voz baja y desganada con la que solía hablar. Lo hizo más para divertir al pequeño que para buscar su apoyo pero le explicó todos los deberes de un copiloto.

— De ahora en adelante serás el Almirante Navegante Primer Oficial Sir Archiduque Don Matías del Puesto del Copiloto. ¿Aceptas tomar el cargo junto a todos los deberes de un copiloto, en los cuales te tendrás que asegurar que el piloto no se quede dormido, darle siempre un destino para conducir, comandar el equipo de sonido, estar atento de que a la tripulación del carro no le falten nunca las tres comidas esenciales cada día y a veces la merienda y tentempié de media noche,explorar las proximidades del carro en busca de peligros y preguntar cuanto falta pero con moderación?

El pequeño, con una mezcla de seriedad y una sonrisa muy grande hizo una saludo militar mal hecho y pronunció entre una carcajada.

— Acepto.

Corazones Vacíos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora