Intro - 3

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Al oírlo tumbarse en la cama no pudo evitar imaginarlo cada día esperando impaciente tras la puerta a su madre que no volveríay sintió, como lo hace cada padre, el dolor del niño tanto cómo el suyo. Y la sola idea de dejarlo ahí dentro de esas paredes, tras esa puerta, le pareció tan inhumana, tan desalmada, que no pudo ni siquiera esperar un segundo más para evitar que ese fuera su destino, el destino de ambos. El destino de quedarse atrapados dentro de ese recuerdo que lentamente se desmoronaría hasta no dejar nada en donde refugiarse.

Decidió entonces por la ruta interminable, el camino y el asfalto.

Mientras el sol subía él se movía de un lado a otro del apartamento, empacando lo que consideraba esencial para ambos en las maletas y mochilas desgastadas que él mismo había llevado como estandarte en los viajes de su no tan lejana adolescencia.

Junto con cada objeto empacaba al igual una parte de esa vida a la que pensaba iba a lograr acostumbrarse algún día; la vida del padre sedentario, de hombre moderno, calmada, tranquila y estable. Hizo espacio para la ropa que aún conservaba el olor del jabón, los zapatos y la ropa interior, y luego de guardar la poca comida enlatada que quedaba en las estanterías de la cocina, avanzó al baño. Tomó su cepillo de diente, la afeitadora junto con el desodorante. Dirigió una última mirada a la perfumería que ella había dejado atrás, indagando en su memoria e intentando recordar el olor de cada peculiar frasco pero siempre culminaba regresando al recuerdo de la imagen de su cuello, ese que no volvería a besar.

Hizo un pequeño bolso y guardó sus pinceles, acompañado de las acuarelas, los lápices y junto con ellos las plumas de escribir. Sacó de entre la empolvada estantería todos los cuadernos que encontró y los cargó en su mochila. Guardó también un par de tomos olvidados de su autor preferido y el delgado libro de historias cortas que llevaba su nombre en la portada.

Y antes de cerrar la puerta de la habitación rebuscó en todos los escondites y reunió los ahorros secretos que había guardado con su esposa, la cual no había siquiera tocado un centavo del dinero. Encontró ligeramente más del que creía tener guardado.

Y con aire melancólico pasó la llave de su habitación por última vez.

El sol comenzaba a calentar la habitación cuando Matías se levantó y vio a su padre llevando el equipaje cerca de la puerta. Cualquier rastro de sueño se disipó gracias a la duda. Su voz fue vívida y alegre al preguntarle qué sucedía y su corazón dio un vuelco cuando le respondió que iban a tomarse unas vacaciones muy largas.

La alegría se pospuso cuando lo asaltaron las dudas:

— Pero, papá ¿Qué sucederá con la escuela?

— Estoy seguro que no te extrañarán en este mes que aún queda de clases— Le respondió al pequeño, dándose cuenta de que a su plan se le escapaban todos los detalles técnicos. Aunque eso nunca le había impedido llevar sus decisiones a cabo. — Vamos hijo, ve a tu habitación y empaca tus cosas.

Volvió a obedecer a su padre sin pensar, más porque la idea le parecía increíblemente atractiva que por cualquier otro motivo.

Mientras esperaba al pie de la puerta lo hermoso de esa decisión tan brusca comenzó a desaparecer mientras las dudas asaltaban su cabeza, al igual que lo habían hecho con el pequeño. Mientras le respondía a su hijo que era esencial o no empacar se preguntaba para sí mismo qué tanto las cosas iban a resultar. O si en realidad era una buena idea ¿Qué tan lejos llegarían ambos sin derrumbarse? Era el momentum de su elección salvaje que lo mantenía compuesto lo suficiente para arriesgarse de esa manera y aunque no lo sabía su herido corazón que bombeaba aun sangre joven pudo más que cualquier llamado de la razón. Y pudo mantener su decisión hasta cuando su pequeño le preguntó por qué su madre no iba con ellos.

— Ella está buscando tu regalo, nos encontrará de camino. — Alcanzó a mentir, con voz quebrada. — Vámonos antes de que se haga tarde.

— Pero... ¿A dónde vamos, papá?

El pequeño le indicó de nuevo las fallas de su plan, problema que debió solucionar al instante.

— Vamos a ir a cualquier sitio, al lugar que tú más quieras.

Se quedó pensando por un segundó y preguntó:

— ¿Podemos ir a conocer al abuelo?

— Ir a conocer a tú abuelo me parece una perfecta idea.

Terminó de arreglar todo y acomodar la ida. Cerró todas las ventanas mientras se acordaba de ella. Y revisó la maleta de su hijo, recordando las cosas esenciales para su salud, recordándola a ella. Agarró su guitarra y se la colgó en la espalda, cogió su mochila y una maleta en cada mano. Cerró la puerta, cerró los ojos, suspiró, pensó en ella, pasó la llave, decidió ser fuerte, por él, por su hijo, por la familia que pudo haber sido. Decidió ser fuerte porque sus pecados solo lo dejarían hacer lo contrario y dentro de sí encontraría el perdón suficiente para verse al espejo de nuevo. Pero sobre todo decidió ser fuerte por ella, ella que nunca miró a atrás. Y él no lo haría tampoco, para bien o para mal, decidió seguir una vez más a su corazón y darle una segunda oportunidad para que le dictara cómo debía ser su vida.

Pensó en ella y dio un paso hacia adelante.

Corazones Vacíos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora