Interludio II

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— ¿Está usted seguro que no quiere que lo llevemos hasta donde está su tío, señor Edgar? — preguntó Carlos, asomado desde la ventana.

—No podría pedirle eso. Dicen que la ciudad está maldita y que el que entra no sale muy fácilmente. No los haría cruzar ese puente.

Se habían estacionado en un pequeño espacio que había antes de comenzar a cruzar el gran puente que daba paso a La Ciudad de los Milagros. Del otro lado del río la ciudad se veía imponente y embrujada, como un espejismo causado por la niebla del frío día. Del otro lado se veían las montañas que encerraban la urbe y los gigantes bosques que había más allá. Los varios rascacielos se perdían en las nubes.

Edgar se había despedido previamente y estaba listo para afrontar lo que fuera que lo esperara en la continuación de su viaje. Pero antes de que diera un paso más allá Carlos estiró la mano llena de unas hojas de papel arrancadas. La historia que había escrito del peculiar personaje figuraba en esas páginas, nunca le había dicho nada. Y prefería que él la tuviera.

— Esto es para usted. Para que no nos olvide. Muchas gracias por todo.

— No sea ridículo, gracias a usted. Si todo sale bien, nos volveremos a ver. Si no, que esta conversación sirva para despedirnos.

Así pisó el acelerador y dejó atrás a su efímero compañero de viaje.

Dieron una vuelta por los alrededores hasta que encontraron un lugar donde detenerse de nuevo. Matías se quedó mirando la entrada del gran puente que llevaba a la ciudad y pensó en él como un gran monstruo a la espera de sus víctimas. No quiso acercarse más nunca allí y así lo hizo por el resto de su vida. Mientras, su padre le preguntaba cuál sería su próximo destino.

— No lo sé. — Se limitó a responder el pequeño.

Corazones Vacíos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora