Agosto - 2

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Era ya la tercera semana de agosto y los agarró la noche manejando a través de los pastizales en una noche sin nubes. La luna llena iluminaba todo y le daba sombra propia a los árboles y a las rocas, creando un mundo nuevo a su alrededor. El niño observaba embelesado el cielo nocturno mientras la camioneta avanzaba en la oscuridad. Bastó una mirada hacia la derecha para que Carlos detuviera el carro en la orilla de la carretera.

— ¿Qué pasó papá?

— Vamos a ver las estrellas.

Apagaron el motor y se acostaron ambos en el capó mirando el cielo infinito. Carlos nunca había sido un hombre de astronomía. Sin embargo, no podía evitar sentir un vacío en el estómago cuando veía hacía las estrellas y se imaginaba cruzando el espacio. Se sentía atado a la tierra y eso lo hacía sentirse impotente.

— Cuéntame un cuento papá. El cuento de cómo se nacieron las estrellas.

El hombre tardó un poco en pensar pues nunca había sido muy fanático de las fábulas bíblicas y prefería creer en los postulados de la ciencia. Aun así disfrutaba imaginando una y otra vez la creación del universo por personajes nuevos y misteriosos. Recordó unos pequeños párrafos que había alcanzado a escribir en su cuaderno en las desoladas noches a la orilla del mar. Sacó su pequeño cuaderno manchado y sucio de su bolsillo y buscó la página donde estaba el cuento.

—En la bóveda oscura del universo no brillan aun las estrellas. No hay nada en donde detener la vista pues la interminable oscuridad reina en cualquier dirección. El infinito está vacío pues el tiempo de puntear la casi tangible oscuridad aún no había llegado.

» Aún no.

» Ella flotaba sin rumbo ni dirección, no había tiempo, no había ruido, solo estaba ella y estaba el vacío. Hecha de luz y de materia y de todas las maravillas que no tenía entonces el universo se podía mover de la manera que veía más conveniente a través del ancho infinito. En su piel se podía ver la luz de todas las estrellas que aún no existían y sus ojos brillaban con el fulgor caótico de agujeros negros que ignoraban su melena que flotaba aleatoriamente, acompañando el movimiento de su cuerpo.

»Ella era todo lo que sería y al mismo tiempo era toda la nada que precedía.

»Y es incierto — pues ella era previa al tiempo — cuándo lo hizo. Pero vio que hacía falta algo en el vacío. Se vio a sí misma y decidió colocar una parte sí en un punto del horizonte y estirando los delicados dedos hechos de luz dio un toque que atravesó la nada y dejó una pequeña esfera.

»Fue ahí cuando sucedió.

»Como una gran explosión en un lugar muy lejano se creó la luz: La primera estrella brillando en el firmamento. Y esta luz reventó en el sonido de la música creando el sonido: que rápidamente llegó a sus oídos y despertó en ella un salvaje frenesí. Una intensidad que creció al sentir como los segundos tiraban de ella y se creaba el tiempo, haciendo tiritar la luz de la pequeña estrella que brillaba sola dentro de toda la oscuridad.

»Siguió otra, otra y otra más.

»Tocó desesperadamente en todas las direcciones, dejando un trozo de ella en cada lugar al que apuntaba y creando más estrellas que nacían con un sonido ensordecedor que orquestaba una maravillosa melodía de caos primario. Acompañado de más y más explosiones mientras se aseguraba no dejar ningún lugar en donde la nada abrumadora no conociera la luz.

»Entonces ya en la oscuridad punteaban todas.

»Y no había rincón que no tuviera una débil luz que le hiciera compañía. Pero vio que todo el brillo carecía de forma y decidió ordenar el caos que antes era vacío y ahora era color. Así, mientras ella perdía brillo por regarse a lo largo de la bóveda oscura sostuvo a todas sus estrellas entre sus manos y con una larga hebra de su cabello que amarró entre sus dedos creó las galaxias, uniendo las estrellas unas y otras. Inventó el color con una respiración y esparció las gigantes nébulas a lo largo de la oscuridad.

»Y dio orden, pero al orden se le opuso el caos.

»Sostuvo con fuerza mientras todo se sacudía y la materia luchaba por encontrar su lugar. Sostuvo las explosiones de los luceros que ella misma había separado de sus dedos, sostuvo mientras de las cenizas de los soles nacían estrellas nuevas, y junto a ellas, pequeñas esferas que giraban alrededor. Sostuvo la luz que se apagaba y volvía a nacer y se vio a los ojos cuando agujeros negros comenzaron a succionar el horizonte, y en cierto tiempo, que ahora era perceptible para ella, todo se calmó. No era una calma estática, sino era una calma cíclica, que se movía en sincronía con sus manos.

»Pero ya había puesto mucho de sí.

»Ya su piel no brillaba pues había dejado la luz en las estrellas y su fuerza no existía ya que se la había cedido toda a la potente gravedad. Pero no se entristeció porque esos sentimientos no habían sido sufridos todavía y en cambió afloró una sonrisa al verse en cada lucecita que adornaba la ya no absoluta oscuridad. Y disfrutando el jalón del tiempo que en un lenguaje secreto le continuaba diciendo que era hora de irse, débilmente sopló entre sus dedos a través de las trenzas y las galaxias, acariciando los soles y meciendo los planetas.

»Con su primer y último aliento sembró la vida.

»Que creció en las pequeñas excepciones que se crearon casi sin querer y murió en muchos otros sitios pero siempre se resguardó como el bien más preciado. Entonces, como el vaho desapareció casi por cortesía, sabiendo que siempre estaría presente en cada fotón de luz, en cada fuerza que uniera a un átomo y en cada respiración que se exhalara hacia el infinito.

El niño no dijo nada, abrazó a su padre y ambos se fundieron a la luz de la luna. No pensó en su esposa esta vez. No pensó en nada más.

Corazones Vacíos.Where stories live. Discover now