Capítulo 8: La Espada y Selene.

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 "Cuando era una niña mi padre me contó una historia. El cuento de un niño huérfano que un día huyó de casa y que en el bosque encontró una espada clavada en una piedra. Cuando sacó la espada en la piedra, este niño se convirtió en el rey de Inglaterra. Y yo a veces soñaba con que un día llegaría a lo más profundo del bosque y justo ahí estaba la gran espada clavada en la piedra."

       La noche llegó rápido, los últimos días del verano se estaban terminando. Y el invierno llegaría más pronto de lo que ella anticipaba. Los viajeros estaban sentados alrededor de la fogata. Ser William y Lady Allys de un lado, Jacques en el otro. El muchacho no quería ser parte de la comunidad viajera que se estaba gestando. Y Selene solo les observaba, le resultaba curioso como interactuaban los dos. Ser William era optimista, ¿y por qué no? solo había que verlo para saberlo. Un hijo de noble; alto, de cabellera rubia y pómulos fuertes. Jacques por otro lado era realista, como todos los que no habíamos nacido en el seno de la realeza nos sentíamos. Las dos personalidades chocaban constantemente, cada palabra que Ser William pronunciaba, hacía retorcer los labios de Jacques y cada palabra escasa que Jacques hablaba o mordaz comentario sobre la vida de los siervos, era respondida por una sonrisa forzada por el caballero. Lady Allys entonces le susurró algo al oído de Ser William, el caballero miró a la niña y asintió con la cabeza. Luego la niña se levantó de su asiento y se dirigió a Jacques.

       —Selene dice que eres un buen cazador. —Dijo lady Allys.

      —Supongo que sí. —Respondió el muchacho con un tono muy seco y frío. Se notaba a leguas que Jacques no tenía ningún interés en establecer una conversación con Allys, o con nadie al parecer.

      —¿Y qué has cazado en el bosque? —Le preguntó la niña.

      —Pues... animales. —Respondió Jacques y continúo comiendo, a diferencia de Lady Allys y Ser William, Jacques usaba sus dedos para comer. Selene se preguntaba si el muchacho sabía comer con un tenedor. "Probablemente no, cuando se está en el bosque todo el tiempo, lo último que ha de importar es la etiqueta". Pensó Selene.

       —Y... —Fue lo único que la niña pudo decir, pues no se le ocurría de que hablar con Jacques, y por supuesto que no; ninguno de los dos podría tenían algo en común.

        —El fuego se está apagando, debo ir por más leña. —Respondió Jacques, el muchacho se levantó rápidamente y fue hacia el bosque. Lady Allys regresó con Ser William.

       —Creo que no le agrado a Jacques. —Respondió lady Allys; su cara era muy expresiva como la de todos los niños. Aún no creaba esa mascara de estoica que la mayoría de los adultos llevan en la vida y por lo tanto denotaba una profunda tristeza. Tal vez es porque ella se sentía muy triste por otras cosas y lo de Jacques solo se sumaba a todo lo demás, o era más sencillo ser consolada por algo sin importancia que por algo grande. Después de todo, la familia de Lady Allys había muerto. Era mucho, para una pequeña niña, la familia de Selene había ido y ella no era capaz de olvidarlos ni de aceptarlo. Allys era una niña y ella no sabía cómo funcionaba el mundo o porque pasaban las cosas.

       —No creo que te odie. —Replicó Selene. —Solo que no está acostumbrado a hablar mucho con la gente. Ha pasado más tiempo en el bosque, que hablando con gente. No sabe de qué hablar con una niña. —Y de hecho no era el único, Selene tampoco sabía de qué hablar con ella. La niña al fin y al cabo era una dama, una pequeña con sangre noble en sus venas. Y Selene; una simple campesina. ¿De qué podían hablar en realidad? Selene no conocía las costumbres de la realeza francesa y dudaba que Lady Allys supiese como funcionase la vida en una granja, las dos no tenían nada en común y por eso, mucho menos tend'rian algo en común ella y Jacques. El muchacho era huraño, solitario, era independiente y podía fácilmente sobrevivir por su propia cuenta sin necesidad de nadie.

       Era una pesadilla que a veces atormentaba a Selene, despertarse un día y descubrir que se había quedado completamente sola. Jacques podía irse en cualquier momento que quisiese.

       Selene se levantó y se limpió el polvo y la tierra de su falda.

       —¿A dónde vas? —Le preguntó Ser William a la chica.

       —Voy a buscar a Jacques. —Respondió Selene.

       —No creo que él quiera ser molestado. —Respondió Ser William.

       —Puede ser, pero igual creo que lo iré a ver. —Replicó Selene y se internó en la arboleda cercana. Era oscuro y había muchos sonidos; grillos y búhos. Daba miedo, ella no lo iba a negar, pero justo en un pequeño tronco, estaba sentado el joven cazador. A su lado había una pila de ramas secas. Selene se acercó a él.

       —¿Qué pasa Jacques? —Le preguntó Selene.

       —Nada. —Respondió el muchacho angustiado.

       —¿Nada?, ¿o algo?, Sabes que puedes decirme a mí.

       —¿En serio quieres saber? Bueno te lo diré entonces. —Replicó el muchacho enfadado, inmediatamente se levantó del tronco. —Esto no me gusta, se supone que seríamos solos tú y yo, los que fuéramos hacia Tierra Santa. El caballero y la niña no estaban dentro del acuerdo que hicimos.

      —Yo sé, yo sé, pero ellos pueden protegernos. —Respondió Selene, la chica levantó las manos, tratando de calmar a Jacques.

       —¡Yo puedo protegernos! Yo... te puedo proteger Selene.

       —Yo sé que sí, pero los caminos serán más peligrosos a partir de ahora. No podemos exponernos, Ser William es un caballero; la gente es más amable con él, de lo que nunca lo serían con nosotros, le necesitamos para llegar a nuestro destino.

       Selene sabía que la pose de Jacques era solo eso, una pose, debajo del cazador estoico y frío había un muchacho que en realidad se interesaba por los demás. Sabía que algo malo debió de haberle pasado al joven cazador. Pero ese no era el momento para preguntárselo. No podía forzar al chico a abrirse con ella, o sino solo se cerraría aún más.

       —Vamos Jacques, tenemos que regresar, los demás nos están esperando. —Respondió la chica.

       Jaques aceptó y los dos regresaron al campamento, pero cuando llegaron se encontraron con una sorpresa. Ahí estaba Ser William con una espada vieja. Muy diferente a la espada que solía utilizar. Selene suponía que la debía de haber comprado en la Ciudad del Cruce antes de salir. ¿o se la habrían regalado? de una o de otra forma, la espada tenía la hoja mellada, tanto la guardia como el pomo estaban sin pulir, pero el mango seguía recubierto y por ende la espada podía usarse.

       —¿Y esa espada? —Le preguntó Selene.

       —Es tuya. —Respondió Ser William. —Me he dado cuenta de algo, si vamos a hacer este viaje, sería beneficioso para todos, sí supieras usar la espada. —Entonces el muchacho le arrojó la espada a Selene, la joven inmediatamente la tomó con la mano. El Primer movimiento, es la posición. —Dijo el caballero sonriente.

       Selene entusiasmada apretó la espada, sintió una seguridad al tener el arma en las manos, una confianza que no había tenido en mucho tiempo, parte de su miedo se esfumó al darse cuenta que, aprendiendo a usar aquella arma, sería mucho menos dependiente de Jacques o del caballero, además afortunada pues cuantas campesinas tenían a un caballero dispuesto a enseñarles esgrima. Selene sonrío naturalmente, algo que no había hecho en mucho tiempo.

       El resto de la noche se la pasaron con el sonido del choque de las espadas. 

La Doncella de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora