Intro - 2

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En la penumbra registró todo. Cada rincón de la habitación minuciosamente en busca de cualquier rastro de su amada pero todo seguía en su lugar; su ropa, sus libros, el lienzo a medio pintar e incluso las acuarelas seguían aun húmedas. El pincel sucio estaba en su sitio y las zapatillas al lado de la cama. Sabía que era inútil pero un pequeño brillo de la esperanza dentro de sí le impidió dejar de buscar. Registró todo lugar en busca de cualquier cosa que le indicara el paradero de su esposa. Pero incluso cuando llamó al celular de ella, escucharlo sonar en la misma habitación hizo pedazos todas las imaginaciones de encontrar aunque fuese una nota, un mensaje, o incluso un secreto que le dijera que todo estaba bien, que solo alucinaba y había tenido que salir de emergencia en el filo de la noche. Pero no era así. Estaba completamente solo.

Las horas de la madrugada se deslizaron entre sus dedos mientras sentado en la vieja butaca de la sala, vestido aun en sus pijamas, se preguntaba incansablemente el misterioso «¿Por qué?» mientras se repetía una y otra vez que todo era su culpa. Se lo había advertido antes de casarse y fue la única condición que le presentó para aceptar el anillo de compromiso: «No pretendas nunca que me desprenda de mi libertad, eso es algo que jamás podrás lograr. Es lo único que siempre permanecerá conmigo.»

Pero nunca lo tomó como una amenaza o siquiera algo que realmente pudiese ocurrir. Tomó esas palabras como los delirios de una adolescente enamorada de la vida y asustada por el provenir de ser un adulto. Y, sentado en vigilia sobre el borde de una taza de café ya frío, vio tantos motivos para que su amenaza se cumpliera que se sorprendió que no hubiera sucedido antes.

Poco a poco la oscuridad fue sustituida por el brillo de un naranja amanecer que se coleó para hacerle compañía y dedicarle una caricia a sus ojos irritados por las lágrimas de decepción y miedo. Miró hacía afuera con la fantasía salvaje de verla de nuevo cruzar la calle para subir al apartamento. Pensó entonces que ya nada sería igual, que no podía llevar la vida como lo había hecho, y ahora sin ella se sentía infinitamente perdido.

Sus pensamientos se interrumpieron junto con el silencio, quebrado por el sonido tenue de unos pasos descalzos en los tablones del suelo. Pesados y torpemente lentos, el sonido que hace al caminar alguien que se acaba de despertar. No se dio la vuelta pero fue casi imposible contener las lágrimas cuando la voz de su hijo le preguntó en un susurro.

— ¿Dónde está mamá?

Tardó en responder, mientras su imaginación se daba la tarea de buscar una excusa para regalarle a su hijo, una lo suficientemente buena para que ambos consiguieran creérsela al pasar el tiempo.

— Tu madre... — comenzó a decir, buscando fuerzas para hablar donde no las había. — Tuvo que salir... Ella...

Sin nada en la boca tuvo que detenerse. Pensó por menos de un segundo en decirle la verdad pero este acto le pareció incluso más desalmado que hasta mentirle. Al verlo a los ojos se alegró de que volviera a su mente el mismo niño que él había sido hacía menos de veinticinco años y que su hijo no fuera la viva imagen de su madre. No tenía ni una sola peca pero tenía los profundos ojos marrones que, aunque estuviesen casi cerrados por el sopor, eran tan de ella que era imposible no recordarla al verlos.

No tuvo la valentía para mirarlo más y bajó la vista. Fingiendo que observaba una mancha en el parqué le dijo sin mucha convicción que su madre había ido a comprarle un regalo de cumpleaños. El pequeño inclinó la cabeza tratando de entender, puesto que faltaba un tiempo considerable hasta ese día, y notando eso su padre exclamó más para tratar de convencerse a sí mismo que al niño:«¡Cónchale! Arruiné la sorpresa.»

— Vuelve a dormir, Matías. Aún es temprano. 

Corazones Vacíos.Where stories live. Discover now