Junio - 2

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— Papá, este silencio es muy triste. Hay que estar felices, son vacaciones. — dijo Matías a los pocos minutos de haber salido de la ciudad cuando se dio cuenta que el equipo de sonido llevaba apagado desde que habían salido del apartamento.

Carlos pensó que se refería a otra cosa y comenzó a decir algo que al instante interrumpió cuando entendió que el niño se refería a la ausencia de música. Aún tenía sus discos viejos en la guantera. Eran un plan b pues la camioneta de modelo viejo no tenía entrada para cable auxiliar, aunque tampoco sabría qué hacer con un cable auxiliar, le había dejado la tecnología a las otras personas de su generación. Le indicó a Matías que revisara en la guantera que consiguió abrir después de un forcejeo, las diversas carátulas salieron desparramadas y algunas cayeron en el piso del automóvil con un ruido que le dolió a Carlos más en los recuerdos que en los oídos.

— ¿Cuál quieres poner? — preguntó el padre sin mucho entusiasmo. Aunque fuera increíblemente afín a la música no encontraba dentro de sí las ganas de escuchar ninguna de las pistas que se sabía, de alguna manera posible, más que de memoria.

El niño pasó unos largos minutos registrando —de la misma manera que había hecho con el menú del desayuno— cada detalle de los tres discos que habían caído en el piso. Y se dejó llevar por la carátula que más le llamó la atención, y como negarlo, pues tenía una interesante. Comenzó a leer las sílabas de lo que dictaba el disco para luego informar a su padre de cuál era el disco que había elegido.

— Quiero este. — Dijo sin apuro. — De... peche... depeche mo... de, Depeche Mode. Tiene un nombre cómico, se llama Volador y es de una flor. Pongámoslo.

Carlos sabía muy bien que el nombre real del álbum era Violator, que era del año 1990 y un montón de datos que se aprendió sin saber en realidad para qué. Pero no interrumpió a su hijo ni quiso decir nada. De todas maneras un poco de música no haría daño. Mientras el pequeño se encargaba de entender el rematadamente complejo e impredecible mecanismo del equipo de sonido el reloj digital hacía un leve pitido indicando las diez de la mañana.

A los compases de Enjoy the Silence, Personal Jesus y los otros éxitos del álbum, padre e hijo se deslizaron en silencio a través del estado concentrados en la música. Carlos se encontró repitiendo en silencio los coros de las canciones con toda la fuerza que le era capaz de conceder a sus pulmones tomando en cuenta los eventos de la madrugada reciente. Era mentira decir que no la encontraba a ella en las letras de las canciones y escasamente salía de su cabeza cuando Matías hacía un comentario pero esa clase de tristeza es sencilla de notar y no tardó mucho su hijo en hacerlo. Aun así no supo qué decir y prefirió quedarse callado y aprovechar de mirar a través de la ventana. «Ja. Papá no tiene ni idea de lo que se está perdiendo mirando como bobo todo el rato hacía la carretera.» pensaba viendo cómo se extendían los campos en colinas que se cubrían unas a otras cubiertas en un color que quizás adjetivar como "el color de la vida" sería lo más correcto. Algún árbol ocasional interrumpía la hierba alta y al final se alzaban las montañas en un escenario tan hermoso que los clichés cinematográficos ya lo habían hecho suyo. Pero aun así el pequeño los disfrutaba sin preocuparse por todas esas estupideces por las que se preocupaba la gente adulta y disfrutando a su manera la mañana que se convertía en tarde a merced de su papá que desde esa mañana no parecía su el mismo, o lo que recordaba de él. Su papá era un hombre alegre, que sonreía y que tarareaba. Que echaba chistes malos que igual eran buenos o algún otro que no entendía pero del que trataba de reírse de mentira. Se dio cuenta un poquito y le dio miedo. Cualquier cosa tan mala para hacer que eso sucediera prefería no saberla y así ojalá conseguiría llegar a ignorarla, que era el primer paso para pretender que nunca había pasado en realidad.

Corazones Vacíos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora